A principios del siglo XX, Rosario fue apodada “La Barcelona argentina” por la cantidad de militantes anarquistas que cobijaba, al igual que la ciudad catalana. Sin embargo, ese mote se perdió y la urbe santafesina fue ganando otros. Los historiadores, en tanto, debaten cuándo labrar el acta de defunción de dicha hegemonía ácrata en el proletariado criollo. Algunos sostienen que en el marco del Centenario de la patria, en 1910, la feroz represión desatada por los conservadores puso en jaque y debilitó notablemente a las organizaciones libertarias. Otros apuntan a las huelgas de 1919/20 como punto cúlmine de la experiencia anarquista, mientras que otros se animan a afirmar que en la década del 30 había un número importante de anarquistas, tal vez hasta el comienzo de la Guerra Civil Española que convocó a muchos, o el propio peronismo que, ya entrados los 40, arrasó con esas experiencias y atrajo a la clase obrera argentina. ¿Qué pasó después con esas formas de lucha y de vida, y esas organizaciones que formaron la cultura anarquista? Se puede decir que no se perdieron totalmente sino que, en gran medida, permanecieron en algunos aspectos de la sociedad.
Darwin Fernández decidió no seguir los postulados anarquistas que abrazaron sus padres, sino que prefirió hacer su vida a otro ritmo. A diferencia de su hermano Juvenal, un destacado referente anarquista rosarino que fue nexo entre los viejos libertarios y los actuales y jóvenes militantes, como Carlos Solero, Pedro Munich o Angelita Sánchez, Darwin mantuvo un perfil bajo y fue ferroviario y comerciante, viviendo en distintos lugares del país. La militancia no fue su estilo de vida pero, sin embargo, hubo otros aspectos de los anarquistas que practicó, como la vida naturista, el amor por las artes, la solidaridad o la humildad.
“Mi vieja me separó de lo político, conmigo cumplió su rol de madre. Sin embargo, no podía terminar con su militancia. Yo la acompañaba a la cárcel a visitar a los presos políticos”, es la primera impresión que arroja de su madre, Manuela Bugayo.
Hijo de dos grandes dirigentes libertarios de Rosario, Paulino Fernández y Manuela, que fueron la segunda generación de militantes en la ciudad, también es hermano del recordado Juvenal, que conectó a las antiguas tradiciones ácratas con los anarquistas del presente. En ese sentido, Darwin es un eslabón perdido, corrido de escena del anarquismo rosarino porque, más allá de no haber militado, transporta la política y la cultura de los libertarios de aquellos tiempos.
“Gracias a mi mamá yo comencé a trabajar como fotograbador. Hacíamos piedras (moldes) para los hermanos Mueller. Desde ahí yo me iba al «Refugio» que estaba entre San Juan y San Martín, en el segundo piso del mercado central. Un lugar fabuloso donde aprendí dibujo, al carbón, con lápiz. Siento no haber continuado allí”, recuerda mientras agrega: “El mundo de los anarquistas era un campo en el que yo mucho no intervenía”.
Sus padres se separaron cuando era chico, y por eso tuvo una relación casi inexistente con su padre. Paulino Fernández era asturiano y fue representante del diario La Protesta en Rosario. También fue compañero de Joaquín Penina, incluso cuando cayó preso “él también fue a parar a la cárcel”, señala Darwin. Era una persona reconocida que también tenía contactos con Diego Abad de Santillán. Trabajó en el ferrocarril de la estación del Oeste y en reparación de trenes. “Era un buen tipo, en el buen sentido de la palabra”. Hacia el final de su vida, pudo reencontrarse con Darwin y su familia.
En cuanto a su madre, Fernández recuerda a una mujer luchadora que batalló frente al sistema de explotación, llevando cultura a los trabajadores y trabajadoras, principalmente, en su biblioteca, e incluso frente a un cáncer que tras largos años de pelea terminó por doblegarla.
“Un sobrino mío que era psicólogo me decía que mi mamá era fálica. En realidad pienso que era una mujer, que defendía los derechos de género y por eso se fue separando también del núcleo dirigencial de los anarquistas, como una crítica a su machismo”, reflexiona.
“La mujer no es mejor ni peor que el hombre, no tiene que ir ni adelante ni atrás, sino a la par, me decía más o menos mi vieja”, agrega.
Su madre se fue joven de su casa, un hogar rico porque su padre había sido empresario del cuero en Buenos Aires. Se instaló luego en Alvear y en Rosario, donde empezó a militar en el anarquismo trabajando como modista. Acá organizó grupos de mujeres y fundó el Centro Femenino Luz en la oscuridad con la biblioteca Eliseo Reclus. Ahí fue un temido inspector de Policía, a principios de los años 30, a intentar clausurar el local, y a quien “mi madre se enfrentó de cara a cara”, recuerda Darwin, quien afirma que también era tesorera de la Federación Obrera Local de Rosario (FOLR) y del Comité Pro Presos, al afirmar: “Se encargaba de repartir víveres y ropa a los presos. Iba a la cárcel de encausados y a Coronda”.
Por último, rememora también, entre satisfacción y nostalgia, que su madre “como naturista incluso aprendió a nadar de adulta. Iba al club naturista (al lado de Náutico) y otro en el arroyo Saladillo. No comían carne, disfrutaban el sol (…) se mudó a Alberdi donde tenía su huerta y de esa manera le ganó varios años al cáncer”.