Corre el año 3016, y un experto en docencia universitaria propone cambiar de manera radical el modo de enseñar. El siguiente es un fragmento de su exposición: “Este año puede ser el de la revolución educativa. Intentaremos mejorar los resultados de los exámenes e incrementar el interés estudiantil por los conocimientos científicos, empleando un concepto absolutamente revolucionario. En un recinto relativamente pequeño, un grupo de estudiantes se encontrará personalmente con un docente humano, en lugar de conectarse digitalmente con un dispositivo de educación virtual, un robot o un repositorio digital de información científica”.
“De ese modo –continúa el experto– se podrá visualizar la mente del docente trabajando en tiempo real, observar cómo aquel razona, se detiene antes de escribir la próxima ecuación, o incluso se equivoca, retrocede y modifica su relato. Se le podrá preguntar y repreguntar, interpelarlo si no se comprende un concepto, o corregirlo si se cree detectar un error, actividades imposibles en la actualidad”.
Y detalló: “Para comunicar los conocimientos, el docente dispondrá de un dispositivo plano que cubrirá casi toda la pared ubicada detrás suyo, de color negro, similar a una pantalla táctil pero de mayor tamaño y de consistencia sólida. Escribirá sobre su superficie mediante un segundo dispositivo, de reciente desarrollo, consistente en un pequeño cilindro de unos diez centímetros de altura y un centímetro de radio, compuesto básicamente de yeso, que al ser apoyado sobre la pantalla negra deja un rastro visible de color blanco. Este singular efecto se debe a que pequeñas partículas de yeso quedan adheridas a la pantalla, de donde pueden luego quitarse pasando sobre ella un trozo de paño. El dispositivo de escritura se asemeja a lo que antiguamente se denominaba tiza, pero contiene, además de yeso, un polímero estructurado que impide que el polvo se disperse por el aire, tanto durante la escritura como el borrado, evitando así potenciales inconvenientes en las vías respiratorias del docente …”.
Ciencia y ficción
Lo anterior no es completamente original. La idea proviene del capítulo titulado Lo antiguo y lo definitivo, que integra el libro Los secretos del universo y otros ensayos, cuyo autor es el novelista de ciencia ficción y divulgador científico Isaac Asimov.
Frente a un futuro presuntamente dominado por el video como único medio de lectura, y en el que los libros no existen, el ensayo plantea la necesidad de una cinta de video que se pueda controlar por la voluntad humana, deje de correr en el momento mismo en que se aparte la mirada, se ponga en marcha en cuanto se le vuelva a prestar atención y corra más rápido o más despacio, hacia adelante o hacia atrás, dependiendo sólo de los deseos del usuario.
Una cinta autónoma, fácilmente transportable, absolutamente privada y que no consuma energía. Describe así el redescubrimiento del libro impreso, tal como más arriba se redescubren la tiza y el pizarrón en un futuro lejano sin clases presenciales.
Quiero usar esta idea como base para reflexionar acerca de los cuestionamientos que vengo escuchando, desde hace un tiempo, a la clásica clase teórica, llamada también, en forma un tanto despectiva, “magistral”.
Lo magistral
A propósito, convendría consultar el diccionario de la Real Academia Española en relación con el adjetivo «magistral». Recién en tercer lugar se registra una acepción de cariz negativo, referente al uso de modales afectados o de un tono engreído en el lenguaje. Sin embargo, la segunda acepción es elogiosa, y reconoce que “magistral” se aplica a una acción realizada con maestría. Desde que lo supe, tengo menos vergüenza en llamar a nuestras clases teóricas de ese modo.
La crítica más difundida a la clase magistral es que se trata de una exposición continua por parte de un docente, sin participación del estudiante. En esta visión, al primero le corresponde un rol activo, al segundo uno pasivo, y la información fluye en un único sentido. Es por esto que se pretende abolir la clase magistral, reemplazándola por sucedáneos menos aburridos, más interesantes y motivadores, con mayor convocatoria hacia los jóvenes de hoy.
Se proponen como alternativas distintos medios digitales, conexiones a internet, audiovisuales animados, videos y otras herramientas modernas, capaces de captar la atención de la juventud actual con mayor eficiencia. Estos ingenios estarían fatalmente destinados a suceder a la clase magistral, declarada obsoleta y en franco proceso de extinción.
Dinosaurio vivo
Pero, ¿reside el problema en la propia clase magistral, que por definición es deficiente para transmitir conocimientos y fomentar el espíritu crítico y el razonamiento científico, o la cuestión se centra en la manera en que se la aplica? ¿Está la clave en la herramienta o en el modo en qué esta se usa? ¿Se trata, por así decirlo, de un cuchillo útil para dividir un pan y sosegar el hambre, o de un puñal afilado que amenaza el corazón de la comunicación docente-estudiante?
En mi opinión, el dinosaurio magistral puede estar más vivo de lo que aparenta, y haríamos bien en dotarlo de movimiento en lugar de dejarlo expuesto en la vidriera de un museo. Si la iniciamos con una adecuada introducción al tema, si la organizamos y desarrollamos correctamente, si le damos enfoques variados, si la ilustramos con ejemplos, si proponemos una discusión crítica y aceptamos diferentes puntos de vista, la clase magistral seguirá siendo el mejor complemento de las actividades de laboratorio o de campo para la enseñanza de la ciencia.
Cumpliendo en primer lugar con la premisa de un contenido curricular preciso, podemos hacerla también entretenida, sin más secreto que variando el tono de voz, pasando de temas serios a banales, hasta contando un chiste si es pertinente, y por supuesto intentando en todo momento dar participación a los estudiantes. Estos simples recursos podrían asegurarnos el logro de dos éxitos simultáneos: uno duradero y sólido, disfrutar del avance de nuestros educandos, otro efímero y frágil: verlos sonreír. Es preciso también, claro, que la propia audiencia intervenga de buena fe en el juego colectivo, y concurra con genuino espíritu participativo. De lo contrario, ni la más histriónica de las actuaciones logrará el objetivo buscado.
Multifuncionalidad
En el actual contexto, los profesores universitarios debemos ocuparnos de clases, exámenes y consultas, y además planificar, organizar, supervisar y gestionar proyectos de investigación científica, completar formularios por una casi infinita variedad de motivos, escribir y corregir informes de becarios, doctorandos, tesinistas y pasantes, redactar trabajos científicos y artículos de divulgación, participar en reuniones de variada índole, recibir en nuestros laboratorios, atender y acompañar a colegas nacionales y extranjeros, actuar en diversas comisiones evaluadoras y en jurados de concursos, tesis y tesinas, y atender la solicitud de servicios y asesorías técnicas. Al parecer, pesa también sobre nosotros la responsabilidad de motivar a los estudiantes y aumentar su presencia y nivel de participación en las clases, buscando, adoptando y desarrollando nuevas herramientas de comunicación compatibles con las necesidades de las actuales generaciones, en reemplazo de la vieja y entrañable clase magistral. Es por eso que el título de este escrito repite la ya memorable pregunta, hoy formulada por un docente al sistema universitario: ¿Qué pretende usted de mí?
(*) Profesor del Departamento de Química Analítica de la Facultad de Ciencias Bioquímicas y Farmacéuticas, UNR