Quizá pocas personas vivencian la plenitud del momento presente, pero muchas están creando el ambiente para hacerlo. Los instantes de quietud nos posicionan como observadores imparciales dentro del drama en el espacio-tiempo. Encontramos nuestra identidad real en un instante de quietud, lo cual demuestra una contraposición con las imágenes articuladas por el ego acerca de nosotros mismos, por eso es necesario soltar esas imágenes.
El ego inventa el futuro a través del deseo y fabrica el pasado a través del lamento. Pero ni el pasado, ni el futuro existen en verdad, son sólo presentes recordados o anhelados.
Pensar, sentir y desear son facultades de la mente menor. La mente mayor no está asociada a los sentidos del cuerpo. Aunque pensar, implica estar en el pasado, es difícil reconocerlo. Nos resulta arduo comprender que nuestra mirada convoque ineludiblemente al pasado. Aun así, estar en el momento presente, y sentir ese instante, requiere soltar pensamientos de separación como una práctica constante. Nuestra mirada está construida a través de numerosas asociaciones subconscientes que nos llevan a registrar formas, colores y demás patrones que hacen de todo el conjunto, un recuerdo.
Es por eso que no pensar nos relaja, y al principio de la práctica la persona se duerme. El silencio nos remonta a un estado desconocido pero de insondable paz. Mirar este mundo y declarar “no entiendo nada”, nos abre los portales a un nuevo reino, sin límites. Aunque vamos contactando con un torbellino de pensamientos atrasados, un ser profundo parece darnos la bienvenida. En ese estado el ego ya no puede etiquetar ni nombrar a los objetos como antes. Hay una ciencia en Oriente que enseña por medio de la repetición de mantras (sílabas sagradas) a salirnos del tiempo lineal y su condicionamiento. El libro Un curso en milagros nos brinda una guía invaluable para el desasimiento del ego. La idea detrás de los sistemas de meditación tradicionales es soltar las creencias fabricadas por el ego y así limpiar las estructuras de pensamiento basados en el temor.
Cierta vez, un profesor de meditación preguntó a un caballero, a solas, luego de su clase:
—Señor ¿usted tiene miedos?
—¡En absoluto! –respondió el caballero–
Con aceptación el profesor asintió e hizo una segunda pregunta:
—¿Quizá tenga alguna preocupación?
—Oh! Muchas. ¡Como todos! –exclamó el caballero–
—Bueno. –dijo el profesor–
—Junte todas sus preocupaciones y hallará un gran miedo.
Las sensaciones de temor, culpa o ira deben ser liberadas por nosotros a través de la observación detenida y una aceptación profunda en la calma de nuestros días. Pero en general, nuestro ego cubre con placeres efímeros estas sensaciones que vienen del pasado, o las sostiene día tras día justificándolas como preocupaciones “razonables” dentro de un mundo de supervivientes. No las enfrenta en la mente para verlas, aceptarlas y liberarlas. De esta manera, las asentamos y nos demostramos que son reales y temibles. Esta evasión en nuestra mente permite que se sigan manifestando realidades o sucesos que son exactamente aquellos que no queremos y que luego criticamos duramente en el mundo.
El ego emite constantemente declaraciones para tapar la verdad más obvia: “Tienes todo y no necesitas más que reconocer tu compleción o abundancia”. El ego busca completarse con cada compra, con cada relación, con cada ganancia y con cada mención, pero nunca lo logra. Esto sucede porque el ego fue engendrado justamente como portavoz de la ilusión de escasez y de la creencia de haber ofendido a Dios. Así que buscar la felicidad en el mundo que ve el ego es la mejor garantía para la infelicidad.
Somos completamente nosotros cuando soltamos todas las conductas defensivas, aprendidas en el mundo de los egos. Tenemos una real experiencia de quienes somos cuando soltamos todos los significados viejos de la mente y nos sentimos bien sin causa aparente. Para algunos muy adheridos a lo falso, soltar les puede causar vértigo e incomodidad, pero sólo hasta que tomen experiencia. En verdad, las defensas del ego únicamente nos ocultan de la luz radiante de nuestra impecable identidad real, ahora velada por una culpabilidad inventada.
Alguien puede decir: “No se qué hacer cuando pienso en eso, más que sentirme mal”. Sólo sentirse mal es la opción más dura. Es a través de nuestros juicios que perpetuamos las causas que producen malestar. Cualquier valoración ya sea positiva o negativa es suficiente para darle existencia a algo, que puede ser tanto verdadero como falso. Así que la clave del bienestar estriba en dejar ir o soltar toda percepción mental de dolor, apego o ira. Cuando decimos “te amo, perdóname” o “entrego este pensamiento”, es cuando comenzamos a sentir una nueva voz, nuestra poderosa guía interior. Hemos entregado a lo Divino todo lo que teníamos, nuestro niño interno. Luego de esto hay una experiencia de liviandad esperada.
De criaturas, nuestros padres nos enseñan que ni bien sentimos una incomodidad en el vientre podemos y debemos liberar. Como adultos, sentimos esos mismos síntomas y corremos al baño, ya sabemos que hacerlo es una experiencia placentera, otras veces no tanto, pero obligatoria. Sin duda nadie escogería ponerse a especular en los momentos de presión intestinal. De la misma manera, la conciencia también se estriñe si no liberamos con idéntica determinación. Muchos de los pensamientos y sensaciones que sostenemos a diario son sencillamente residuos tóxicos de experiencias pasadas que no largamos, que no soltamos, que no perdonamos.
Vamos comprendiendo entonces, como las imágenes mentales de dolor, apego e ira aparentan ser una ganancia o beneficio porque el ego así las considera. En verdad, cualquier incomodidad en la mente surge para su liberación y para que tengamos la experiencia de que somos y estamos más allá de ella. Las incomodidades están allí para que ahondemos en soltar y fluir, para vivenciar que nunca perdemos y que vivimos siempre, allende la forma y el tiempo, unidos en el insondable amor de Dios.