Espectáculos

Crítica teatro

Lucha de cuerpos y tematización de géneros e identidades en una abrumadora experiencia escénica

Adaptación de una obra de Javier Daulte, “Proyecto vestuarios” refleja, en una puesta de impactante fisicidad, la violencia y la inestabilidad de una época donde las intimidades, exteriores e interiores, están expuestas a una feroz intolerancia y masculinidades y feminidades yacen en un tembladeral


Equipos amateurs de un ignoto deporte llamado Lacrosse pertenecientes a un club barrial clasificaron para el Mundial de Clubes de ese deporte que se llevará a cabo en Hungría. Uno es de mujeres, otro de hombres y ambos vivirán situaciones de extrema tensión y violencia en los vestuarios de otro club perdido en una localidad del interior húngaro, más precisamente en ese ámbito donde, como es dable imaginar, se “cocinan” los malestares, los egoísmos, las envidias, las solidaridades y algunas de las formas del amor y, que, seguramente, determinarán el carácter del equipo: si se trata de piezas sueltas con intereses diferentes o si esas piezas encajan en un mecanismo con un único objetivo.

Pero, ¿quién sabe exactamente cómo funciona un equipo conformado con humanidades arrasadas por prejuicios y estereotipos implantados por sociedades intolerantes, racistas, sexistas –con el impostado valor de los cuerpos y el deber ser a flor de piel–, es decir, nada menos que el mundo en que cada uno de los miembros de esos equipos vive inmerso?

Semejante cuadro de situación es el que ofrece Proyecto vestuarios, una obra en dos partes del dramaturgo Javier Daulte, autor entre muchas otras de Geometría, Nunca estuviste tan adorable, Un asesino al otro lado de la pared, en teatro, y de la exitosa miniserie televisiva Para vestir santos. La singularidad de cada una de esas partes es que están atravesadas por un eje que hace base en la tematización de géneros.

A la tarea de adaptación del díptico del también director porteño puso manos y cabeza la actriz y directora local Romina Tamburello, quien contó con una inestimable troupe de actrices y actores, asistentes y una aceitada producción para una puesta con esmerado tono de comedia despiadada que sin solución de continuidad desata el drama y hasta la tragedia en una competencia feroz que va mucho más allá de la deportiva, del objetivo por el que esos equipos están allí, todo en una coctelera donde los vínculos entre lo público y lo privado alcanza ribetes insólitos a través de un verdadero combate entre los cuerpos.

Ganar, someter, pulverizar al otro

Esa “lucha de cuerpos”, desnudos en varios pasajes como ocurre en cualquier vestuario de club, trasluce perfectamente la lucha interior de los personajes, sus fantasmas y sus terrores, a través de infinitas variaciones vocales, gritos, gestos, ademanes en admirable plasticidad física y comunicando una abrumadora experiencia escénica en un ritual envolvente y significativo. Parece no haber descanso en lo que se observa y sin embargo nada hay que haga desviar la atención de lo que ocurre en escena.

Podría decirse que Proyecto vestuarios es un teatro de vibración, de entrelazamientos emotivos; el espacio mismo adquiere la densidad necesaria –una escenografía precisa pero funcional a la que no le sobra nada– para un ritual donde la intimidad alcanza su máxima tensión cuando son señalados los referentes, los enemigos, los fetiches y brotan naturalmente las intenciones, oscuras o amables, con marcado carácter de revelación. En la obra prevalecen connotaciones que harían pensar en una disquisición sobre las características del “ser argentino” –lo cual, claro, no significa que sea la única forma–, porque buena parte de ese “ropaje” viste y calza los hábitos de un contexto de apariencias, de estar siempre en forma para poder ganar, someter, pulverizar al otro conque los habitantes de esta geografía parecen haber sido modelados, y cuando eso no se puede, basta con discriminar.

Pero nada hay que no haga pensar que lo mismo podría ocurrir en el otro extremo del mundo, toda vez que la “sana competencia” no es más que un eufemismo para disfrazar la imposición de los hombres y mujeres sobre otros hombres y mujeres. Es que en ese trance de desnudeces –interiores, exteriores– las individualidades adquieren el celo de serpientes que se lanzan unas contra otras personalizando los abusos, esa acción disociadora de las sensibilidades que hoy el feminismo intenta paliar poniendo en juego la llamada sororidad. ¿Y qué hay de los hombres en su embotamiento estéril de creer que ser cruel y humillar es la confirmación de tenerlos bien puestos?

Humor, anarquía y rito

Dos equipos, dos escenas, la de la previa a la final del campeonato y la posterior al triunfo, son suficientes para que una suerte de hervor caótico termine fundiéndose en estallidos de violencia elevados a la enésima potencia donde el apriete, el chantaje y hasta una violación ocurren como la nerviosa relación entre depredadores y depredados, porque ese es el espejo que Daulte parece haber erigido –y que Tamburello lee con propia articulación y convicción– para desnudar, aparte de los cuerpos (hay que destacar el sesgo deserotizado que la desnudez tiene en esta obra, liberada del poder hipnótico con que aparece habitualmente), el desorden producido en cualquier vestuario donde la iniquidad nace de las intimidades allí expuestas con la fuerza de un motín, de acuartelados que exponen sus heridas para no sentirse tan solos.

El de Proyecto vestuarios es un teatro de impactante fisicidad, que apela al humor, la anarquía y el rito; un teatro de acción capaz de reflejar la violencia y la inestabilidad de la época con particular atención sobre aquellas relaciones surgidas de grupos –de equipos deportivos amateurs en este caso– donde lejos de desaparecer, la violencia y los desafíos se multiplican. El tour de force de los actores parece regido por la idolatría al ritmo casi epiléptico que adoptan sus acciones en una apuesta al realismo crudo donde al engaño o la ilusión típicos del teatro se oponen los cuerpos desnudos bañándose en las duchas con agua verdadera corriendo sobre ellos.

Sin duda producto de un trabajo colectivo, Proyecto vestuarios hace plausible la representación de la peores intenciones y logra sacudir al espectador. Y buena parte de todo eso fue confiado a los actores, que perturban y encantan con recursos genuinos. Como se dijo, la atinada dirección y adaptación son de Romina Tamburello; el escenario vibra con las actuaciones de Lala Brillos, Sofía Dibidino, Leila Esquivel, Belén López Medina, Macu Mascía, María Belén Ocampo, Vicky Olgado, Miranda Postiglione y  Lorena Rey en el vestuario de mujeres; y con las no menos sorprendentes de Germán Basta, Emiliano Dasso, Juan Nemirovsky, Mumo Oviedo, Mani Raimondi, Mauro Sabella, Juan Pablo Yévoli y David Zoela, en el de hombres. Miranda Postiglione hizo asistencia de dirección y el periodista y crítico teatral Miguel Passarini, en representación de la Cooperativa La Cigarra (editora de este diario), que produce Proyecto vestuarios, tuvo a su cargo la producción ejecutiva. Proyecto vestuarios puede verse los viernes y sábados de mayo a partir de las 20.30 en el Galpón 15 de la Franja del Río.

 

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