Política

Rumbo al 2023

Rubén Galassi: “La política sigue sin actuar con ejemplaridad”

“Si uno pide sacrificio a una sociedad, también hay que predicar con el ejemplo y hacer los sacrificios”, afirmó el referente del PS. “No me niego a sentarme a dialogar”, dijo sobre el armado del frente de frentes


A Rubén Galassi no lo abandona del todo su original acento cordobés, aun después de tantos años en territorio santafesino. Asoma en el final de las frases que suelta muy despacio, con meticulosa elección de palabras. En su perfil de Twitter se define primero como militante socialista, pero también como “periodista latente”. Fue movilero de LT8 y redactor en La Capital, allá por los 80 y 90, antes de pegar el salto a la política. Milita en el socialismo desde su época de estudiante en la UNR. Pasó por cargos políticos en su rol de comunicador y ocupó el Ministerio de Gobierno durante la gobernación de Antonio Bonfatti. Es un hombre clave en el armado del socialismo. En diálogo con El Ciudadano, Galassi insistió en la necesidad de que la política restablezca la confianza perdida, frente a opciones extremas que surgen cada vez con más fuerza. Pero para eso pide “austeridad y ejemplaridad”, y hasta se anima a reclamar una revisión “del crecimiento de las estructuras de la política”. En relación con la participación del socialismo en un virtual frente de frentes, muestra apertura al diálogo, incluso con el PRO, aunque también aclara: “El PRO no está en nuestra agenda”.

—Usted pasó del periodismo a la política, un fenómeno que era excepcional hace unas décadas y que se transformó en moneda corriente; ¿qué análisis hace?

—No juzgo conductas porque todo ciudadano en democracia es libre de elegir y ser elegido. Pero sí es cierto que yo llegué a la política después de haber recorrido varios años en el periodismo, pero habiendo militado en los años de la universidad. No fui una persona que usó la profesión para darse a conocer y después saltar a la política. Yo ejercí honestamente el periodismo, pero nunca negué mi filiación al por ese entonces Partido Socialista Popular, y como mi caso hubo otros. Hoy, el fenómeno que se ha dado aquí en Rosario, y también en otros lugares, está más asociado a que la política apela a figuras conocidas, populares, para que la represente. Y eso de alguna manera también desnuda la limitación de la política para poder convencer, llegar, ganar legitimidad y representación por otros caminos. No descalifico a nadie. Pero lo que antes aparecía como un fenómeno -en su momento fue (Ramón) Palito Ortega, (Carlos) Reutemann- en la última elección de concejales en Rosario, prácticamente quienes más votos obtuvieron fueron hombres y mujeres que saltaron, sobre todo desde la televisión, a la política. Creo que más que mirar esta conducta de quienes hacen eso, es un llamado de atención a las fuerzas políticas de cómo se está construyendo la acción cotidiana de cara a la sociedad y cómo se está procurando una representación que tenga legitimidad y que pase por otra forma de llegar a la ciudadanía.

—Primero recurrir a caras conocidas, ahora el fenómeno Javier Milei, con posiciones extremas. Frente a eso, ¿la política reconoce la incapacidad para resolver situaciones históricas?

