Decenas de miles de brasileños se volcaron a las calles de unas 100 ciudades del vecino país para exigir servicios públicos de calidad y denunciar los gastos del Mundial de fútbol, pese a una ola generalizada de rebajas del precio del transporte, cuyo aumento desató la protesta.
La presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, a su vez, canceló el viaje que tenía previsto la semana próxima a Japón debido a la convulsión social que vive el país.
En Salvador de Bahia, la policía disparó gases lacrimógenos y balas de goma contra parte de los 20.000 manifestantes concentrados a 2 km del estadio donde juegan Nigeria y Uruguay por la Copa Confederaciones, que les tiran piedras para intentar traspasar una barrera policial, según periodistas de la AFP en el lugar. Al menos un manifestante fue herido por bala de goma, y también hay un policía herido.
«La gente en Salvador tiene la sangre caliente, van a matar a alguien. Esto no es Sao Paulo, tenemos sangre negra e india», dijo a la AFP un manifestante, Paulo Roberto, tras la acción policial.
Por primera vez, algunos sindicatos, organizaciones de la sociedad civil y partidos políticos -incluido el gobernante Partido de los Trabajadores (izquierda) y la Unión Nacional de Estudiantes (UNE)- declararon su intención de participar en las marchas, portando sus banderas.
Pero en Sao Paulo, integrantes del PT fueron recibidos con hostilidad por los manifestantes, que coreaban contra ellos insultos de grueso calibre y les gritaban «¡Oportunistas!». «¡Vayan para Cuba!», «¡Vayan para Venezuela»!, gritaban los manifestantes a los integrantes de la UNE.
Decenas de miles más se concentraron en la Iglesia de la Candelaria, en el centro de Rio de Janeiro, y marchaban hacia el estadio Maracaná, donde se enfrentaron España y Tahití (10-0).
«¿Hay mucha gente en el Maracaná? Imagina entonces en la fila de la emergencia de un hospital público», se lee en una pancarta.
«La tarifa de autobús es el detonador de un gran movimiento que no tiene líder, pero esto no quiere decir que las personas no tengamos una dirección a seguir. A partir de ahora, los políticos nos prestarán más atención», dijo a la AFP Carolina Silva, una funcionaria de Petrobras de 35 años.
En Brasilia, la capital del país, los manifestantes marcharon hasta el Congreso y se dirigen ahora al palacio de la Presidencia, cantando «Soy brasileño con mucho orgullo». La policía frena su paso con varias barreras de seguridad.
«Hasta el Papa renunció, Feliciano, tu hora llegó», cantan los manifestantes, pidiendo la renuncia del diputado y pastor evangélico Marcos Feliciano, que preside la Comisión de Derechos Humanos y Minorías de la Cámara baja y es acusado de homofobia y racismo.
Un grupo de indígenas Xicrin del estado amazónico de Pará se suma a la protesta con sus pinturas en el rostro, plumas, arcos y flechas. «Tenemos que proteger nuestras tierras y nuestras selvas», dice uno de ellos.
En Recife, otra sede de la Copa Confederaciones, un ensayo general para el Mundial del año próximo, más de 100.000 personas ganaron las calles, según la policía. A medida que la multitud avanza pacíficamente por el centro de la ciudad, la gente les lanza papeles blancos desde lo alto de los edificios.
Gigantescas marchas se desarrollan en unas 100 ciudades y nada presagia el fin de este movimiento apolítico, que carece de liderazgos identificados.
Las protestas, que han dejado perplejo al gobierno y a la clase política, comenzaron exigiendo la revocación del aumento del precio del boleto de autobús, metro y tren. Pero rápidamente sumaron otros reclamos y denuncias, como los 15.000 millones de dólares de dinero de los contribuyentes destinados a la Copa Confederaciones y el Mundial 2014.
Los manifestantes, en su mayoría jóvenes, educados y de clase media, expresan su indignación por el aumento del costo de vida y la mala calidad de los servicios, en momentos en que el país, mundialmente famoso por sus programas sociales que sacaron a millones de la pobreza, registra un decepcionante crecimiento económico y una inflación en alza.
También denuncian la corrupción arraigada en la política brasileña y reclaman mayores inversiones en educación, salud y seguridad. Estas son las mayores protestas en dos décadas en Brasil, un país donde la población no acostumbra salir a las calles a expresar su descontento.
La marcha atrás de masiva de alcaldías y gobiernos estatales en el aumento del precio del boleto de metro, tren y autobús no logró frenar las protestas. «Ya tuvimos una primera victoria, pero estamos acá por el pase libre. Sao Paulo tiene dinero suficiente para que el transporte sea gratis», dijo a la AFP Carolina Piñones, una estudiante de 26 años que manifestaba en la metrópoli.
Las capitales estaduales de Curitiba, Natal, Belo Horizonte y Campo Grande anunciaron rebajas en el precio del transporte público, siguiendo los pasos de Sao Paulo, Rio de Janeiro, Porto Alegre, Cuiabá, Recife y Joao Pessoa.