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Rosario, un modelo exitoso

En su libro, Mario Glück propone un recorrido y un análisis sobre el pensamiento político del historiador y ensayista
que motorizó a la cultura rosarina de principios del siglo XX y le dio su nombre a la principal biblioteca de la ciudad.

HISTORIA
La nación imaginada desde una ciudad.
Las ideas políticas de Juan Álvarez, 1898 – 1954
Mario Glück
Universidad Nacional de Quilmes, 360 páginas

Cuentan que cuando era procurador general de la Nación, Juan Álvarez tomó una lista en sus manos y cruzó Plaza de Mayo que estaba colmada de gente sin entender bien qué sucedía allí. En el papel estaban los nombres para un nuevo gabinete de gobierno nacional. Era el 17 de octubre de 1945. Cuando llegó a la Casa Rosada, el presidente Farrell le agradeció los servicios prestados que a esa altura eran inútiles. La gran masa del pueblo reclamaba a Juan Domingo Perón y al intelectual rosarino esa novedad se le pasó por alto, “no lo supo ver”, expresa Mario Glück al analizar el pensamiento político del hombre que le dio su nombre a la principal biblioteca de Rosario.
En el libro La nación imaginada desde una ciudad. Las ideas políticas de Juan Álvarez, 1898 – 1954, que será presentado mañana, a las 18.30, precisamente en la Biblioteca Argentina Juan Álvarez (Presidente Roca 731), Glück propone un recorrido y un análisis sobre el pensamiento político del historiador, jurisconsulto y ensayista que motorizó a la cultura rosarina de principios del siglo XX y que tuvo su declive cuando la Argentina vivía una nueva realidad social. Según el autor, Álvarez presentó a Rosario como el “modelo exitoso” del país moderno. En lo que sigue, Glück refiere los aspectos más importantes de su libro sobre Juan Álvarez.
—¿Álvarez reflejaría el pensamiento de Rosario de principios del siglo XX?
—Hasta cierto punto sí. El Álvarez joven escribe su primer texto, (al menos el que se conoce como tal) en 1898 y que es su tesis doctoral y en ella no habla de la ciudad. Por eso hice la periodización desde ahí hasta 1954, de todos modos menciona indirectamente el reclamo que tenía le élite de la ciudad, la burguesía local, que pretendía tener un rol más protagónico. En ese sentido no sé si refleja toda la intelectualidad porque no es algo (un ámbito) totalmente desarrollado. Ni siquiera en los últimos tiempos en los que escribe porque todavía no hay un campo intelectual. Hay artistas plásticos, hay escritores, hay periodistas, hay maestros y profesores pero la mayoría de ellos tiene circulación local. En algún sentido pensar la ciudad y el país como él los pensaba en 1898 o en 1908, cuando escribió sobre la música, como un lugar muy cosmopolita donde la inmigración fue muy importante y un factor clave del progreso, refleja mucho de lo que se piensa y del imaginario no sólo de los intelectuales.
—¿Qué significaba nuestra ciudad para Álvarez?
—Para Álvarez, Rosario es el ejemplo de la nación, es el modelo exitoso, la ciudad del puerto, la ciudad de la inmigración, la ciudad abierta al mundo, la ciudad que cumple con lo planeado por Alberdi y Sarmiento. Rosario tiene un rol protagónico en su discurso y pensamiento. Él lo plantea en uno de sus últimos libros, que es La historia de Rosario. Antes no lo planteaba tan claramente. Antes se planteaban cosas más nacionales y no locales, estrictamente. Por ejemplo, Álvarez escribe un libro en 1914 que se llama El problema de Buenos Aires en la República Argentina. Allí hace una crítica fuertísima a esa ciudad porque, sin decir que es una megalópolis, expresa que es un lugar que tiene una centralidad que no debería. Y que esa centralidad se podría limitar en un modelo económico de país productor de materias primas –él lo piensa en esos términos al país, no hay otra forma y eso es lo mejor que le pudo pasar a la Argentina según su visión–. En ese punto, lo que él propone es un modelo con distintas ciudades-puertos. Que Rosario tenga su importancia, también Bahía Blanca, otra más sería Mendoza con su puerto seco hacia el océano Pacífico y Chile. Él piensa en cuatro o cinco ciudades medianas. A lo que él le preocupa es el crecimiento desmesurado de Buenos Aires. Él tiene un planteo de cierto federalismo económico. Eso en cuanto a Buenos Aires, porque allí no habla estrictamente de Rosario sino que después lo hace con el tiempo.
—¿Qué tipo de recorrido hace a través de su pensamiento?