—En realidad el surgimiento de los fenómenos como el de Milei habla más de la incapacidad de quienes han gobernado los últimos años la Argentina que de las potencialidades reales para modificar la realidad que tiene esta propuesta, que para mí en muchos casos van desde el absurdo hasta la ilegalidad. Es inimaginable una sociedad que no funcione con una organización estatal que garantice la convivencia. Y cuando hablo de la ilegalidad hablo del comercio de órganos (NdR: Milei habló de legalizar la venta de órganos). Entonces, quienes tenemos que reflexionar somos quienes hemos tenido responsabilidades, que no hemos dado las respuestas que la sociedad esperaba. Y esto no es un diagnóstico a vuelo de pájaro. Si uno analiza los indicadores sociales que dejó la dictadura, con todo el componente negativo que tuvo para la vida de los argentinos ese proceso terrible que vivimos, pero si uno toma indicadores sociales y económicos, la mayoría se han agravado. Y eso, para quienes defendemos la democracia como instrumento de transformación de la sociedad para mejor, es difícil de explicar. Tenemos más desocupación, tenemos más índices de pobreza. Antes había una violencia sistematizada del Estado, hoy se vive una violencia a niveles sociales que es inaceptable. Esa es una deuda que quienes militamos en política tenemos con la sociedad argentina. Y es el caldo de cultivo para que emerjan estas expresiones que van desde lo absurdo a lo ilegal, y que estoy seguro de que están lejos de ser la solución para los problemas que tiene Argentina. Ahora, ¿cómo resolvemos eso? ¿Descalificando? ¿Apelando a eslóganes vacíos, de “neoliberalismo reaccionario” “ultraderecha conservadora”? O asumimos que hay problemas, o asumimos que el 60% de los que son menores de 18 años están por debajo de la línea de la pobreza, buena parte de ellos en una condición ya estructural, porque viene de dos o tres generaciones, que tenemos buena parte de los trabajadores que tienen entre 25 y 40 años que trabajan en negro. Esos son dos problemas estructurales de la base social de la pirámide argentina, que si no lo transformamos en el corto plazo, en 10, 15, 20 o 30 años, además de los problemas que ya causa hoy, va a ser una catástrofe. Porque no tener posibilidades de formación profesional, de un estudio sistematizado para el mundo que viene en los sectores jóvenes, y no tener un sistema previsional que contenga buena parte de los trabajadores que van a tener que necesariamente jubilarse, es una bomba de tiempo que va a estallar de la peor manera. Y esos son los debates que tenemos que hacer, y hay que darlos desde una posición firme, una sociedad que dé posibilidades a todos sus habitantes, con una fuerte defensa de lo que es la educación, la educación pública, el trabajo en blanco, con cobertura sanitaria y seguridad social, para tener una sociedad que tenga futuro, porque si no cada vez estas aventuras que aparecen, rupturistas, van a florecer. En otros momentos de la humanidad ya han aparecido, son figuras que encantan, encandilan, y con esto no quiero ser despectivo con quienes puedan ver en eso un atractivo, pero no va a ser la solución. El desafío es de quienes entendemos que el país tiene problemas, que hablamos de un Estado presente que hoy no resuelve los problemas estructurales, y que hay que asumirlos, no negarlos. Y no alcanza con descalificar a estos emergentes que aparecen, sino que la verdadera tarea es poner la energía en construir una propuesta que solucione los problemas de fondo.

—¿Ve reacción en la clase política frente a eso?

—No, hoy no veo reacción, lamentablemente. Vemos un triste espectáculo en la coalición gobernante, donde todos los días se profundizan las diferencias y se destinan más energías a confrontar que a buscar los consensos para resolver los problemas. Pero tampoco veo en la oposición, que debería estar pensando en un programa que por lo menos frene la caída en la que se encuentra Argentina, que estabilice el país, por lo menos en el mediano plazo. Eso sería un gran triunfo, que Argentina deje de caer en todos los indicadores y estabilice su economía. Que imagine una reforma tributaria en serio. Personalmente estoy convencido de que una sociedad es justa a partir de su sistema contributivo, basado en que quien más tiene más debe pagar, pero vivimos siempre planteando proyectos puntuales. En su momento fue el impuesto a la riqueza, por la pandemia. Ahora se habla de un impuesto a la renta inesperada. Conceptualmente son correctos, pero no se aborda una reforma tributaria de fondo para que el país pueda tener previsibilidad. Y mientras en la superestructura se discuten estas cuestiones, no se avanza en una reforma tributaria en serio que lleva a que quien cobra una jubilación o un sueldo proporcionalmente pague mucho más que cualquiera que está en una condición más acomodada, por el IVA, por Ingresos Brutos, por la Patente, por el Inmobiliario, sin hablar de los servicios, que tienen que ver con otro tributo. Pero los tributos al patrimonio, para una persona que tiene una jubilación o un salario, es extraordinariamente pesado, y eso es lo que hay que discutir. Cómo en la Argentina el esquema tributario pasa a ser mucho más equitativo, en vez de discutir una cosa puntual. Porque insisto, aun siendo correcto, discutimos siempre cosas coyunturales, no vamos a lo de fondo.

—Igual esa discusión no es fácil, ¿no? Porque los que se llevan las mayores ganancias en la Argentina no están muy dispuestos a ese debate.

