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«Las hamacas de Firmat» entre lo mágico y lo real

En su libro, la periodista y escritora Ivana Romero cuenta sobre el famoso caso de los juegos de la plaza del barrio La Patria de Firmat, que se movían sin razón física aparente, un hecho que causó conmoción y trascendió fronteras.

Crónica
Las hamacas de Firmat
Ivana Romero
Editorial Municipal de Rosario 2014
Páginas 83

Lo mágico y lo real transitan por caminos paralelos, aunque por momentos se tocan y cruzan así una línea difusa que marca el límite de un mundo en donde todo es posible. En el libro Las hamacas de Firmat (Editorial Municipal de Rosario), la periodista y escritora Ivana Romero cuenta sobre el famoso caso de los juegos de la plaza del barrio La Patria, hecho que causó conmoción, no sólo en la comunidad santafesina, sino que trascendió las fronteras del país.
El disparador que motivó a Romero a trabajar en la historia fue simple y no menos increíble: las hamacas de la ciudad en que nació se movían sin cesar, sin causa aparente, incluso, lo hacían cuando no había viento. Pero hay más: en algunas ocasiones, si soplaba una brisa fuerte, se mecían dos y una quedaba quieta. Nadie nunca pudo encontrar una explicación.
De repente, Firmat se vio convulsionada. Por un lado, fue el estupor que provocaba el fenómeno, al que los habitantes de esa ciudad lo atribuyeron a la muerte de un niño en la plaza, aunque nunca supieron quién era ese chiquito ni cómo fue que falleció, y nadie pudo tampoco encontrar a sus padres para entrevistarlos. Por otro, la tranquilidad de la localidad santafesina, con poco menos de 30 mil habitantes, de repente, fue invadida por un aluvión de curiosos, investigadores, fanáticos de fenómenos paranormales y también por periodistas porteños, chilenos, estadounidenses y hasta japoneses. Los movimientos sin explicación generaron también la aparición de un “hamacólogo”, un personaje firmatense que dirige una FM local y que se convirtió en una suerte de especialista del fenómeno de los juegos.
Durante muchos meses se vivieron situaciones en las que se mezclaban el delirio y la sorpresa; la curiosidad y la angustia. Tal vez, sensaciones similares a las que Roberto Fontanarrosa mostró en su cuento “Yoli de Bianchetti”, en el que una ecónoma, al estilo Nilda de Ziemenzuck, conduce un programa de cocina por cable desde una pequeña ciudad del sur de la provincia. Pero en el cuento del Negro, ocurre que la señal de televisión traspasa las fronteras, llega a otros planetas, y así la mujer de pueblo conquista el corazón de un extraterrestre que, de buenas a primeras, se aparece en la tranquila ciudad y hace que la mujer, ama de casa y cocinera, se separe de su marido, hecho que, en una ciudad pequeña, causa un revuelo impensado.
Como en la crónica de Romero o en el cuento de Fontanarrosa y tanto en la imaginación como en la realidad, todo puede ser posible en los libros. “Porque la escritura es un acto de fe –dice la autora–, de manera que tiene también cierta creencia en lo mágico”.
—¿Cómo das el puntapié inicial para esta crónica?
—En una de las veces que volví a Firmat, de donde me fui hace más de diez años a Rosario primero y después a Buenos Aires, asistí a una fiesta que había organizado en la plaza la gente de la vecinal del barrio La Patria. Había música y las hamacas se movían al ritmo de los Wachiturros. Pero una vuelve y no sabe muy bien qué pasa ahí o qué va a pasar. Yo llevaba mi grabador y mi libreta de anotaciones para poner en práctica lo que uno mejor conoce que es el método periodístico: vas, mirás, contás, escribís, grabás o tomás notas…pero ¿qué pasa cuando una vuelve a un lugar que conoce mucho y que, cuando prendés el grabador, te dicen: “Hola qué tal, ¿cómo anda tu papá?”. Algo que en Buenos Aires, obviamente, no me ocurre. Así que no fue sencillo.
—Habiendo nacido y crecido en Firmat, ¿este libro tiene mucho de autobiográfico?
—Lo que habilita es la construcción de un yo de ficción tamizado por la escritura, por los recuerdos. Pero es un yo que no es exactamente Ivana Romero, porque la escritura transforma la memoria en otra cosa, en una construcción bastante más complicada y es en ese lugar en que sitúo ese yo autobiográfico. Por ejemplo: en un momento hablo de un líder importante de la década del 70 que muere en condiciones muy brumosas, en 1974, cuando operaba la Triple A. Mi tío era el segundo de este señor, con una historia que arranca en 1966. Con todos esos elementos, yo sentí que tenía una historia para contar que, si bien era del orden autobiográfico, podía ser parte de una memoria colectiva.
