Parece una cita con el pasado. “Mucho gusto, Manuel Belgrano”, dice en la entrada del hotel y extiende su mano. Así comenzó la entrevista con el chozno nieto del creador de la bandera nacional.
“Nací en Buenos Aires en 1951. Estudié ahí, primario, secundario y universidad. Después estuve siempre en el interior, viajando, porque me dediqué al agro. Viví dos años en Santiago del Estero y luego en distintos lugares de provincia de Buenos Aires. Primero en Pehuajó y después en Olavaría, donde actualmente vivo pero muy poco, porque estoy dos o tres días a la semana. Ando por todos lados, tengo asesoramientos desde el centro de la provincia hasta la costa. De martes a sábado generalmente estoy viajando”, sintetiza su vida el descendiente y homónimo del abogado y economista a quien su época obligó a empuñar las armas para defender la Revolución de Mayo. Y completa: “Tengo dos hijos. De Mercedes, la mayor, tengo tres nietos; uno de ellos falleció en un accidente en diciembre pasado. El hijo varón se llama igual que el general, Manuel Joaquín del Corazón de Jesús, y espera su primer hijo. Quiere que sea mujer para poder elegir el nombre (se ríe), porque de lo contrario no tiene opción. Y tengo dos hermanos, uno más chico que yo, Néstor, y una hermana mayor, Hebe.
—¿Cuándo tomó conciencia de su nombre y apellido?
—En los primeros años escolares. Cuando se acercaba el 25 de Mayo y lo nombraban a Belgrano, toda la clase se daba vuelta y me miraba. Lo mismo para el 20 de Junio. Después llegaba toda la historia argentina, entonces era la creación de la bandera en febrero, la muerte de Belgrano y el Día de la Bandera, el éxodo jujeño, la batalla de Tucumán. Siempre estuve en el mismo colegio, en el Champagnat de los Hermanos Maristas, y llegó un momento en que ya no me miraban más, y pasé de ser bicho raro a bicho común.
—¿Con otro apellido, usted hubiese tenido la misma vida?
—Supongo que sí, la misma actividad que tengo por llamarme Manuel Belgrano y ser un lector de la historia argentina. Estoy metido con este tema y uno siente la patria. No digo de otra forma, porque no tiene nada que ver con un prócer, pero a uno le llega desde la sangre, ésa es la diferencia. Tengo una vida común y corriente como todo el mundo. No gozo de ningún favoritismo, no influye ni debe influir, es así.
—¿Hay algún aspecto de Belgrano que haya quedado en el olvido y se tenga que rescatar?
—En los libros sobre Belgrano y en los actos veo que la gente lo quiere y lo conoce, por ahí no en profundidad, pero tiene una idea cabal de lo que hizo. Siempre rescato cuando vino de España, de estudiar en Salamanca y Valladolid, y ocupó el cargo de secretario del Consulado Real, que se había creado un año antes, en 1793. Lo nombran a él porque no había otro. Leyendo las memorias del Consulado se tiene una idea de lo que era su pensamiento como abogado, economista, educador. Lo que aprendió de economía fue a partir de diálogos con economistas de la época. Trajo la Revolución Francesa y la plasmó en sus escritos. Esos tres pilares de libertad, igualdad y fraternidad se llevaron a cabo después de 1810, y tenemos el orgullo de ser un país que nunca volvió para atrás en su revolución.
—¿Si Belgrano viviera en este momento, qué ideología tendría?
—Era muy particular en sus ideas económicas. Liberal ante todo, pero a su vez un fisiócrata. Creo que sería un liberal moderado que aceptaría controles del Estado en algunas materias. No lo encasillaría en una línea ideológica pura, era muy especial, agarraba de todo lo que creía que le iba a hacer bien a una Nación para desarrollarse. Tenía principios muy formados y gran conocimiento de lo que era este país.
Hablaba de rotación de cultivos, de fertilización (en ese entonces se hablaba de abono), de ecología, riegos, navegación. De una marina mercante, tanto que creó la escuela de Náutica, la de Comercio, de Matemáticas. Fue un adelantado, el gran promotor de la escuela pública 50 años antes que Sarmiento. A principios de 1800 promovía la educación de la mujer.
—¿Qué piensa de la reciente película de Belgrano?
—No la vi, pero los comentarios, incluso del Instituto Nacional Belgraniano, indican que lo reivindican como ser humano, no como un prócer de bronce. Alguien que tenía sus debilidades y aciertos como cualquiera. Y se toca el tema de los hijos, que parecía prohibido.
Acá, el descendiente se explaya: “Tuvo una hija natural, de quien yo desciendo. Y otro hijo con Josefina Ezcurra, una mujer casada que venía de una familia riquísima. La habían casado, como se acostumbraba entonces, con un primo al que hacen venir de España, pero que al producirse la revolución se vuelve a Europa dejándola sola. Cuando Belgrano va al norte con el ejército auxiliar, ella lo va a buscar y queda embrazada de Pedro Pablo, al que adopta Juan Manuel de Rosas porque en esa época era un escándalo: su madre era de la alta sociedad de Buenos Aires, y casada”.
Belgrano, el de hoy, sigue ese relato. “Al llegar Pedro Pablo a su mayoría de edad, Rosas le dice de quién era hijo. Le explica que se tenía que llamar Belgrano, pero él se niega y concede que a lo sumo se iba a agregar ese apellido. La hija que Belgrano sí reconoció, y que nació en Tucumán, tenía un año y meses cuando él murió.
—¿Cómo fue su muerte?
—Muy dura, sufrida, creo que su agonía comenzó un año antes. El país estaba en guerras civiles y no se quiso meter, tanto es así que lo mandan a una sublevación acá, a Santa Fe, con el Ejército del Norte, y después ya enfermo se vuelve a Tucumán, donde deja el cargo de general para estar con su hija. Pero allí hay una revuelta y piensan que estaba detrás. El gobernador Abraham González lo manda a engrillar pero se interpone su médico para decirle que tenía las piernas destrozadas. Belgrano se muere de hidropesía (retención de líquido). Se comenta que tenía sífilis, pero no está probado. Decide ir a morir a Buenos Aires y emprende el viaje con dinero que le prestan.