—Un amigo una vez me dijo una frase extraordinariamente significativa, y a su vez citaba a un tercero que dijo: “He visto durante años hombres marchar cantando a la guerra, pero no he visto a ninguno ir cantando a pagar impuestos”. Esto es así, nadie paga contento los impuestos, pero Juan B. Justo también decía: “No hay sociedad que funcione sin impuestos”. El tema es cómo construimos una verdadera cultura tributaria donde claramente pague más el que más tiene y si queremos salir adelante se convoque a hacer un sacrificio. Ahora, para encarar ese proceso también hay que apelar a la ejemplaridad. Y creo que otra de las cosas que no tiene la dirigencia política, y de la que tenemos que hacernos cargo todos, y lo planteo también como autocrítica, es que hay que predicar con el ejemplo. Y si uno pide sacrificio a una sociedad, sea al que más tiene o al que menos tiene, también hay que predicar con el ejemplo y hacer los sacrificios. Hoy, en este contexto difícil, la política sigue sin actuar con ejemplaridad. Desde privilegios para obtener algunas cuestiones puntuales, como puede ser una vacuna, hasta revisar toda la estructura que hoy se invierte en la política.

—¿Cómo sería eso?

—Bueno, ir a reformas en serio, plantear el desafío de los que queremos que Argentina salga adelante, y que no caiga en quienes prometen cosas en vano, que van a profundizar la desigualdad y a empeorar la situación. Obvio que una reforma tributaria en serio no se va a poder hacer de un día para el otro, pero hay que avanzar en los consensos para empezar a estudiar el tema. Lo mismo en cuanto a cómo invertimos y orientamos mejor la inversión en educación para que le llegue realmente a quienes hoy necesitan salir de la pobreza, donde la educación es la principal herramienta. Donde también busquemos mecanismos para que quien trabaja no esté en negro, y tenga seguridad social y cobertura sanitaria. Y también desde la política, revisando. Las estructuras de la política, por denominarlo de alguna manera, han crecido exponencialmente y creo que eso hay que revisarlo. Y no lo digo yo como crítica, lo dicen todos los indicadores, que desde el 2000 -un momento muy crítico donde Argentina estuvo al borde del abismo-, donde se expuso con toda crudeza la antipolítica, hoy se ha aumentado mucho lo que es la estructura de funcionamiento, sobre todo en el Ejecutivo y en el Legislativo, la estructura política. Pero también en el Judicial hay una conducta que es muy reprochable, y es que no pagan el impuesto a las Ganancias. Esas son las cosas que hay que revisar. ¿Son necesarios tantos recursos para el Poder Ejecutivo, para el Poder Legislativo? Yo creo que se pueden revisar y funcionar con más austeridad. Y lo mismo debe ser un empresario que paga Ganancias o un juez, que sus ingresos superan lo que está establecido también lo pague.

—A su entender la política debería dar señales de austeridad como una manera de reconquistar una mirada positiva de la sociedad.

—Además de reformular un plan en serio, a futuro, que aborde en profundidad estos temas, sociales y económicos, que puedan empezar a perfilar un destino diferente, un país con mayor estabilidad, sin inflación. Claramente, la acción política tiene que ser austera y ejemplificadora. Yo creo que es una oportunidad para que se revalorice la política como herramienta de transformación. Yo creo que hemos entrado, no de ahora pero sí en los últimos años, en pujas muy sectoriales. Ha habido en la sociedad argentina una corporización de distintos sectores, entonces cada uno mira su quinta en vez de mirar el continente. Estamos atrincherados defendiendo una porción, cuando no vemos la totalidad. Y nos guste o no, nadie se salva solo. Las sociedades que salen adelante, con mayor nivel de educación y generación de riqueza, porque todo va de la mano, lo construyen con un gran consenso. Nosotros los socialistas lo venimos planteando desde hace mucho tiempo, y cuando hablamos de consenso no negamos los conflictos. Al revés, reconociendo los conflictos, creemos que el consenso es una herramienta para tratar de llegar a acuerdos, donde nadie debería ganar todo y nadie debería perder todo. Es complicado; sí, lo es. Es más fácil tirar una pared que hacer los cimientos y construir una casa, pero bueno, hay una cosa que es una verdad irrefutable, por este camino cada vez estamos peor. Si no entendemos que en algún momento hay que deponer esta puja y dejar de pensar que lo único que se defiende es lo que yo ya tengo, y se piensa en una sociedad más integrada, con posibilidades para todos, va a ser muy difícil. Yo creo que hoy estamos en esa tensión que pareciera que la imponen dos extremos, y en el medio la mayoría de los argentinos, más allá de que se identifiquen o no con un sector o con otro, pero que no encuentran solución a los verdaderos problemas. Y votamos cada dos o cuatro años, pero la solución no aparece. Entonces, creo que obligados por las circunstancias, si no es por convencimiento, habría que hacer un esfuerzo por encontrar un plan modesto, de expectativas mínimas, que primero estabilice el país y que sea la plataforma para un desarrollo diferente. ¿Suena utópico? Puede ser, pero Hermes Binner decía que había que soñar lo imposible para poder hacer las cosas posibles.

