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La cultura de los anarquistas

En el marco de la convulsión social de fines de 2001, apareció un libro sobre la experiencia histórica de los libertarios en Argentina. Su autor, Juan Suriano, mencionó los tópicos relevantes de su trabajo. Por Paulo Menotti

 

Anarquistas. Cultura Política Libertaria en Buenos Aires, 1890-1910. Juan Suriano. Manantial, 370 páginas

Fue hacia fines de 2001, en un espeso clima de agitación social, que el libro de Juan Suriano Anarquistas. Cultura y política libertaria en Buenos Aires, 1890 -1910, de la editorial Manantial, vio la luz. El texto, que en la actualidad superó la suma de doce mil ejemplares vendidos para un trabajo de corte académico, parecía dar letra al convulsionado pueblo argentino que tras las revoltosas jornadas de diciembre había exclamado “que se vayan todos” como una forma de desprecio al sistema político que lo había decepcionado. “En ese momento se generó como un clima de época y fui invitado por varias agrupaciones anarquistas para presentarlo. Ellos sabían que yo iba a decir cosas que no coincidían con sus posiciones pero igual me invitaron”, expresó Suriano al dar una primera impresión de lo que significó en su momento la aparición de su trabajo.

Aquellos sucesos dieron pie a las “asambleas barriales” como una forma de autogobierno popular sin la participación del Estado como punto clave del discurso libertario. Hoy, cuando ya pasaron casi diez años, se diluyeron de la memoria muchas experiencias vividas por la sociedad porque reapareció la confianza en la política y en el Estado. Parece ser que a los libertarios de principios de siglo XX les pasó lo mismo.

Sin embargo, Anarquistas… apareció en un momento propicio porque la sociedad se encontraba ávida de conocimiento de la experiencia ácrata. La historiografía indica que existió una fuerte tradición de militantes de izquierda que, desde las propias raíces del anarquismo (Diego Abad de Santillán, Osvaldo Bayer), o de la izquierda crítica (David Viñas), entre otros notables, narraron la historia de las organizaciones ácratas argentinas. Posteriormente, con un enfoque más metódico aunque sin dejar de lado los compromisos políticos (Edgardo Bilsky, Hernán Díaz) profundizaron los estudios sobre el anarquismo criollo. Por último, el anarquismo argentino motivó a estudiosos como el israelí Iaacov Oved quien investigó su historia desde Amsterdam –lugar donde fue a parar gran parte de la prensa y literatura ácrata argentinas, al igual que el material de los sindicatos y de la izquierda de principios de siglo XX–.

Otro que aprovechó la riqueza de los archivos holandeses fue el rosarino Ricardo Falcón quien irrumpió en la academia con su trabajo sobre los orígenes del movimiento obrero rioplatense y cuatro años antes de su muerte, en 2010, con su historia de los anarquistas rosarinos en su libro “La Barcelona argentina”. De este grupo sobresale Juan Suriano, que pone la atención en las prácticas culturales más que en las políticas, a contrapelo de los anteriores textos que armaron sus tramas a partir del eje anarquistas-movimiento obrero. Incluso, Suriano sostiene que a partir de 1910 se inició el declive del liderazgo ácrata en las organizaciones obreras.

—¿Por qué elige abordar a los anarquistas a partir de la cultura y no a través de la política y del movimiento obrero?

—El libro se llama Anarquistas. Cultura y política… Son las dos cosas, la cultura y la política. Yo desistí de hacer un libro sobre el movimiento obrero y el anarquismo. Esa fue mi primera idea pero ya había uno que es muy bueno, el de Iaacov Oved que se publicó a fines de los 70, con un límite temporal en 1904. Yo podía retomar el trabajo a partir del momento que llega Oved pero me di cuenta que no era lo que quería hacer. Después de leer a algunos teóricos anarquistas entendí que el anarquismo excedía a la relación entre un grupo ideológico, como eran ellos, y el movimiento obrero. Al mismo tiempo, los anarquistas tenían propuestas mucho más amplias que las vinculadas al movimiento obrero. Por supuesto que el mundo del trabajo fue el lugar preferido para desplegar su militancia. A partir de esto tomé la decisión de mirar otros aspectos del anarquismo que habían sido abordados muy levemente. Los anarquistas tenían una propuesta más amplia que la de vincularse al movimiento obrero y llevar adelante una lucha gremial. Tenían la propuesta de una transformación integral de la sociedad y ese cambio tenía que ver con una serie de principios doctrinarios que excedían largamente la adscripción a la clase obrera. Ésta es una de mis ideas centrales que fue muy discutida porque no todos mis colegas están de acuerdo. Cultural porque yo insisto con esta propuesta amplia y vinculada a la educación, al tiempo libre, al teatro, al arte. Tenían una cantidad de propuestas que también tenían otros grupos pero en el caso de los anarquistas, al leer a sus publicistas, a sus difusores más importantes, me di cuenta que ése era el fondo de la cuestión. El problema está en que siempre el anarquismo, incluso si uno puede ubicarse en el período histórico en el que surgió, tuvo una visibilidad a la que ellos lograron articular el movimiento obrero. Allí entré en tensión porque yo tenía que dejar de lado uno de los aspectos más exitosos de los libertos. En ningún momento quise hacer un trabajo en el que la actividad ácrata en el movimiento obrero pasaba a un segundo plano. Quise plantear que la relación con los trabajadores era fundamental porque ellos tenían un discurso dirigido a todo un conjunto de oprimidos donde esos trabajadores eran una parte importante. Ahí había un tema principal: si los trabajadores eran uno de los principales objetos de discurso, el problema era qué se les decía a los trabajadores.

