Esto no es una novela es uno de esos libros que bien podría montarse con las anotaciones que cualquier escritor, o lector, o reseñador suele hacer en anotadores, cuadernitos, blocs, servilletas; aunque menos ambulante, también en computadoras, es decir, en innumerables soportes donde quedan importadas esas referencias. Frases más o menos brillantes dichas por otros narradores o poetas o pintores o cientistas sociales, o filósofos; o momentos de cada uno de ellos que al ser descubiertos marcan una tendencia, una singularidad, un punto de fuga, una obsesión; vanguardistas o raras, cuidadosamente estéticas o repulsivas esas líneas de trama van conformando un mundo, que bien podría describirse como fascinante y que luego de ingresar en él puede resultar adictivo. Compañero de bohemia en los 50 de Jack Kerouac y Dylan Thomas, David Markson, con mucho de existencialismo y filosofía en sus hombros, consigue ese efecto nada más al avanzar las primeras páginas de Esto no es una novela, un libro cuya respiración nunca está en la superficie de la cita que se lee, sino en las relaciones que cada lector pueda establecer con aquello que conoce de la referencia o de la miscelánea expuestas, trátese de un personaje o de un hecho o un pensamiento; con un efecto detonante las frases van descubriendo una multiplicidad de registros de esos autores u obras mencionadas que por momentos permiten adentrarse en cierta esencia de su contemporaneidad o perderse en el abismo interior de las enfermedades o la muerte de quienes las formularon; es como si pivotearan en lo disoluto, en algo que nunca encajó y en preocupaciones y dudas, y fueran diciendo-recortando, esas frases, una torsión medida para dejar al lector en otro lado, a menudo con el estómago retorcido por las variopintas curiosidades, expresadas en tono morboso o solemne, pero todas sumamente expresivas, aun las más lacónicas.
Por eso Esto no es una novela actúa como un conector confidencial, una especie de portavoz que entrega un pasaporte a lo dejado de lado por los cánones o panteones oficiales del universo artístico-social. Se lee como una especie de topología regeneradora de lo oculto o ignorado, sobre la que con voz propia, Markson va ejerciendo una mirada comprensiva y coral que descarta prejuicios y se acerca a una especie de conversación expresiva, casi como secretos de familia en el corredor del tiempo. La naturaleza curiosa de estas expresiones tiene como característica una sinceridad llevada a su extremo, como si intentara que el sentido de las experiencias interiores de quienes las pronunciaron y la del propio Markson al apropiarse de ellas, funcione como un termómetro de la verdad que encubren, o incluso para que alguien –¿otro escritor?– las aproveche como materia prima de otros escritos. Esto no es una novela abre con un epígrafe de Swift que reza “Ahora me aboco a un Experimento muy frecuente entre los autores modernos; consiste en escribir acerca de nada”, algo que seguramente el escritor irlandés trazó entre el siglo XVII y el XVIII, y que Markson toma ahora al pie de la letra cuando enuncia en las dos primeras expresiones de su libro: “El escritor está bastante tentado de dejar de escribir” y “El escritor está mortalmente aburrido de inventar historias”, es decir, con esas autoreferencias se aboca a subvertir el orden convencional de los lineamientos de una novela, poniendo en evidencia una insatisfacción –recurrente a lo largo del libro– y articulando una libertad “política” narrativa en tanto visión del mundo y hasta en relación con determinados poderes instituidos. Porque ese escritor aburrido de inventar historias establece, en el mismo acto “moderno” de escritura de Esto no es una novela, tensiones y extrañamientos para deslegitimar los canales convencionales de la literatura que aconsejan escribir sobre “algo”.
Se diría un modo de sentir el mundo, una manera que brilla con luz propia en expresiones como estas:
“Una antología de notas de suicidio extraordinarias. O de notas de suicidio en general. ¿Existe?”.
“Esta mañana caminé hasta el lugar donde los barrenderos tiran la basura. Dios mío, fue hermoso. Dice una carta de Van Gogh”.
“Adoro el olor del napalm por las mañanas”.
“Oh, muerte ¿dónde está tu aguijón?
“Un hombre sin pies, caminando con los tobillos. Insistía alguien en haber visto en Hiroshima”.
“Un pervertido social y moral, llamó Theodore Roosevelt a Tolstoy”.
“Rousseau estaba categóricamente convencido de la existencia de los vampiros”.
“Una novela sin ningún tipo de indicio de argumento, le gustaría idear al Escritor”.
“Una idea pasajera de Kurt Vonnegut respecto de la princesa Diana: ¿Sabemos si alguna vez leyó algún libro?”.
Tendencias y miradas
David Markson nació en Albany, Nueva York, en 1927 y falleció en 2010. Mientras estudiaba en Columbia, inició correspondencia con Malcolm Lowry. En esa universidad dio clases de literatura. Escribió alrededor de quince novelas, casi todas inscriptas en una tendencia que buena parte de la crítica denominó como “literatura posmoderna”. También escribió novelas policiales, al parecer por encargo, aunque puso también en juego en esas tramas no poco de su mirada sobre cuestiones como el adulterio y la libertad sexual. Lecturas filosóficas y existencialistas marcarían la tendencia que adquiriría su obra posterior, que se reflejan en títulos como Wittgenstein’s Mistress (1988), Springer’s Progress (l990) y la serie que inicia La soledad del lector (1996; publicado por La Bestia Equilátera en 2012) y se continúa en Esto no es una novela (2001), Vanishing Point (2004) y The Last Novel (2007).