—La palabra catástrofe que usó antes es fuerte. ¿Vamos a eso si no hay cambios?

—Yo creo que también, de la misma manera que hago un diagnóstico duro, soy optimista. Creo que en el 2001 estuvimos al borde del abismo y hubo capacidad, por lo menos en los primeros años, para sacar el país adelante. Yo creo que hay que recuperar ese convencimiento de que Argentina es un gran país en el que hoy viven más de 45 millones de habitantes, y tenemos que encontrar la forma de que todos vivan bien. No puede vivir bien una parte y la otra mal. No hay sociedad en el mundo que eso lo resista. Cuando digo catástrofe digo: si uno imagina un sistema previsional donde la mitad de las personas activas no aportan, ¿cómo se van a jubilar? Si ya hoy un sistema de reparto es difícil de sostener y tiene jubilaciones que apenas alcanzan para la subsistencia, bueno, cuando toda esa gente se jubile, dos, tres, cuatro generaciones, empiecen a llegar, va a generar eso. Lo mismo la base de la pirámide social, los jóvenes, menores de 18; si el 60% es pobre, proyectemos eso. Creo que hay que actuar ya en ese sentido, si no vamos a estar muy mal.

—Se está esperando la decisión del socialismo en cuanto a la posibilidad de incorporarse al frente de frentes. ¿Cómo está ese debate?

—Primero que yo no me alego la representatividad de nadie más que de mí mismo. Nosotros somos parte de una película que tiene su historia en Santa Fe: 30 años de construcción frentista, 27 para ser más precisos, entre el socialismo, el radicalismo y el PDP. El primer acuerdo electoral se conforma en el 95, entre estos tres partidos, y por ese entonces hubo mucha resistencia de la UCR y del PDP para que se sume el socialismo. Pero los dirigentes del socialismo de ese entonces entendían que el paso que había que dar en ese momento era la confluencia con estas fuerzas tradicionales de Santa Fe, para poder ponerle un límite a lo que en ese momento era el menemismo expresado en la provincia de Santa Fe, con el proyecto que gobernaba la provincia. Y consecuencia de ese acuerdo fue la posibilidad de que Hermes Binner gobernara la ciudad de Rosario. Binner sacó más de 130.000 votos, pero sin los más de 90.000 votos que aportó Angel D’Ambrosio por la Unión Cívica Radical, el intendente hubiera sido Norberto Nicotra, del PJ. Después construimos lo que es más cercano y conocido, muchas intendencias en Rosario, siempre en el marco de una alianza, aunque liderada por el socialismo, y los 12 años de gobierno en la provincia. En sintonía con eso, en 2019, con el triunfo de (Omar) Perotti para mí se interrumpió un proceso virtuoso en muchas políticas públicas, que también tenía sus déficits (asumimos con dolor no poder haber hecho más en el tema Seguridad). Pero había cuestiones virtuosas, en el sentido de que estaban dando buenos resultados, en Salud, en Educación, en políticas culturales, desde el Ministerio de Trabajo, la Cultura no como espectáculo sino con el ciudadano protagonista, obra pública, inversión por primera vez entendiendo a la provincia de Santa Fe como un solo territorio, y con otras cuestiones que hacían a la gestión también valiosas: la honestidad y la transparencia, y la no discrecionalidad y el clientelismo a la hora de repartir recursos y políticas sociales. Eso en 2019 se cambió, han vuelto prácticas clientelares, han vuelto cuestiones que por lo menos están en el límite de la transparencia y la corrupción: acaba de ser imputado el ex ministro (de seguridad Marcelo) Sain en el tema armas. Veremos en qué deriva esa causa, pero también se les dio a los casinos por decreto el juego online, cuando claramente eso debería haber sido por licitación. Creemos que eso es un retroceso. En 2023 vamos a volver a discutir si el valor simbólico de los 12 años del Frente Progresista pueden reconstituirse como una nueva propuesta, aceptando que la realidad ha cambiado y puede haber nuevos desafíos. ¿Con qué herramienta electoral? La discutiremos cuando llegue el momento. Por lo pronto, rescato y defiendo el diálogo con quienes han sido nuestros aliados en los últimos 27 años, que es el radicalismo, el PDP, el partido de Pablo Javkin, intendencia de la cual importantes dirigentes socialistas forman parte.

