A menos de una cuadra de la Facultad de Medicina, entre el ruido de las bocinas de los autos y el ir y venir de estudiantes con carpetas bajo el brazo, Rolando Edgar Sánchez espera a El Ciudadano. Casi nadie lo conoce por su nombre, todos le dicen Vilo. Tiene 23 años, es más bien bajo, de pelo negro y espeso y con la piel morocha y agrietada. Una incipiente barba le dibuja una marca en el mentón, lleva puesto un pantalón de jeans gastado, zapatillas Nike blancas y una camisa indígena roja. Con su voz suave y sin palabras de más cuenta sobre su trabajo de divulgación de la cultura Qom en el barrio Toba Los Pumitas, de Empalme Graneros.
Vilo es un poeta de los montes. Hace tres años llegó de El Colchón, Chaco. Desde entonces se dedica a difundir las lenguas originarias entre sus pares del barrio en el que también vive. Aprendió el castellano cuando dejó su provincia y sin embargo lo habla casi a la perfección. Justamente, lo primero que cuenta es que por no saber comunicarse se llevó los primeros desencantos. “Se dice qué fue pero no quién”, avisa, para luego explicar que a los pocos meses de vivir en Rosario unos realizadores audiovisuales fueron al asentamiento de la zona noroeste para filmar un documental sobre la comunidad. “Pero hicieron algo que no se tiene que hacer, me usaron mis escritos y los tomaron como propios, los firmaron como suyos”, sostiene, con la mirada fija en algún punto, muy serio y sin encontrar la palabra adecuada para lo que sencillamente se trata de un plagio.
El trabajo de divulgación que Vilo lleva a adelante es cuerpo a cuerpo. Todos los días el poeta camina el lugar y trata de mantener vivas las tradiciones Qom, sobre todo entre los más pequeños. “A veces organizamos clases especiales en la escuela y otras voy golpeando las puertas casa por casa”, dice. Está convencido de que el ritmo de vida de la ciudad puede terminar ganándole a las propias raíces y entonces repite que “hay que hacer lo posible para que eso no pase”. En la mesa del bar, el escritor habla sobre sus experiencias con los chicos y se asombra de la rapidez que tienen para comprender y asimilar conceptos: “Yo les digo, les explico, que por más que vivan en la ciudad la tradición de nuestros ancestros está siempre adentro de cada uno”.
El Principito
El joven empezó a escribir cuando tenía ocho años. Recuerda que una tarde su padre le dio un papel y un lápiz y cuando volvió a la casa le preguntó qué era lo que había hecho. “Yo le dije que nada porque no sabía ni leer ni escribir, entonces me mostró la hoja en blanco y me enseñó que aunque estuviera vacía en realidad estaba llena, porque las hojas son como las personas y nosotros, los Qom, llevamos el monte en el alma. Me quiso decir que esa hoja estaba llena del monte, que tenía nuestras historias”, explica. Cuando aprendió, lo primero que hizo fue contar sobre un anciano de su comunidad que vivía en el cerro chaqueño, lo tituló “La tristeza del cigarrillo para Aníbal”. Durante la entrevista recitaría algunos de sus versos: “Se pasó la vida anhelando que pasara algo maravilloso / y lo único maravilloso que pasó fue la vida”.
Vilo solamente hizo la primaria, en El Colchón, pero dice que le gustaría terminar el secundario, entrar a la universidad y recibirse de la carrera de Comunicación Social. Hace unos meses grabó la voz en off de un cortometraje hablado en lengua Qom y subtitulado en español que fue auspiciado por la Secretaría de Cultura de la Nación. Lleva varios CD consigo. “Justo hoy a la tarde estuvimos en una escuela del centro y pasamos la película. Es sobre un cazador llamado Gerónimo que no tiene para comer y por eso va al monte a cazar animales para su familia pero aprende que al monte hay que respetarlo, porque el monte somos cada uno de nosotros”.
El joven también participó hace unos años, junto a grupos aborígenes de Formosa, Santa Fe y Chaco, en la traducción de “El principito” a las lenguas originarias pero el gobierno de Francia, país de nacimiento de Saint Exupèry, el autor de la emblemática obra, no admitió al Qom como idioma. “Fue algo importante, cada comunidad hacía un capítulo mientras íbamos recorriendo las provincias”, se lamenta, y repite que va a tratar de que vuelvan a hacerlo, “pero esta vez con más fuerza que antes”.
Vilo explica que su trabajo como divulgador no es remunerado, que lo hace simplemente porque que quiere y siente que su deber es mantener intactas las costumbres y el idioma de su comunidad.