—Va de un republicanismo a un conservadurismo. Su pensamiento tiene que ver con cómo piensa la realidad económica de la Argentina. Álvarez piensa en un modelo económico exportador de materias primas exitoso. Al mismo tiempo él es un testigo e intenta ser un analista de la realidad política desde 1898, cuando empieza a escribir, hasta 1954 que es cuando muere. Lo que me parece notable en él es una evolución muy propia de los intelectuales de la época. No es su caso, pero muchos se inician en el anarquismo o en el socialismo y terminan en el fascismo. Él tiene una evolución mucho más moderada, cuidadosa. Por ejemplo, el caso de Leopoldo Lugones sería la variante que va más al extremo porque parte de la forma más a la izquierda del socialismo y pasa a un liberalismo, a un autoritarismo muy fuerte y no termina en el fascismo pero tiene un cambio muy abrupto. En cambio, Álvarez no tiene una pertenencia muy radicalizada en su juventud. Se presenta como si fuera un liberal muy fuerte, un liberal decimonónico y, podría decirse, republicano.
—¿Es republicano como su padre?
—Sí, pero el padre es más republicano que él. Juan Álvarez escribe una biografía de su padre y lo caracteriza como un republicano español que tiene un cierto grado de radicalización fuerte, sobre todo en el tema del anticlericalismo. Frente a este último aspecto es que va moderándose Juan, y también antes que nada va moderando su liberalismo. Cuando él ve el triunfo de Hipólito Yrigoyen como presidente de la Nación empieza a plantearse el tema de la democracia. Y dice: “El liberalismo nos llevó a la democracia. La democracia es el voto enciclopédico, el voto del número, el poder de las mayorías, el poder de aquellos que incluso pueden ser analfabetos y totalmente ineptos para el poder”. Entonces ya en la década del 20 empieza a cuestionar la democracia y toda la Ley Sáenz Peña. No ve con buenos ojos a la democracia de masas. Y evoluciona al punto de sentir en la década del 30 un fuerte anticomunismo. No es un fascista estrictamente sino que tiene un anticomunismo autoritario en su pensamiento. Eso se nota cuando es procurador general de la Nación, y en algunos dictámenes que hizo en contra del estatuto de la Universidad del Litoral. Pensaba que la universidad no debía tener el cogobierno de los estudiantes porque veía que era un semillero subversivo. Los estudiantes tendrían el gobierno, se aliarían con los obreros y podrían buscar un gobierno socialista, la revolución socialista. Él lo plantea así y está preocupado por eso al final de los 20 e inicios de los 30. Eso es lo que a él le preocupa, que haya una revolución socialista en algún momento. Por eso insiste con un planteamiento cada vez más autocrático. Sigue siendo republicano pero cada vez más autoritario. Es más que nada anticomunista y claramente antipopulista.
—¿Cómo fue que ocurrió ese episodio con el peronismo?
—Fue un episodio errático que muestra muchas características de Álvarez. Muestra a un intelectual haciendo política sin saber que la está haciendo. A él lo nombra el ministro del Interior Farrell para que arme un gabinete en el momento en que junto a Ábalos lo meten preso a Perón. Es un equívoco bastante complejo. Álvarez cree que cumpliendo esa tarea va a salvar a la patria de la guerra civil. No está muy claro, no tiene en claro qué es lo que está pasando con Perón. Sí ve como el procurador general y parte de la Corte Suprema votan en contra de todas las normas que Perón establece en el ámbito de los tribunales de trabajo. Él está en contra de todo eso. Está en contra también de todas las políticas de intervención del Estado en la economía. Hay dictámenes muy claros en ese sentido. Él tiene una actuación previa a la emergencia de Perón, y entrega la lista del gabinete que le pide Farrell el mismo 17 de octubre que Perón sale al balcón, está fechado y todo. Es una cosa muy llamativa. Más tarde, cuando le hacen juicio político y discuten con él, uno de los diputados peronistas le dice: “¿Álvarez, usted no se dio cuenta que había gente en las calles? Y él dice que no, porque tiene una limitación para ver algunas cosas. En ese sentido consideraba que la política era una cuestión de voluntades populares. No ve que la democracia de masas era un hecho que se había instalado y que ya estaba. No lo ve. Los políticos conservadores generalmente lo ven pero él no era un político. Incluso les pregunta a los diputados peronistas que lo interrogan si pretendían que él apoyara al peronismo. Claramente ahí, Álvarez no ve que hay gente en la calle que está pidiendo otra cosa. De hecho, lo que él hizo quedó totalmente borrado de la historia.

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