Una vez más una audiencia imputativa dejó al descubierto cómo desde la cárcel se digitan crímenes cuya concreción es encomendada a jóvenes que sin reparos realizan el encargo y dejan un tendal de evidencia en el camino. Es el caso del homicidio de Mauricio Ezequiel Gómez, quien tenía 21 años y el pasado 26 de abril fue asesinado a tiros frente a la casa de su abuela en Fisherton Industrial. La investigación arrojó que un interno en la Unidad Penal 11 de Piñero pagó 100 mil pesos a un tiratiros, además de aportarle una pistola y movilidad. Toda una gestión que quedó plasmada en escuchas de teléfonos intervenidos. “Le dimos con toda, cumpa, le descargamos la pistola, bolo”, dice el acusado desde el celular de su hermana, mientras era escuchado.
Mauri Gómez, según los testimonios que engordaron el legajo del fiscal de Homicidios Gastón Ávila, era un joven que sufría de consumos problemáticos de droga. “Mauricio estaba una semana en mi casa, y otra semana en la casa del padre. Actualmente Mauricio vivía en todos lados, había días que dormía en mi casa, otros días dormía en la casa de mi mamá, había días que no sabíamos dónde estaba. Tenía muchos problemas de adicción, consumía marihuana, pastillas. Desde los 15 años que consume. Intenté internarlo en varias oportunidades pero él no quería y me decían que contra su voluntad no podían dejarlo internado. Una semana estaba bien, otras semanas no, estuvo trabajando hasta enero 5 haciendo piscinas y después se quedó sin trabajo y ahí decayó totalmente”, contó su madre.
El día de su asesinato, Mauri había vuelto a la casa de su abuela, en Colombia al 500 bis, casi esquina French y había estacionado su moto en la vereda, la cual había sido chocada un rato antes pero había logrado que se hicieran cargo del arreglo.
Cerca de las 20 de ese 26 de abril, desde un auto lo llamaron y le dispararon. El chico murió desangrado camino al hospital de Emergencias, junto con su madre que lo había cargado en un auto particular porque la Policía y la ambulancia no llegaban. Tenía un tiro que le destruyó el estómago. Los peritos recogieron nueve vainas servidas calibre 9 milímetros. Los vecinos vieron un auto blanco tipo sedán, posiblemente un Citroën C4 o un Chevrolet Cruze, cuyo conductor escapó por Colombia hacia el sur.
¿Por qué lo asesinaron? Para el fiscal Ávila el móvil todavía es un misterio: “El chico era consumidor y no tenía un gran pasar económico. El móvil se desconoce pero podría estar relacionado con los estupefacientes”.
Lo cierto es que la mecánica del crimen quedó plasmada en escuchas gracias a un teléfono intervenido en otra investigación. Según la Fiscalía, quien encargó el crimen es Claudio Javier “Morocho” Mansilla, un hombre de 38 años preso en Piñero por el doble crimen de dos adolescentes: Leonel “Ozuna” Bubacar (18) y Kevin Neri (16), ocurrido en Lima al 2100 el 23 de septiembre de 2018.
El apodo de Morocho, de todas maneras, siguió sonando detrás de hechos resonantes, como el crimen de Iván “Diente” Leguizamón, quien tenía 24 años y fue asesinado el 11 de septiembre pasado en Colombres y Calle 1709, en un sector humilde cercano al extremo oeste de bulevar 27 de Febrero. Y una balacera ocurrida frente al Cementerio La Piedad, durante el entierro de Diente. “Está en un montón de quilombos, como en los de Santa Lucía contra Barrio Godoy”, indicó un detective de Homicidios.
Una intervención del teléfono de su pareja a finales de abril, Jésica “Fea” González –una mujer asentada en Capitán Bermúdez, donde tiene una detención domiciliaria– fue el puntapié para dar con la línea intramuros de Mansilla. La casa de la Fea González, que posee una causa federal por venta de estupefacientes y está imputada por asociación ilícita en el fuero provincial, fue noticia el pasado 30 de enero, cuando la rociaron con 40 tiros.
Prácticamente en directo, el 26 de abril, los pesquisas escucharon la gestión de Mansilla con un joven de barrio Alvear, Ulises Nicolás O., de 21 años, para asesinar a Mauri Gómez, quien en sus últimos días de vida se había decolorado el pelo.
—Me escuchás?
—Sí, ¿vos?
—Ahí fuimos recién. ¿Pasamos viste? Justo esa esquina queda antes de llegar a Juan José Paso. Y justo fuimos y estaba en la esquina. ¿Puede ser un petisito? ¿Todavía estaba rubio, no?
Dos horas después, la llamada de Mansilla captó cómo el tirador le confirmó la tarea realizada, señala el legajo fiscal.
—Ey, cumpa
—¿Todo bien?
—Sí, acá. ¿Vos?
—Ahí recién llegué yo. Fuimos, guardamos el auto, te dejé la herramienta ahí.
—Estoy esperando que me confirmen que ahí me dijeron que me iban a confirmar bien. Dice supuestamente uno en la panza y seis en la pata.
—¿En serio? Naaa si le dimos con toda cumpa le descargamos la pistola, bolo.
—Así dicen. ¿De dónde le tiraron? De arriba del auto?
—Sí de arriba del auto nomá, le dimos bien piola, bolo. Le dimo un par de tiros largos, no sé cuánto era, como diez. No sé cuántas balas había.
—Trece
Ulises Nicolás O. fue detenido este miércoles durante un allanamiento en Garibaldi al 3800 por el personal de la División Homicidios de la Agencia de Investigación Criminal (AIC). Allí los efectivos secuestraron un chip con el número del teléfono que se comunicó con Mansilla.
Sin embargo esa no es la única evidencia citada por el fiscal para acusarlo del crimen. Intervenciones posteriores al homicidio dieron cuenta de conversaciones con una persona no identificada para realizar otro “encargo”; en las charlas, el sospechoso se jactó de haber cobrado 100 mil pesos pagados por el Morocho que “te pega alto laburo y encima te paga al toque”, según consta en el legajo judicial.
Tanto Mansilla como Ulises fueron acusados este viernes. Al término de la audiencia el juez Gonzalo López Quintana tuvo por admitida la calificación legal presentada por la Fiscalía, homicidio calificado por precio o promesa remuneratoria agravado por el uso de arma de fuego, y dictó la prisión preventiva efectiva por el plazo de Ley para ambos. Para Mansilla, en carácter de instigador.