Por Juan Aguzzi.
En un Metropolitano lleno exactamente hasta su mitad, que fue el espacio habilitado para la ocasión, se presentó anoche Roger Hodgson, la inconfundible voz de una de las bandas que hizo historia grande en el rock Supertramp.
El músico inglés subió al escenario acompañado de una banda que ejecutó con elegancia e intensidad los grandes temas de Hodgson tal cual sonaban en el gran grupo del que supo ser líder y uno de los compositores junto a Rick Davis, también vocalista, quien aportaba en el armado de temas. Fiel a una concepción sinfónica de su música, como la posta que tomó Supertramp cuando el rock sinfónico estaba decayendo a mediados de los 70, esta formación contó con cuatro teclados, dos tocados por distintos músicos, y los dos restantes, incluido un piano acústico de pequeña cola, por el propio Hodgson. El tecladista –uno de los cuatro jóvenes de la formación–, de origen canadiense, también se encargó de los saxos y clarinete, y tocó flautas y armónica y acompañó en percusión; un bajista y un baterista, ambos norteamericanos, dieron un soporte de una espesura monumental y compacta. De este modo, y con una simpatía y comunicación envidiables, que por supuesto el público acompañó con cánticos bien futboleros y de aguante y aceptación, algo que maravilla a los músicos extranjeros, Hodgson dio rienda suelta a un setlist que contenía por lo menos diez temas que buena parte de los presentes había escuchado y seguramente conformaba un caudal importante de su imaginario musical, y que en esta ocasión corearon entusiasmados o pidieron a viva voz su interpretación antes de que, generoso y dispuesto, el ex Supertramp los complaciera.
Hodgson es un dúctil instrumentista y tiene la voz intacta; pasa de los teclados a las guitarras acústicas y presenta casi todas las canciones aludiendo al momento en que fueron compuestas o a los motivos de inspiración, refiriendo a sus sueños con chicas bonitas en California (porque no conocía las argentinas, aclaró) o al valor de la libertad que plasmó en la canción “Death and a zoo”, que menta, a través de la figura de un animal, la oposición entre ser libre o estar enjaulado de por vida .
Sin duda, el lugar ganado con Supertramp permite a Hodgson ejercer un dominio de la escena y de la andanada rock-pop que despliega como un artificio cuidado hasta el último detalle, con muchos pasajes instrumentales, como lo demuestra el impresionante “Fool’s Overture”, es decir, la música de Hodgson parece apuntar fundamentalmente a generar climas, algo que ya fue originario de Supertramp y que esta banda traslada con eficacia y esmero, para hacer sonar las canciones tal cual prendieron en la gente.
Hodgson demostró que el tiempo no melló su voz y los registros agudos, casi de tenor, con que entonó varios de esos hits que atraviesan el tiempo y que tuvieron su bautizo con “Take the long way home” y School”, fueron marcando el ritmo de un encuentro que por momentos se pareció a un festejo colectivo.
Así sonaron “Lovers in the wind”, “Easy does it”, “Sister Moonshine” –que por momentos parece un tema del Genesis comandado por Phill Collins–, la incomparable y anti generacional “Breakfast in America”, a las que Hodgson fue introduciendo con algunas frases en un español bastante flojo y un inglés claro y preciso y dándoles un carácter íntimo para compartir con un público dedicado a escuchar atentamente cada frase de Hodgson. La insustituible “The Logical song”, la danzarina “Dreamer”, la más compleja y percusiva “Child of vision”, fueron puntuando un encuentro musical que revisitó aquél de hace más de diez años atrás –cuando el músico inglés pisó por primera suelo rosarino– pero que volvió con una energía renovada, con una puesta impecable y muy vistosa, con músicos afilados en sus instrumentos y con la clara convicción de Roger Hodgson de estar haciendo lo que mejor sabe de la mejor manera.