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“Espero vivir la erradicación definitiva del virus del VIH”

Sergio Lupo, director del Centro de VIH del Hospital del Centenario, explica los alcances del tratamiento gratuito.

El 1º de diciembre de 1981 fue diagnosticado el primer caso de sida en el mundo. Es el día elegido para la reflexión sobre una enfermedad que ha causado más de 25 millones de muertes. Sólo dos años separaron la identificación del primer caso reportado, en el mundo occidental, y el aislamiento del virus. En ese tiempo todavía estaba latente la disputa entre dos científicos, Luc Montagnier y Robert Gallo. Más allá de ella, transformar una enfermedad mortal en una de evolución crónica, fue posible gracias a la decisión de implementar una fuerte inversión en desarrollo humano e infraestructura en el mundo, después que el hombre llegara a la Luna.

Es una disputa entre dos sistemas inteligentes: el mundo de la ciencia que ha logrado acallar el virus; y, éste que se está “desacelerando en su capacidad de causar la enfermedad y eso ayudará a contribuir a su eliminación”, según un reciente reporte de la Universidad de Oxford, publicado en Proceedings of the National Academy of Sciences (Pnas).

“El primer día de diciembre de 2014, como se lo ha venido haciendo durante 15 años, en cinco puntos de Rosario se instalaron sendas carpas para que la gente acudiera a realizarse un test: lo hicieron 2.850 personas y 21 casos dieron positivo. “El test tiene el 99,9 por ciento de sensibilidad y especificidad”, afirma el doctor Sergio Lupo, director del Centro de VIH del Hospital del Centenario.

“Desde el año 1999 se lleva adelante esta jornada en la que hemos testeado a más de 50 mil personas e hicimos 288 diagnósticos; 288 vidas que entraron en una normalidad con la infección que de otra manera se iban a detectar tardíamente”, agrega Lupo. En el año 2012, esta actividad se incorporó al registro de Guinnes World Records por hacer 5 mil determinaciones en 9 horas de actividad; lo que les valió, además, acceder a un premio sobre “Marketing aplicado a la estrategia de comunicar temas de salud”.

—¿Qué se hace con los positivos?

—Los citamos para el día siguiente al hospital y allí hacemos la confirmación. Nadie se va sin la confirmación, y a partir de la cual hacemos los exámenes complementarios.

—¿El test da falsos positivos?

—Puede dar un falso negativo pero sólo en aquellos que están en período de ventana que son los días que pasan entre la entrada del virus y la producción de anticuerpos, o detección del propio virus. Pero la persona que le hace la entrevista lo rescata en el interrogatorio y lo citamos de nuevo a testearse en un mes, si hubiera un riesgo alto. La pregunta que hacemos es ¿cuál fue su última relación sin barrera? Si dice treinta días y aún con el test negativo, lo volvemos a citar en un mes.

—¿Desde cuándo está en el tema Sida?

—Desde 1984, cuando tuvimos el primer paciente. En realidad, lo estábamos esperando y nos veníamos preparando. En el Servicio de Clínica Médica del Centenario, quien era su titular, el profesor Héctor Alonso, hizo colocar una línea telefónica para el público y empezó a llegarnos gente.

—¿Coincide con la detección de los primeros casos en el mundo?

—Rosario fue uno de los lugares en que empezamos a hacer el trabajo de detección antes incluso que la ley nacional lo exigiera como obligatorio en los Bancos de Sangre.

—¿Cuáles eran los obstáculos con lo que se encontraban en los inicios?

—Nuestro obstáculo mayor era no contar con ningún recurso de laboratorio eficaz para el seguimiento. Nos llegaban los pacientes con infecciones oportunistas: una neumonía grave, o una meningitis, o una tuberculosis. Tratábamos a esas infecciones y lo único que podíamos hacer era prevención secundaria a esa enfermedad, y no para el HIV. Hasta que poco después de que sale en el mundo, incorporamos al tratamiento el AZT para lo cual recurríamos al servicio que nos prestaban los tripulantes de Aerolíneas Argentinas, que nos lo compraban en Estados Unidos y nos la traían. Recién en 1996 salen los tratamientos combinados. En ese mismo año tuvimos los análisis que medían el virus. Ese año se marca un antes y un después. Pudimos medir al virus y darle el tratamiento a los pacientes antes de que tuvieran la complicación.

