El cementerio El Salvador es una ciudad del silencio y la memoria, donde se fusionan la historia, el arte y la arquitectura. En sus once hectáreas se emplazan más de 32 mil tumbas, con unos 60 mil inhumados. Se levantan panteones fastuosos y sobrios nichos que encierran la historia de Rosario. Inaugurado el 7 de julio de 1856, su primer sepultado fue un joven de 18 años, Agustín Sánchez, aunque el día anterior se habían enterrado a dos niños mellizos, de apenas tres días de vida, Laureano y José Ibarra. La antropóloga Sylvia Lahitte, a cargo del Área de Preservación del Patrimonio del cementerio y Viviana Zampanini, guían a El Ciudadano: ambas coordinan el “eje 1” del Plan Maestro que se lleva adelante desde que el año pasado asumiera la arquitecta Marina Borgatello. En la presente etapa se hizo un diagnóstico operativo, económico y cultural de la necrópolis con propuestas de mejoramiento. Además, todos los segundos y cuartos sábados de cada mes, desde las 10.30, se realizan las visitas guiadas por El Salvador donde se le ofrece al público un recuerdo de personajes y vivencias pasadas, donde el visitante reconoce las historias de muchas vidas.
—Por su valor arquitectónico y cultural, ¿se podría decir que El Salvador es un museo a cielo abierto?
—Tratamos de abrir el cementerio a la ciudad, que no sea un patrimonio cautivo. Detrás de las paredes del cementerio lo que hay es un museo de arte. En el siglo XIX, los habitantes de Rosario han sido muy prolíficos en sus actividades y la idea es rescatar esas historias de gente que hizo grande a la ciudad. La cultura en los cementerios tiene un aspecto tangible que son todas las manifestaciones culturales, como los panteones, sus obras, sus esculturas, sus imágenes, la simbología. Su ingreso principal con un propileo importante, una calle central donde hay edificios fastuosos, donde en el recorrido hacemos una descripción arquitectónica. Luego está la parte intangible, que tiene que ver con la biografía de los personajes, los dueños de los panteones y las marcas de la burguesía rosarina de fines de siglo XIX y principios del XX.
—¿Cuál es la reacción de la gente durante las visitas?
—Por suerte viene mucha gente y se produce una interacción muy interesante. Incluso contamos con el aporte de familiares que nos cuentan cosas de sus antepasados y eso enriquece la recorrida. Nosotras investigamos sobre cada familia, sobre la gente que hizo cosas por Rosario. Describimos no sólo a las personalidades sino a la parte simbólica, los ángeles, también hay mucha simbología masónica que era algo común a principios del siglo pasado. Hay gente que viene siempre, también contingentes de escuelas de fotografía, alumnos de escuelas de arte.
—¿Las familias de buena posición trasladaban su manera fastuosa de vivir en la construcción de sus panteones…?
—Totalmente. Hasta mitad del siglo XX el ritual funerario era más importante, se celebraba el Día de lo Muertos, los panteones eran construidos por la alta burguesía rosarina que estaba consolidándose y trasladaba la fastuosidad en la que vivía al panteón, trayendo trabajos de los mejores escultores italianos, por ejemplo. Esta necrópolis puede ser considerada como la más valiosa del país por el predominio de obras escultóricas de grandes artistas inmigrantes. Muchas familias importaron no solamente los materiales sino también las esculturas, diseños y adornos del exterior desde Pisa, Milán, París o Firenze. Hay trabajos de famosos arquitectos de la ciudad como Leiga, Bosco, De Lorenzi y Ángel Guido, cuya tumba tiene similitudes con el Monumento a la Bandera que él creara.
—¿Cuáles son las personalidades o personajes que destacan en las visitas guiadas?