—Además de las hamacas, ¿Firmat tiene fantasmas?
—Yo creo que sí, pero me parece también que es una cuestión de todos los pueblos. Fijáte lo que pasó con Ignacio Guido, el nieto de Estela, que vivía en un pueblo y que todos sabían que era adoptado pero tuvo que morir alguien para que otro se anime a hablar y así se sepa la verdad. Desde mi percepción, lo que sucede es que del mismo modo en que en las grandes ciudades ocurrieron cosas terribles y nefastas, y que se supieron gracias a los juicios y a la construcción que alienta el Estado a favor de la memoria la verdad y la justicia, se ha avanzado mucho en recuperar una historia en recuperar una militancia y todas esas voces que fueron cercenadas. Pero esos procesos que se dan en las grandes ciudades de manera más evidente, en  los pueblos o en lugares como Firmat, tienen otros tiempos.
—¿A qué procesos te referís?
—Por ejemplo: en Firmat hay una gran cantidad de cosas aún no dichas sobre lo que ocurrió en los años 70. También se da una constante y creo que ocurre en todos los pueblos: es el hablar desde lo singular para hablar un poco de lo colectivo.
—¿A medida que avanzabas en la investigación aparecían todo esos fantasmas?
—Están todos los fantasmas: el niñito de la hamaca como una gran metáfora, porque cuando yo escribí eso de que “las hamacas que se mueven solas en un barrio que se llama La Patria” parecía que estaba haciendo una construcción de ficción cuando en realidad eso es lo que sucedió. Tiene un grado de simbolismo importante pero nosotros, los periodistas, que nos manejamos con la realidad, sabemos que en los pequeños detalles hay una posibilidad enorme de hacer ficción.
—Además de periodista, sos poeta ¿Preferís la realidad o la ficción a la hora de escribir?
—Yo soy una enamorada de lo real, de lo cotidiano y sé que en los gestos de las personas y en lo que las personas dicen hay un tesoro enorme y se van tejiendo historias que muchas veces la ficción intenta copiar o evocar, pero a mí me enamora lo cotidiano y desde ahí construyo un registro que tal vez tenga más que ver con la ficción. En el libro, el tema de las hamacas y la idea de lo fantasmagórico son también un doble juego sobre la construcción de un mundo que pertenece a otro lugar y que de repente viene y se instala en éste, y eso es lo que causa un poco de resquemor.
—¿Cómo fue la construcción de este libro?
—El proceso de este libro fue una reconstrucción de la memoria desde un espacio de vocación íntima que acá en Buenos Aires no ejercito tanto porque en Buenos Aires los lugares no tienen el significado que tienen para mí Firmat o Rosario, en donde viví varios años. En Buenos Aires pasan cosas todo el tiempo pero cosas que no tienen que ver con la memoria emotiva, a diferencia del lugar de la que una viene.
—¿Qué repercusión tuvo el libro en Firmat?
—El libro salió un viernes y al sábado siguiente lo fui a presentar a Firmat, en un momento que estuvo buenísimo porque fue, justamente, cuando la vecinal del barrio La Patria había organizado la primera feria del libro de autores locales. Yo no había vuelto a Firmat desde finales de 2012 y ahora lo hice hace unas semanas con mi libro bajo el brazo. En un momento alguien me preguntó por qué había vuelto y yo conté una historia en la que creo: es una tradición africana que dice que cuando se junta un grupo de gente para contar una historia se ponen en círculo y el que termina de contar su historia se pone en el centro del círculo, pone la palma de la mano sobre la tierra y dice: “Acá dejo mi historia para que otro se la lleve”. De algún modo, yo creo que eso es lo que fui hacer a Firmat, a poner esa historia en la tierra donde nací para que otros se las lleven.
—¿El hamacólogo estuvo en la presentación?
—Fijate que no, pero mandó a decir que como las hamacas hacía unas semanas que no se movían más –lo que es verdad– dijo que ‘habían dejado de moverse para convertirse en literatura’.
—¿Creés en el espíritu de las hamacas?
—Hace pocos días le hicieron una entrevista a Nicanor Parra, que cumplió cien años, y en un tramo citó el Tao, donde dice: ‘Primero la magia, después la realidad’. Además, la escritura es un acto de fe, de manera que tiene también cierta creencia en lo mágico.

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