—¿El PRO?

—Hoy el PRO no está en nuestra agenda. Nosotros aspiramos a que la construcción sea lo más parecida a lo que hemos hecho en los 12 años en los que fuimos gobierno.

—Lo que pasa es que el PRO está en la agenda del radicalismo.

—Bueno, yo hablo como dirigente socialista y es la aspiración que nosotros tenemos. Igual, siempre digo que como hombre democrático no me niego a sentarme a dialogar qué es lo que se piensa hacer en un gobierno como la provincia. De todas maneras, hoy ese escenario está lejano. Pero no le veo de una faz sin resolución, porque nuestro partido es un partido que discute, que su Congreso es el que resuelve la política de alianzas. No caigo en descalificaciones ni en posiciones que suenan más a consigna que al verdadero interés de resolver las cosas, porque mientras nosotros imaginamos un mundo ideal, el mundo real cruje por todos lados. Entonces, sin negar que tengo valores, que tengo ideas, que tenemos un recorrido, no me cierro a dialogar si se pueden llegar a encontrar políticas en común para resolver los problemas. ¿Cómo se traduce eso electoralmente? Lo veremos. Si la mayoría de los hombres y mujeres del socialismo marcan un camino, siempre he sido orgánico y lo he respetado. Hoy sí yo quiero defender mucho el diálogo con el radicalismo, con el PDP, con Pablo Javkin, porque creo que hay posibilidades de reconstruir una propuesta progresista y marcar los lineamientos de esa propuesta.

—¿En algún momento el socialismo va a tener que decidir si comparte una propuesta con el PRO?

—Nuestro Congreso define siempre la política de alianzas, y siempre tenemos los congresos extraordinarios previos a lo que institucionalmente marca el cronograma, y será la voz y el voto de los congresales los que resuelvan ese norte. También nosotros tenemos una responsabilidad institucional que tenemos que contemplar y nuestra estrategia electoral también tiene que contemplar esas realidades. Como consecuencia de una política frentista hoy gobernamos la ciudad capital, gobernamos Villa Gobernador Gálvez, gobernamos Recreo, Pueblo Esther, que son ciudades, y unas cuarenta comunas, tenemos representación legislativa, concejales. Todo eso también lo tenemos que considerar, para ver cómo podemos seguir transformando en los lugares donde hoy ya somos gobierno. Por eso digo, no es sencillo. Ojalá estuviésemos en un escenario como el de junio de 2007, donde teníamos a Hermes Binner como candidato a gobernador y a Miguel Lifschitz candidato a la reelección en Rosario. Tenemos que tener la inteligencia de construir una herramienta que nos permita recuperar una idea de gobierno progresista. Para decir que no e ir solo alcanza con un segundo. Para construir puentes, propuestas, ver cómo uno de 10 a lo mejor consigue 5 o 6, hay que hablar, y mucho. Esa es la tarea que entiendo hay que hacer ahora. Además de fortalecer a nuestro partido, que viene de pérdidas muy dolorosas, tanto por la voluntad popular, como por la desaparición física de compañeros. También de no aislarnos, porque la construcción política que nosotros hemos hecho siempre tiene un perfil de diálogo frentista. Y en Santa Fe está claramente marcada por el vínculo con las fuerzas que mencioné.

—La dirigente de la Coalición Cívica Lucila Lehmann dijo que usted y Bonfatti eran un límite en el armado electoral, y los acusó de ser responsables “de que el narcotráfico sea la principal amenaza para todos los santafesinos”.

—Es una forma de hacer política que cae en la mentira, que lejos de contribuir a resolver los problemas de fondo, tienen un minuto de fama pegando un grito para que, en alguna discusión, cuando se definan las listas, haya un lugar para ellos. Es una mentira, que no deja de ser doloroso, como toda mentira que afecta a la honorabilidad de las personas, pero la respuesta está dada, como dije antes, aun no habiendo podido resolver el problema estructural de seguridad y violencia, se hizo mucho aunque no alcanzó: la reforma del sistema procesal penal, los controles y los cambios a la Policía, una fuerza muy compleja y con bolsones de corrupción estructural, y también los planes sociales como el Abre, que fueron una forma de intervenir en el territorio con otra escala, en donde el protagonismo lo tenía el Estado, generando las condiciones para que haya ciudadanía, para que los habitantes de los barrios compartan y modifiquen su existencia. Todo eso ha desaparecido y también explica, en parte, la agudización de los problemas de violencia.

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