Por: Santiago Baraldi
Paradójicamente al ingresar en la relojería Sudamericana, en 3 de Febrero al 500, lo que primero se advierte es que el tiempo está detenido. A pesar de las decenas de relojes que dejan escuchar sus diferentes tic tac, el lugar está intacto, con su mobiliario original, su piso de pinotea, con sus mostradores y estantes como en los días que Luis Van de Casteele llegó a Rosario desde su Bélgica natal y se instaló definitivamente a explotar el rubro en 1923. Hoy, su nieto José, de 80 años, resiste al paso de las agujas y continúa trabajando en el arreglo de todo tipo de relojes: pulsera, despertadores, de péndulo, carillones o de pared. Don José no pierde el pulso ni las mañas para solucionar cualquier desperfecto.
El clásico reloj que actualmente se encuentra sobre la fachada del local fue el que se utilizó como banco de prueba para todas las máquinas que han salido de ese taller. En la terraza, cinco campanas a tono, anuncian cada hora, dándole un toque distintivo al barrio, a pesar de la queja de algunos vecinos.
La tradición familiar marcó un hito, ya que el abuelo Van de Casteele trajo desde París el reloj que en 1925 se colocó en la torre del viejo Palacio de Tribunales, de calle Moreno entre Córdoba y Santa Fe. “Lo mantuvo hasta que falleció, incluso yo lo continué reparando por más de 25 años; da mucha pena ver que no funciona”, recuerda su nieto José, ex empleado municipal, encargado por 37 años del mantenimiento de los relojes de columna de la ciudad.
— ¿Cuándo llega su abuelo a Rosario?
— Mi abuelo Luis nació en Bélgica y por un amigo que ya estaba en Rosario se viene a probar suerte y puso este negocio en 1923. Él importaba desde Europa relojes y campanas para iglesias y tanto en Rosario como en varias ciudades de la provincia y del país colocó muchísimas. Hasta que se instaló la fábrica de campanas en San Carlos Centro, mi abuelo las traía de Alemania o Francia. Mi abuelo en 1925 colocó el reloj de los viejos Tribunales de calle Moreno, lo mantuvo hasta que falleció, incluso yo mismo por más de 25 años también. El reloj y campanario del Palacio Fuentes, de Santa Fe y Sarmiento, lo mismo. Tuvo mucho trabajo, instaló los relojes para las torres de las iglesias, como la Santa Rosa, en Mendoza al 1300, o Corazón de María en Viamonte al 1500…
— ¿Y usted cuándo comienza con el oficio?
— Mientras mi abuelo se instalaba aquí, nosotros vivíamos en España, yo nací en San Sebastián y llego a Rosario con 15 años, junto a mi padre Augusto. Todos en la relojería, aprendí rápidamente, además con el abuelo de maestro era imposible no aprender. Luego, ya más grande, ingresé a la Municipalidad y trabajé en el mantenimiento de los relojes de la ciudad por 37 años. Se reparaban engranajes de miniaturas o se renovaban esferas de los relojes de Pellegrini y Oroño, 27 de Febrero y Oroño, Cementerio La piedad, Sargento Cabral y avenida Belgrano, Plaza Alberdi…eran como 25 relojes de columna, que funcionan a electricidad. Después se colocaron relojes en la peatonal y por calle Córdoba a energía solar, con unas pantallas, pero eran malos. Por cada cuadrante, por cada cara del reloj llevaba una maquinita y el problema era que se descomponía una y de un lado daba la hora correcta y del otro atrasaba o directamente no funcionaba. Los nuestros, los de columna, tienen una máquina para las cuatro esferas, relojes para la intemperie que soportaban lluvias sin inconvenientes…antes se hacían bien las cosas, para que duren.
— ¿El trabajo de relojería ha cambiado mucho con las nuevas tecnologías?
— Claro, hubo que adaptarse a las nuevas tecnologías y hemos hecho cursos de capacitación, por que la relojería hace cambios muy grandes en los últimos 20 años. Ha pasado de la relojería mecánica a la relojería electrónica y siempre hay que estar actualizado, estar al tanto de lo que viene. Ahora hay malos relojes y descartables. Vienen con unas pequeñas pilas, pero todo lo que hay dentro es de muy mala calidad. Despertadores con rodaje de bronce ya no se hacen, ahora son con engranajes de plástico que duran un par de meses, el desgaste es notable, en cambio el bronce es noble. Los clientes me traen relojes que están gastados, que te plantean que lo quieren arreglar porque es un reloj que le dejó el abuelo y no hay arreglo. En la relojería no se puede improvisar, van con piezas específicas que ahora no se consiguen o ya no se fabrican.
—¿Se siguen haciendo relojes de pared o péndulo?
—Los que uno repara, que me traen al negocio, eran de algún bisabuelo, aquí no se fabrican. De todas maneras van desapareciendo porque esos relojes eran casi un mueble más de la casa, generalmente grandes. Hoy la gente que vive en departamentos, con habitaciones más pequeñas, no lo usan. Se ven algunos en casas, pero las nuevas generaciones no los valorizan. Ahora la pila desplazó a la cuerda…
— ¿Su abuelo colocó las campanas de la terraza?
— Sí, las trajo de Francia, lo mismo que el reloj que está en el frente del negocio. Me han traído algunos problemas. Son cinco campanas, con distintos tonos, dispuestas en escala musical, lo que se conoce como carillón, y usted lo pone en el tono que quiere. Por ejemplo, la iglesia de Santiago y Mendoza tiene un carillón que toca el Ave María, que es realmente hermoso y hace tiempo que está parado porque dicen que hace mucho ruido.
— ¿Qué tipo de problemas tuvo con las campanas?
— Me denunciaron varias veces, incluso vecinos que han ido a la comisaría aquí a la vuelta —seccional 1ª en Juan Manuel de Rosas al 1300— y allí les dijeron que no podían hacer nada, que hagan la denuncia en Tribunales. Una señora fue a un juzgado, hizo la denuncia y me mandó a llamar el juez: me dijo que había una queja y a él se le ocurrió hacer una encuesta en el barrio, para ver si las campanas sí o las campanas no, y gané por goleada… Fue hace unos cuatro años y yo junté 800 vecinos y la señora solo 10 en contra. Incluso llegó el tema al Concejo, ésta vecina insistía con querer que mis campanas no sonaran más y le explicaron que los decibeles de las mismas no alcanzaban para que se considere “ruido molesto”. Ruidos hacen los colectivos y las bocinas de los autos, mis campanas son un sonido que se da a cada hora. Incluso muchos vecinos me lo agradecen porque lo toman como despertador… La máquina levanta un martillo que golpea la campana, si usted le da un recorrido mayor golpea más fuerte, y yo para contemplar a esta vecina lo puse en mínimo, es decir que el golpe es suave, incluso hay dos campanas de las cinco que están desconectadas. Cuando mi abuelo colocó estas campanas en la terraza, esta era una zona de casas bajas, ahora, con todos los edificios que nos rodean, es lógico que haya a quien le moleste y a quien no. Pero los vecinos me apoyaron gratamente, incluso cuando salgo de viaje o me voy unos días, corto la corriente y el reloj no funciona, por lo tanto tampoco las campanas, y cuando el barrio no las escucha están medios perdidos… Para las navidades o el Año Nuevo tenía como costumbre hacerlas sonar a vuelo, es decir que tocan sin parar por quince minutos, algo muy lindo…