“El crecimiento de la deuda externa como resultado de esta acción, lejos de ser motivo de preocupación refleja, pues, un éxito importante”. Las discutibles palabras corresponden al exministro de la última dictadura José Martínez de Hoz, al evaluar en 1981 su propia gestión, iniciada en 1976, y sirven como disparador para un debate necesario.
Más allá de cuáles sean los resultados de las negociaciones que el gobierno encara por la deuda pública en default, luego de un fallo de la Justicia estadounidense favorable a fondos buitre, el consenso de analistas económicos y en sectores políticos es que el país tarde o temprano volverá a tomar créditos en el exterior.
El endeudamiento en sí no parece ni positivo ni negativo: es una herramienta a la que recurren todos los países, pero en el caso de la Argentina las preguntas se acumulan.
¿A qué tasas y a qué plazos se obtendrá el nuevo financiamiento? ¿Con qué objetivos?
¿Qué nivel de endeudamiento se permitirá a su vez al sector privado, al que ya una vez a principios de la década del 80, durante la dictadura militar, el Banco Central salió a cubrir haciéndose cargo de cuantiosas acreencias?
¿Qué peligros habrá de que la deuda externa pública y privada se conviertan a la larga en una mochila demasiado pesada, que recaiga, sobre todo, en los sectores más postergados, como ocurrió en décadas pasadas?
En un reciente informe de la consultora Econométrica, que encabeza el ex funcionario radical Mario Brodersohn, se recordó que “la deuda pública tuvo un rol protagónico las últimas décadas, financiando un nivel de consumo que a los argentinos nos hacía creer del primer mundo, pese a que la industria desaparecía, el desempleo aumentaba y la pobreza escalaba”.
“La realidad no demoraba en llegar y tras los períodos de fuerte endeudamiento, Argentina entró en default el último año de la dictadura y el último año de la convertibilidad”, se indicó.
Los números aportados por Econométrica resultan bastante claros: la deuda pública neta, excluyendo la que se da al interior del propio sector público, se incrementó entre 1976 y 2001 en 185,1 mil millones de dólares.
Al contrario, entre 2004 y la actualidad se registró una reducción, que se calcula en 89,1 mil millones de dólares.
Es interesante entonces repasar la retórica del primer “gran endeudador”, Martínez de Hoz, porque allí aparecen argumentos que podrían ser utilizados en el futuro para adoptar políticas equivocadas.
Decía el ex ministro en su libro Bases para una Argentina moderna. 1976-80, publicado tras dejar el Palacio de Hacienda, que el endeudamiento que había producido durante la dictadura era signo de “éxito”.
Allí, a pesar de haber más que triplicado la deuda externa total durante su gestión -al tiempo que la fuga de capitales se había multiplicado en la misma proporción-, Martínez de Hoz defendía con firmeza el endeudamiento, como una muestra de “confianza” en el país.
Para el ex ministro, se registraba una “inconsistencia de las expresiones alarmistas que se han hecho públicas sobre el monto de nuestra deuda externa”.
A pesar de que el endeudamiento principalmente alimentaba el exponencial aumento de la fuga de divisas, Martínez de Hoz sostenía que el objetivo central de las deudas eran mejoras en infraestructura.
“Durante el curso de nuestra gestión se desarrolló una importante acción de infraestructura económica para hacer frente a las urgentes necesidades del país en materia de energía eléctrica, transportes, telecomunicaciones, obras viales y portuarias, como también para la exploración y explotación de petróleo y gas, por mencionar solamente los rubros principales”, indicaba Martínez de Hoz.
Señalaba además: “Como ya hemos mencionado, esto se logró en las mejores condiciones de plazos, de interés y de precio, como reflejo de la confianza despertada en el mundo por la ejecución del programa económico del 2 de abril de 1976”.
Dos años después de aquellas afirmaciones, las condiciones internacionales cambiaron y la Argentina entró en default, en un contexto en el que -casi que no hace falta recordarlo- las obras de infraestructura encaradas por la dictadura no son precisamente las más recordadas y valoradas por los argentinos.
De la lectura del texto de Martínez de Hoz, impresiona además repasar las favorables condiciones que ofrecieron los mercados internacionales a un gobierno en el que la tan mentada “calidad institucional” brillaba por su ausencia.
Relata Martínez de Hoz:
“El crédito inicial de 1.000 millones de dólares para superar la virtual cesación de pagos externos existente en marzo de 1976 fue obtenido pocos meses más tarde, por un plazo de cuatro años y con un margen sobre la tasa interbancaria de Londres (LIBOR) de 1,875 puntos”.
“En 1980, en cambio, los créditos externos a mediano y largo plazo garantizados por la República (que alcanzaron 2.265 millones de dólares), fueron en promedio a 7 años de plazo, con un margen sobre LIBOR de 0,609 puntos, que en ese momento era una de las tasas más bajas en el mundo para países en desarrollo”.
“En septiembre de 1977 se realizó una colocación en marcos en Alemania después de ocho años de ausencia en ese mercado”.
“En abril de 1978 se colocaron por primera vez títulos argentinos denominados en yens japoneses”.
“En 1979 se reabrieron los mercados del franco suizo y del eurodólar”.
“El Banco Nacional de Desarrollo se constituyó en marzo de 1979 en la primera entidad del Estado que emitió una obligación internacional con cotización pública”.
Algunos elementos que brinda la Historia, apenas, para pensar en perspectiva qué tipo de endeudamiento sería positivo para el país y cuál no, en qué condiciones y en vistas a qué políticas públicas en el mediano plazo.