Imagen de mujeres anarquistas en Argentina en las postrimerías del siglo XIX

—¿Qué fue lo que permaneció en el tiempo de la cultura anarquista?

—Si lo pensamos desde el lado de la cultura estoy de acuerdo con que perduraron muchas formas del anarquismo que no eran propias del anarquismo porque en realidad pertenecían al mundo de la izquierda. Si uno piensa en la forma de movilizarse, las banderas, los cantos, los signos, todo eso estaba presente en todo ese arco de izquierda que incluía desde el socialismo más participativo en su sistema formal hasta el anarquismo. Lo que permanece no es sólo esa forma de movilizarse sino que la esencia de lo que perduró durante mucho tiempo fue esta cuestión del espíritu combativo para ponerlo en términos actuales. En la actualidad el tema es más complejo, pero también hay ciertos repertorios que se utilizaron durante estos años como boicots y piquetes, que los anarquistas usaron activamente durante el período que lideraron el movimiento obrero. Pero los sindicalistas revolucionarios también los usaron.

—En la memoria popular los anarquistas perduran más que el declive que usted señala en 1910.

—El corte que le puse fue porque no hay duda de que el momento de esplendor fue entre 1890 y 1910. No quiero entrar en discusiones sobre si ahí se corta pero hay una cantidad de situaciones que así lo señalan. No tiene que ver sólo con la represión que hubo durante el Centenario sino con situaciones como la ampliación del sistema político, los cambios que se dan en la forma de organización. Si se mira el cambio que se da entre el 17 y el 21, que fue el período de mayor conflictividad en la Argentina, se ve que los anarquistas participaron en los conflictos, pero ese movimiento fue dirigido por el sindicalismo revolucionario y por los socialistas porque ellos dirigían los gremios más importantes.

 

Cuando 20 años son mucho en la Historia

El 1º de mayo de 1890, Virginia Bolten, criolla, anarquista y obrera textil, junto a Arturo Dupont, francés, “comunero” y libertario, encabezan la primera manifestación que honra a los “mártires de Chicago” y que tiene a Rosario como una de las pocas ciudades del mundo que conmemoró por primera vez esa fecha. El 14 de noviembre de 1909, Simón Radowitzky preparó un artefacto explosivo casero y lo arrojó dentro del vehículo que conducía al jefe de policía, el coronel Ramón Falcón, unánimemente considerado responsable de las muertes de los obreros durante mayo de ese año y también de la represión y cierre –mediante el asalto y el saqueo– de locales anarquistas. Los hechos no son casuales sino que, para el historiador Juan Suriano, marcan a grandes rasgos el origen de la hegemonía anarquista entre los sectores bajos de la Argentina, y el punto de inicio de la decadencia de la influencia ácrata entre los trabajadores del país.

En la actualidad nadie duda de la relevancia que tuvieron los anarquistas en la historia argentina aunque muchos trabajos aparecen cargados de relatos épicos. Suriano con su libro Anarquistas. Cultura y política libertaria en Buenos Aires, 1890 -1910, logró construir un relato que bucea en los intersticios de la cultura anarquista de la ciudad de Buenos Aires mostrando una complejidad que no había sido develada. Su postulado más enérgico es que los libertarios porteños alcanzaron un éxito relevante entre la clase proletaria de Buenos Aires entre la última década del siglo XIX y fines de la primera del XX cuando su estrella comenzó a apagarse. Los logros tuvieron que ver en gran medida con las características de la sociedad bonaerense en la que el cosmopolitismo y la pobreza eran datos más que significativos.

Otra cuestión que condicionó a dicho conjunto social fue la marcada ausencia del Estado y el aislamiento de los extranjeros del sistema político. En ese entorno, los anarquistas desarrollaron su prédica. Pero, ¿de qué manera dieron a conocer sus ideas? Suriano hace un recorrido por los casi veinte años de prensa y literatura anarquista criolla para confluir en que los libertarios se esforzaron por conformar espacios culturales (centros y círculos culturales, bibliotecas y escuelas) y diferentes tipos de ediciones (desde periódicos hasta libros) para transmitir su mensaje. De hecho, los ácratas buscaban conformar un mundo paralelo al dominado por la burguesía en el que la opresión y la explotación estaban a la orden del día. Ese gran espacio cultural “alternativo” convocaba a los oprimidos de la sociedad y aquí se encuentra la otra originalidad del texto de Suriano, ya que, para el historiador, los anarquistas no necesariamente dedicaban su arenga a los trabajadores, sino a todo un universo de subsumidos que englobaba a quienes se encontraran bajo el dominio opresor del Estado y de los burgueses “explotadores”.

Sin embargo, el planteo por momentos encuentra sus límites porque, como el propio Suriano reconoce, la mayor visibilidad de los anarquistas fue a través de las organizaciones obreras, organizaciones que en muchos casos perduraron más allá del Centenario.

 

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