—Antes de este año, ¿cuál era la sobrevida de los pacientes?

—Antes de estos tratamientos, si el paciente venía con una infección oportunista grave, seis meses de vida.

—Y hoy, ¿qué se le ofrece a la persona que viene a hacerse la determinación y le da positivo?

—Lo citamos al hospital para mañana, en ayunas; le hacemos la comprobación y mientras tanto le pedimos un test para saber cuánto virus tiene, exploramos su estado inmunitario y al día siguiente le podemos comenzar el tratamiento.

—¿Cómo acceden al tratamiento?

—Ese paciente tiene acceso al laboratorio y al tratamiento en forma gratuita e inmediata.

—¿A todos los pacientes infectados se les indica el tratamiento?

—Si tiene valores bajos de virus y un buen estado inmunitario, lo que hacemos es monitorearlo cada tres meses. Y sólo lo comenzamos a tratar si notamos que el virus aumenta y la inmunidad baja.

—¿Qué porcentajes de éxito de los tratamientos?

—Si el paciente cumple con el tratamiento el virus pasa a ser indetectable, esa persona tiene una expectativa de vida similar a la población en general. Existen 29 medicamentos distintos y contamos con todas las opciones posibles.

—¿Mientras tanto hace su vida normal?

—Lo único diferente es que tiene que tomar “su pastilla”; como lo hace el hipertenso o el diabético. Debemos trabajar mucho con la gente joven que muchas veces no adhiere a los tratamientos y en éste, como en muchos otros casos, es fatal.

—¿La vacuna es viable en el corto plazo?

—Creo que éste es el virus que más conocemos pero es un virus difícil. Muta constantemente; permanece oculto y no se termina nunca de ir. Por eso lo que se están investigando son activadores, sustancias que sacarían al virus de su escondite y lo expondrían a la acción de los medicamentos.

—¿Qué le agregó como profesional haberle dedicado tanto tiempo al sida?

—Yo creo que es la enfermedad de la clínica médica. Hoy nadie que no haga clínica puede abarcarla porque es una enfermedad sistémica. En mi caso, aparte, como no teníamos muchos recursos cuando empezamos, me llevó hacia la investigación. Además me incliné a observar las conductas humanas sin ser especialista para ver un poco más allá; el HIV nos exigía un trabajo distinto un vínculo más horizontal con el paciente. Trabajamos mancomunadamente con el paciente.

—¿Tiene pacientes a los cuales haya acompañado durante muchos años?

—Hay un grupo de pacientes que se ha mantenido libre de complicaciones y con los que venimos trabajando desde hace años. Cuando comenzamos a estudiar y trabajar en VIH, yo era joven como ellos y veía con frustración que a aquellas personas no les iba a llegar a tiempo lo que todavía estaba en período de investigación. Me angustiaban esos pacientes que se morían. Cuando vi la película “Filadelfia”, salí del cine conmovido y a partir de allí empecé a ir al velorio de los pacientes, a encontrarme con la familia con la que nos consolábamos mutuamente, porque cuando se muere un paciente, el médico se muere un poco. Y, allí me di cuenta de que mi presencia era útil para ellos y para mí. Me sentí menos impotente. Recuerdo también a un paciente que casi no tenía respuesta inmunitaria y logramos hacerlo entrar en la rama del triple tratamiento. Para él fue su salvación; el almanaque había estado de su lado. Hoy vive y sin complicaciones. Son esos pacientes que se beneficiaron porque estaban en el momento justo. A otros el almanaque les jugó en su contra. La enfermedad no esperaba. Han pasado muchas cosas y espero vivir la etapa de la erradicación definitiva del virus. Ojalá tenga esa suerte. De todos modos me siento un privilegiado protagonista de esta historia.

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