—Al visitante le entregamos un programa donde figura el mapa del cementerio, con sus calles allí figura numerado el lugar donde se encuentran nuestros antepasados que dejaron cosas importantes a la comunidad: Lisandro de la Torre, Enzo Bordabehere; Francisco Netri, del Grito del Alcorta; Nicanor Frutos, que participara de la Guerra del Paraguay; Ovidio Lagos, Juana Blanco, Luis Lamas, un edecán de San Martín, Manuel Alejandro Pueyrredón, quien cruzó Los Andes y escribió la travesía, el diario de viaje. Marcelino Freyre, que luchó en la Guerra de la Triple Alianza, o Pedro Nicolorich, poeta y periodista. Pero también la historia de familias como los Rouillon, Pinasco, Astengo, Echesortu, Beristain, Culaciati o Recagno. También visitamos a quienes vivían en Rosario y tenían estancias como Camilo Aldao, Ibarlucea o Zenón Pereyra. Artistas como Emilia Bertolé, el escultor Herminio Blotta, Alfredo Guido, una beata para ser canonizada, la mayorina Hermana María de Lourdes del Santísimo Sacramento, Sierva de Dios, de la Escuela Verbo Encarnado. Las mujeres que tenían una gran actividad filantrópica, por ejemplo, Margarita Mazza de Carlés, que estaba vinculada a todas las instituciones de bien de aquellos años, siempre disponible para los más necesitados. Su panteón está en restauración, tiene azulejos del Paso de Calais en el norte de Francia, se traían de ahí, es único. Otras mujeres, como Dolores Dabat, fundadora del Normal Nº 2; también la educadora Juana Elena Blanco o Josefina Prelli, pianista reconocida en el exterior de principios del siglo XX vino a Rosario y fundó la Escuela de Música del Normal 2…
—El cementerio cuenta con sus propios personajes, ¿los trabajadores cuentan historias de apariciones o fantasmas?
—Hay mucho hermetismo, nadie te cuenta nada raro. La gente que trabaja en los panteones no es de contar. Hay historias como la de Ana Nadeuz, en la década del 30: Quedó viuda muy joven, recién casada, y venía al panteón a tejer y hablarle a su difunto hasta que enloqueció. Hay un señor que hace más de 20 años viene cada mediodía, llueva o truene, con frío o calor, y le trae una flor a su madre. O la tumba de Lisandro, que todos los días tiene un clavel rojo y otro blanco y no podemos descubrir quién los pone.
—No hay nada que envidiarle al famoso cementerio de la Recoleta…
—El Salvador es el doble de grande y cuenta con un patrimonio histórico superior. Hay una Red Iberoamericana de Cementerios Patrimoniales que convoca a la gente que trabaja en cementerios como arqueólogos, historiadores, sociólogos, tanatólogos. Se hace un encuentro anual y este año se hace un congreso del 11 al 15 de octubre en Brasil, en la localidad de San Salvador de Bahía, y estaremos representando a Rosario. Allí expondremos sobre el Plan Maestro que diseñamos para generar propuestas didácticas que en este caso es trabajar con la Escuela de Museología, hacer un manual de restauración, trabajar con arquitectos, con la historia oral…
—En los 90 irrumpieron los cementerios jardín, ¿hay un cambio en las costumbres respecto a las inhumaciones?
—En general, la sociedad tiene a negar la muerte, siempre vemos la muerte del otro; como que nunca nos va a llegar, tratamos de minimizar para negar. Han aparecido otras manifestaciones o rituales como la tanatología, que es una ciencia de la muerte y del morir , que ayuda a la gente a pasar el trance y tiene que ver con la reformulación de los espacios, que los familiares tengan un lugar más ameno para velar al difunto. El ritual se está resignificando de acuerdo a la época. Hubo un momento que se negó y que se está pasando a otra etapa. Pienso que a los cementerios jardín les está faltando identidad, son como no lugares, igual que los shopping, los aeropuertos, o supermercados, no hay nada patrimonial para rescatar.
—El cementerio incorporó el Paseo de los Ilustres y Memorabilia. ¿Están incorporados a las visitas guiadas?
—La idea original del Paseo es homenajear a quienes hicieron cosas por Rosario, entonces invitamos a sus familares y descubrimos una placa, algo sencillo, donde incluso vienen músicos de cámara a tocar, un momento íntimo donde hacemos una reseña. Hacemos tres o cuatro en el año. Allí están Ovidio Lagos, Manuel Arijón, Dolores Dabat, Ángel Guido, Juan Grela, Gabriel Carrasco, Pascual Rosas, Lisandro, Emilia Bertolé, el matrimonio Firma y Odilo Estévez, el doctor Juan José Stafieri, Juana Elena Blanco, Enrique del Valle Ibarlucea, el ex intendente Luis Lamas y próximamente le rendiremos tributo a María Hortensia Echesortu. El Memorabilia es un lugar concebido desde y para la memoria. Se han recolectado fotos, esculturas y algunas obras de arte que han pertenecido a sepulturas y que con el correr del tiempo han quedado abandonadas. Quisimos rescatar la memoria de miles de rosarinos que también forjaron la ciudad.