Search

La Argentina, en medio de un juego geopolítico denso

“Irán no es un interlocutor confiable”, le recuerda, cada vez que puede, Benjamín Netanyahu a Barack Obama en su intento de disuadirlo de continuar con las conversaciones nucleares con Irán.

“Irán no es un interlocutor confiable”, le recuerda, cada vez que puede, Benjamín Netanyahu a Barack Obama en su intento de disuadirlo de continuar con las conversaciones nucleares con Irán. Se trata exactamente del mismo argumento que esgrimió su gobierno para condenar el diálogo de la Argentina con la República Islámica que llevó al memorando por el caso Amia de enero de 2013, que hizo propio también el liderazgo de la Daia, representante política de la comunidad judía en el país.

La opinión suena amable, casi como un consejo de amigo, pero es en realidad algo mucho más perentorio, ya que nace de la convicción profunda de un sector de la dirigencia política israelí, encabezado por el primer ministro, de que el plan nuclear persa es una “amenaza existencial” sobre la que no se pueden ensayar pasos de danza diplomáticos. Las únicas alternativas son la dureza, las sanciones económicas y, si eso no alcanza, el uso de la fuerza contra las centrales atómicas.

Israel (o, mejor dicho, ese sector de su dirigencia) se viene preparando desde hace tiempo para esa posibilidad. Ya en 2012, unos tres meses antes de las elecciones presidenciales en las que Obama fue reelecto, elaboró un estudio sobre la hipótesis de una guerra de un mes de duración. Ése era el tiempo que el Estado judío estimaba necesitar para destruir los reactores iraníes y demorar por años el acceso iraní a “la bomba”. El costo calculado era una furiosa represalia de Teherán contra las principales ciudades con misiles convencionales, que podría dejar unos 500 muertos.

Casi nadie (excepto Netanyahu y sus aliados más convencidos) quiere en Israel una guerra con el régimen de los ayatolás, ese brutal entramado burocrático que, entre otras “delicadezas”, reprime toda disidencia, censura cualquier conato de prensa libre y, según se ufanó el impresentable Mahmud Ahmadineyad, “no tiene homosexuales”.

Aquellos cálculos generan terror en la población y, acaso más relevante a los efectos prácticos, en la jefatura militar y en la conducción de los servicios secretos exteriores, el Mosad, quienes realizan periódicamente expresiones en ese sentido. Que quede claro: eso no es una conspiración contra el premier sino el juego aceptado en una democracia (imperfecta y en estado permanente de guerra, pero democracia al fin) en la que esos estamentos son “de Estado” y no “de gobierno”.

Israel, un pequeño país de unos doce millones de habitantes, no podría salir indemne de un desafío semejante a otro enorme y de 80 millones. Las armas nucleares que posee, nunca reconocidas ante las organizaciones internacionales competentes, no podrían ser utilizadas, por lo que la única posibilidad de éxito pasaba (¿pasa?) por la superioridad tecnológica, el apoyo de sectores militares y de inteligencia subalternos… y la ayuda de Estados Unidos.

Todo cierra, excepto por la convicción de Barack Obama. Éste asume que la única forma de demorar (no de liquidar, que quede claro) el plan atómico iraní es negociando controles internacionales a cambio de levantamiento de sanciones. Después de las ruinosas aventuras de Irak y Afganistán, Estados Unidos no está en condiciones militares ni económicas de hacer frente a un reto aun mayor. Lo acompaña en esa posición el grueso de su Partido Demócrata, pero lo enfrenta el sector más importante del Republicano. ¿El que será el próximo gobierno norteamericano?

Presionar en pos de ese auxilio estadounidense es lo que lleva a Netanyahu en estas horas a Estados Unidos. El lunes habló ante 16.000 delegados de la American-Israel Public Affairs Committee (Aipac), el principal lobby judío de Washington, y ayer lo hizo, en lo que supone un desafío sin precedentes a Obama, ante la Asamblea Legislativa, por invitación del presidente de la Cámara de Representantes, el conservador John Boehner.

Al menos veinte legisladores no asistieron en señal de repudio y Obama no recibirá a Netanyahu con la excelente excusa de que nunca lo hace con líderes políticos que se aprestan a competir en elecciones, trámite que el israelí deberá atravesar el próximo martes 17.

Es tal el desconcierto que provoca en la Casa Blanca la “visita” de Netanyahu, que se alternan desde allí señales fieras y amistosas. El vocero de Obama, Josh Earnest, dijo que el norteamericano, a diferencia de “Bibi”, tiene una estrategia para evitar un Irán nuclear, esto es: las negociaciones de Ginebra con el Grupo 5+1 (los miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU más Alemania).

“Israel se defenderá. Los días en que el pueblo judío era pasivo frente a la amenaza de aniquilamiento terminaron”, dijo el lunes Netanyahu ante la Aipac, asimilando la amenaza iraní con el Holocausto. “Irán es el mayor patrocinador del terrorismo”, añadió, para sustanciar mejor su posición.

Justo lo que el inesperado renacimiento del tema Amia, no sólo en la Argentina sino en el mundo, le permite recordar en estos días tan convulsionados.

10