Juego, deporte, profesión, espectáculo, grandes negocios –legales y de los otros–. Todo eso puede ser la redonda cuando rueda. Desata, de los 22 del césped a millones, pasiones extremas. Seduce a los juegos del poder, construye identidades tan intensas como efímeras, sabe de violencia y corrupción. Y atrae todas las miradas. La del hincha, la del técnico aficionado, la del pronosticador del “Yo te lo dije”… y muchas otras. Y también la del historiador: Carlos Aguirre nació en Perú hace 56 años, y desde hace 20 da clases en la Universidad de Oregon, Estados Unidos, donde dirige el Centro de Estudios Latinoamericanos. Para él, seguidor de la “U” limeña desde niño, el fútbol no es un reflejo de la sociedad, pero sí una “ventana” útil para auscultarla. Y, hoy, una foto de la globalización: selecciones europeas con gran cantidad de migrantes y otras, latinoamericanas, en las que la mayoría de sus jugadores se terminó de formar y juega fuera de las propias fronteras son una de las notas sobresalientes de este Mundial, dice Aguirre a propósito de esas singulares identificaciones nacionales que produce la pelota.
Los partidos de Brasil los sigue desde Rosario, porque hasta el 17 de este mes dicta aquí, a estudiantes extranjeros, un seminario sobre “Deporte, cultura y política en Latinoamérica”.
“La retórica apunta a que todo el país está jugando el mundial, no sólo en la Argentina. Esta identificación entre 11 jugadores y el destino de una Nación es una construcción que han ido armando políticos y medios de comunicación. Cuando Brasil pierde el Mundial de 1950, el famoso «Maracanazo», eso se vive como una tragedia nacional.
Eric Hobsbawm, el historiador británico, decía que no encontraba otra manifestación más concreta y visible de lo que es una Nación que once jugadores detrás de una pelota.
Y yo no puedo mencionar otro fenómeno colectivo en el que se canten los himnos nacionales con tanto fervor, con los jugadores, y hasta llorando, como en un partido de fútbol”, describe Aguirre ese mar de contradicciones que, por eso mismo, le parece tan rico como objeto de estudio.
En “la ciudad de (Lionel) Messi”, como la llama, observó los festejos al cabo del triunfo de la selección argentina ante la de Holanda y recorrerá los murales dedicados al 10 del Barcelona y a Ángel Di María junto a los estudiantes extranjeros que participan del Programa Internacional de la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de Rosario.
De los orígenes
“Como historiador, me gusta remitirme a los orígenes, y al mismo tiempo reconocer una especie de geografía del deporte. El fútbol llega a Latinoamérica de la mano de los ingleses de una manera que no consigue en Centroamérica o el Caribe, donde la presencia más importantes era la de Estados Unidos. Por eso allí hay una tradición de béisbol, por ejemplo en Cuba y República Dominicana o Puerto Rico, donde el fútbol es muy marginal”, hace honor al oficio.
“En Latinoamérica, al principio, es un deporte de elite, y luego, entre 1890 y 1920, se convierte en uno de masas. Por varios fenómenos: el crecimiento de las clases populares y las comunidades obreras, la inmigración, la urbanización con la formación de barrios y sus correspondientes identidades, y sobre todo la posibilidad que el fútbol ofrecía de encadenar distintos fenómenos, como los vínculos con la política, las relaciones de clientelismo. Luego, en la época del profesionalismo, los gobiernos –Perón en la Argentina, Getulio Vargas en Brasil, entre otros– empiezan a darse cuenta de que ahí hay una especie de base social que les puede ayudar a desarrollar sus proyectos políticos, y entonces invierten en estadios, campeonatos. Hay una combinación entre la adopción del fútbol por parte de las masas con el papel del Estado
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Hinchas y ciudadanos
“A mí me cuesta aceptar esta idea de un país unido por el fútbol. No es cierto, es unido temporalmente para apoyar a la Selección, o a un equipo. Pero es una unidad frágil, que se desvanece muy rápido, es equivocado pensar que se trata de la unidad de una Nación o de un pueblo, es la unidad de los hinchas, allí somos hinchas, no ciudadanos unidos en favor de un proyecto común al que el fútbol puede contribuir. Aunque los políticos quisieran que así sea”, cuestiona Aguirre. Pero encuentra una fisura en este Mundial: “Me ha sorprendido, y entiendo que como lo transmite el canal oficial lo resalta, ver muchos carteles en los partidos de Argentina con lemas sobre los fondos buitres, o uno donde está Néstor Kirchner con Hugo Chávez y Maradona, por ejemplo. Eso no es muy común; podemos estar de acuerdo o no con el mensaje, pero revela –y me sorprende de una manera positiva– que hay hinchas de fútbol que no dejan de lado otros temas igualmente importantes como la política, la economía, la deuda”.
