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Una tragedia argentina, un melodrama expresionista

El director, docente y puestista Aldo Pricco, dirige una versión de “Una tragedia argentina”,  del dramaturgo porteño Daniel Dalmaroni, en la que brilla Ofelia Castillo como una matriarca singular.

Por Miguel Passarini

Entender la metáfora de la tragedia como un rimbombante despliegue de frases más o menos conocidas o escuchadas en la intimidad de una familia que se espanta de sus “secretos” bien guardados. No es Shakespeare, pero el incesto, la mentira, la traición y la culpa que reaparece, están allí, aunque de otro modo. Con estos elementos casi como una consigna, el dramaturgo porteño Daniel Dalmaroni (Maté a un tipo, Burkina Faso, El secuestro de Isabelita) parece haber escrito Una tragedia argentina, quizás pretendiendo acercar el nudo de la tragedia a cierta cotidianeidad que, en todo caso, y más allá de los juicios de valor que puedan hacerse sobre su escritura, generaron un interés en la escena argentina que ha encontrado en Dalmaroni a un autor que la representa.

Tras el éxito en otros escenarios (se recuerda la extraordinaria versión que el entrerriano Lito Senkman estrenó en Santa Fe al frente de la Comedia de Universidad Nacional del Litoral), hace algunas semanas, se conoció en la ciudad una versión de Una tragedia argentina con un elenco concertado, dirigido por el talentoso Aldo Pricco.

En ciernes, la historia conjuga los ribetes más exacerbados de lo que en la escena nacional se ha dado en llamar “disfuncionalidad familiar”, dejando en claro que la disfuncionalidad es propia de cualquier familia, como sostiene Pricco, “Pérez García, Familia Falcón, Simpson, Benvenuto, Campanelli, Ingalls. Formatos diferentes de relaciones aptos para sufrir y gozar, para emocionarse y reírse, para llorar y soñar”.

Sin embargo, aquí se está frente a los integrantes de una familia tipo cuyos vínculos primarios derivarán en otros secundarios: madre, padre, dos hijos y el hermano del marido, podrán ser otros cuando la verdad salga a la luz. Y entonces, lo secular de los vínculos, aparecerá con la fuerza del oráculo de la tragedia: el deseo de Mario por cierta parte de la anatomía de Susana, su cuñada, disparará el enojo de su hermano Hugo; al tiempo que Roy, hijo de la pareja, confesará que es gay y su hermana Nam, que está embarazada de la pareja de su hermano. Sin embargo, estos primeros “detalles” serán mínimos frente a lo que vendrá después.

Lo interesante del trabajo de Pricco, que aceptó el desafío no menor de poner en escena un texto que se aleja bastante de sus últimos trabajos como director (Troyanas, El soldado fanfarrón), esta cimentado en dos aspectos que tienen que ver con el lenguaje. Por un lado, el corrimiento de cierto naturalismo planteado en el texto a un expresionismo algo “sucio”, sirve para poner el acento en un registro actoral que se vale, precisamente, de los recursos expresionistas para intentar sostener la vorágine de situaciones propias de un melodrama que en su increscendo parecen no tener fin. Pero por otro, en el juego dialogal, los personajes trabajan finamente una deformidad de las palabras (del lenguaje) que va en paralelo con eso que se va deformando de la estructura familiar primariamente concebida y aceptada, y que quizás de forma racional no se pueda decir.

Para alcanzar los puntos más altos de la puesta, en los que cierto absurdo del conflicto exige en los actores una entrega inusual que linda con el grotesco, el trabajo de Ofelia Castillo como Susana, la matriarca que enjuaga culpas entre lágrimas aciagas e ironías propias de una malvada de telenovela, se convierte en el basamento fundante de todo el trabajo, en el que el resto del equipo, si bien no está a la misma altura, está correcto en sus performances.

Pero sobre todo, la versión de Pricco pone en primer plano el interrogante que también disparó en Dalmaroni la escritura de la obra, y que tiene que ver con preguntarse qué es la familia hoy, cuáles son sus alcances, dónde radica un nuevo modo (quizás algo monstruoso) de construcción de estructura familiar que ha mutado y que  convive con otro más “tradicional” y cercano al pensamiento católico. Tanto es así, que la canción de la banda mexicana Kinto Sol, “Esa es familia”, un rap agitado que acompaña el apagón inicial, deja en claro que lo que viene después es una especie de paráfrasis de lo bello y lo monstruoso de la familia, que quizás correrá sangre, y que, a pesar de todo, la fe será el último escalón cuando ya no quede nada más que los pueda salvar.

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