Un mundo de mujeres, entre ellas dos hermanas que transitan el paso del tiempo al que intentan detener y, mientras tanto, se cruzan unas cartas que se multiplican, llenan de interrogantes el universo en el que habitan. Es un universo armado a partir de la memoria, de los recuerdos, de la esencia que subyace entre el pasado y el presente, donde las mujeres de una familia, las que están y las que ya partieron, reaparecen y se esfuman en un limbo escénico, onírico y disruptivo, donde el sepia y el ciruela son los colores dominantes.
La versión rosarina de La edad de la ciruela, clásico del maestro y dramaturgo argentino radicado en Ecuador, Arístides Vargas, creador del grupo Malayerba, y de reciente paso por la ciudad como protagonista de un ciclo en su homenaje, regresa este fin de semana y el próximo al Espacio Dorado del Centro Cultural La Toma.
La obra cuenta con dirección de Christian Álvarez y las actuaciones de Mónica Toquero, Gisela Bernardini, Ebelyn Rita y Marichi Bernard, quienes le ponen el cuerpo a los personajes que viajan en un tiempo dramático en el que Vargas pone en tensión su poética, la misma que a partir de esta obra le abrió las puertas a otras como las aplaudidas Donde el viento hace buñuelos, Nuestra señora de las nubes, La razón blindada o la más reciente Instrucciones para abrazar el aire, entre muchas más.
Las instancias de una madre moribunda pero inmanente y un vino de ciruelas que se convierte en el elixir de una memoria transgeneracional son el nexo para volver a la niñez y de allí a la juventud y al deseo y el disfrute como un viaje en bicicleta, a través de un material profuso, extenso, que se corre de la comodidad de lo breve del teatro contemporáneo y así, alejado de lo “micro” propone un viaje “macro” de palabras, emociones y cierto apego a una saludable cuota de locura, de poco más de una hora y media, entre relatos, evocaciones y canciones interpretadas bellamente en vivo.
Con algunos momentos de actuación conmovedores, este puñado de actrices apela a una serie de recursos que acercan a la escena esos tiempos pasados desde la evocación, entre los sombríos rincones de la casona que habitan, aunque todo indica que ya está vacía. Y si bien el texto original está presente, hoy resuena de otro modo en este tiempo sin hombres a la vista y donde la cuarta ola del feminismo recorre todos los rincones de Latinoamérica.
Así, esas abuelas, madres, tías, hermanas, hijas y nietas, de soslayo, son portadores de las voces de otras mujeres que ya partieron e incluso de esas que son parte de los propios imaginarios de las mismas actrices.
En términos de espacio-tiempo, el Espacio Dorado es ocupado en su totalidad, más allá de que la idea de disposición frontal tradicional evita que se vean algunas extra escenas, donde se potencian los momentos individuales que proponen por fuera de la cuarta pared, en algunos rincones donde prevalece una bella intimidad con una luz mínima, tenue, por encima de las escenas corales, donde esa intimidad se escurre, también, con algunos momentos de un humor que aparece en varios pasajes y que se desprende del texto original, muy bien llevado a escena por Christian Álvarez, quien con avidez, sutileza y profundidad dirige a un elenco ciento por ciento femenino.
Atinadamente, lejos de imponer una mirada desde lo masculino, Álvarez se deja seducir por la belleza y la sutileza de las palabras e imágenes que se desprenden del lirismo de la pieza, también escrita bellamente por un hombre, quien parece haber entendido de “deconstrucciones” mucho antes de que se acuñara el término.
En La edad de la ciruela, cuatro generaciones de mujeres de una misma familia que miran una y otra vez con el paso de los años el ciruelo del jardín de la abuela María, se llenan de esas preguntas íntimas que se vuelven universales en sus imaginarios: qué es el dolor, qué es la pérdida, qué implica el paso del tiempo y los sueños incumplidos. También, las contradicciones de lo cotidiano y esa violencia velada detrás de las palabras y de los silencios en la mesa familiar a lo largo de los años.
Pero también, y sobre todo en esta versión, qué implica la felicidad y cuál es su verdadero sentido, uno de los grandes interrogantes de la obra de Vargas pensada desde la atrocidad del exilio, donde un pensamiento puede guardar, como un baúl, “a un montón de gente feliz”, más allá de que la felicidad no sirva para nada porque, sin lugar a duda, “debe ser feo servir para algo y ser un infeliz”.
Pero lo más interesante de esta propuesta es cómo, en términos ideológicos, este grupo de trabajo le dio una nueva oportunidad a un texto emblemático de la literatura dramática de Latinoamérica, escrito y estrenado por el mismo autor a mediados de los años 90, donde, desde su poética, esa que tiene como objetivo mantener viva la memoria, se convalida una lógica que le es propia al autor de un puñado de materiales que comparten un lirismo que transita sus conflictos entre el humor, la nostalgia y la consternación.
Todo eso, a través de esta versión, que como dice la letra de “Pasos” de Malena Muyala que se escucha sobre el final, todos “vamos por un camino añejo”, es decir ya transitado, confirma que la memoria es sólo eso que se recuerda, y lo que se recuerda siempre es en el presente, lo mismo que ese punto exacto de un vino de ciruelas antes de que se vuelva vinagre.
Para agendar
La versión rosarina de La edad de la ciruela, de Arístides Vargas, con las actuaciones de Mónica Toquero, Gisela Bernardini, Ebelyn Rita y Marichi Bernard, cuenta con el asesoramiento vocal y musical de Olga Farías, utilería de Sebastián Oficialdegui y dirección general y puesta en escena de Christian Álvarez. La obra se podrá ver este sábado 23 y el 30, a partir de las 21, en el Espacio Dorado del Centro Cultural La Toma (Tucumán 1349). Para informes y reservas comunicarse al 341-6438813
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