Globalizando la redonda
Redonda la pelota como el mundo, y el mundo globalizado que imprime singularidades al juego. “Es un cambio que noto de hace 40 años para acá. En el Brasil que salió campeón en los 70, los 22 jugadores jugaban en el país, en el de ahora, alrededor de 20 lo hacen en otras geografías. Y eso tiene un efecto, sobre el equipo mismo pero también sobre el conjunto de la práctica del deporte: sus fanáticos casi no los pueden ver jugar en vivo, no tienen esa conexión que tuvo, por ejemplo, un Pelé, que jugó casi toda su carrera en el Santos. El fenómeno de la globalización hace que estos futbolistas terminen, la inmensa mayoría, jugando en Europa”, destaca Aguirre. Como contrapartida, señala que los equipos del viejo continente, con Francia como pionera, fueron incorporando en sus planteles jugadores migrantes, en particular provenientes de sus antiguas colonias. Pero esa balanza, lamenta, no se detiene en el centro: si se relevan los equipos que llegaron a cuartos, la cuenta habilita a pensar en un campeonato europeo, ya que la mayoría de quienes disputan el Mundial juegan al otro lado del Atlántico.
Pero, de nuevo, los contrapesos que fuerzan las identidades propias de este juego, el único, dice el historiador limeño, capaz “de paralizar el planeta” es un mundial. “Estas formas de identidad tribales, asociadas al lugar donde uno nació, a la crianza, a los valores, a la comunidad, al barrio, y que por lo general siguen siendo muy fuertes, hacen que alguien como Messi, que ha hecho toda su carrera profesional en España, siempre haya dicho que quería ser campeón con Argentina”.
En casa de herrero…
Carlos Aguirre toma distancia para analizar el fútbol, pero no es uno de esos estudiosos ajenos al objeto de estudio. Y en su casa pasa lo que pasa en muchas. Él es hincha de Universitario Deportes (la “U”) y su esposa de Alianza Lima, eterno rival. Algo así como Newell’s y Central, o River y Boca.
“Alianza Lima fue fundado a comienzos del siglo XX por inmigrantes italianos, pero luego pasó a convertirse en un equipo identificado con un barrio, La Victoria. Hay parte de verdad y de mito en ello, pero se lo considera el barrio más negro de Lima. En sus inicios, Alianza estaba formado por mayoría de jugadores negros, y se asociaba a las culturas populares, los «negros de la Victoria». Eso ya no es así, pero en el imaginario colectivo lo sigue siendo. Y como otros equipos de extracción popular, tiene una mitología del sufrimiento, del equipo que se enfrenta a la adversidad, sin dinero, lo que se reafirmó en el espíritu de los hinchas en 1987 cuando se cayó el avión que llevaba de vuelta a Lima a sus jugadores, desde Pucallpa. Cayó al mar, una tragedia, no sobrevivió nadie”, cuenta sobre el equipo al que siguen su esposa y su hija. “Universitario de Deportes fue creado en la década de 1920 por estudiantes universitarios, pertenecientes a clases sociales que en el Perú se consideran blancas. Mi familia es de ese equipo. Un primo llegó a jugar profesionalmente en “La U”, incluso pasó una o dos temporadas en Boca Juniors, Luis Lafuente, un defensa central, lo que fue orgullo en la familia”, recrea sobre su propia adscripción y la de su hijo. “Casi una cuestión de género”, bromea sobre la división. Por eso el acuerdo: en su casa no se habla de fútbol peruano. En otras cosas sí hay coincidencia: para este Mundial, todos hacen fuerza por la Argentina.