Eleonora García Véscovi, investigadora en biología molecular y la educadora Edi Machado, pasan revista a un proyecto que están llevando adelante sobre el modo de transferir conocimientos y experimentos científicos a los docentes secundarios, para que los vuelquen en las aulas. “Uno de los ejes de la política para la ciencia (…) debe girar alrededor de su difusión y su valor educativo”, sostiene Sara Rietti, la primera química nuclear recibida en la Argentina y para quien “hacer ciencia para aprender y enseñar” no es sino “una forma de valiosa de pensar; se trata de salir del oscurantismo para entender y desarrollar qué es lo que necesitamos como sociedad; eligiendo qué es lo que nos conviene en un mundo signado por la impronta científico técnico”.
La democratización del conocimiento fue uno de los núcleos del pensamiento latinoamericano sobre ciencia, tecnología y sociedad, según la visión de Rietti. El pensamiento latinoamericano encuentra su origen superada la mitad del siglo XIX para expandirse en los 60-70 del siglo XX. Se trató de una visión autóctona al rescate de un modo de pensarse antes de “ser pensados”. En nuestro país, intelectuales de la talla de Oscar Varsavsky, Amílcar Herrera y Jorge Sábato fueron, entre otros, quienes apuntalaron este patrimonio cultural para el manejo autónomo de la sociedad, en temas vinculados a la ciencia, la tecnología y la sociedad.
Es imprescindible asociar, como lo señala Rietti, “enseñar ciencia, a la alfabetización científica y tecnológica y a la democratización del conocimiento”. Es una opción sobre “la forma de enseñar” que toma como fundamentos “la igualdad y la democracia”.
Existen en nuestro medio, grupos e instituciones del sistema científico y tecnológico que se enfrentan al desafío de llevar la ciencia al aula. Un aspecto, tal vez uno de los más significativos, de la divulgación científica, la que involucra a otros actores. Es un modo de llevar adelante actividades vinculadas a la ciencia y a la tecnología. Es un modo de proponer a la sociedad formas de pensar.
Para Eleonora García Véscovi, doctora en Bioquímica, docente universitaria, directora de la carrera de Biotecnología e investigadora principal del Conicet, experimentar con la ciencia en las aulas “es el desafío que estamos tomando, desde el IBR, el Instituto de Biología Molecular y Celular de Rosario”.
Lo hacen, junto a Edi Machado, doctora en Ciencias de la Educación, docente y co-directora de la Escuela de Química. El proyecto, ya en marcha, tiene un nombre: “Libre Ciencia” y el mismo tiene como destinatarios a los educadores de nivel secundario.
El proyecto también involucra a quienes están haciendo su doctorado en el IBR, quienes son los encargados de “generar las propuestas experimentales para que puedan ser reproducidas en el aula. Un modo de enseñar ciencia, acercándoles herramientas a los docentes secundarios y facilitar su transferencia a los alumnos, al tiempo de despertar su interés y las vocaciones de los mismos, desde las escuelas secundarias”, afirma García Véscovi.
Edi Machado, por su lado, afirma que no sólo es posible, sino que ya cuentan con experiencias concretas. Para Machado, la aceptación de la propuestas se sustenta en que “el tratamiento didáctico que se les da a los experimentos, diseñados y desarrollados por los estudiantes del doctorado de ciencias del IBR, llevan como requisito que la información que nosotros vamos a ofrecerle al docente de la escuela secundaria, y que ellos, a su vez, volcarán a sus estudiantes, apunta a que el material ofrecido deberá ser necesario para quien la reciba, que le sea entendible, lo cual exige un adecuado tratamiento didáctico; que lo perciban como posible y que les resulte útil. Estando estos cuatro elementos: necesidad, “entendibilidad”, posibilidad y utilidad, harán que la información científica pueda ser incorporada, trasmitida, aceptada y asimilada”.
—¿Estos experimentos requerirán del docente secundario y de los establecimientos escolares recursos adicionales e infraestructura adecuada?
—(García Véscovi) La instrucción que tienen nuestros doctorandos es que los experimentos que seleccionen deberán estar constituidos por elementos accesibles para los docentes y los alumnos. Los mismos deberán estar confeccionados con materiales de fácil acceso y de costos reducidos; a la vez que los experimentos a realizar no deberán requerir instalaciones de gas u otras fuentes de energía adicionales para hacerlos seguros y factibles en el ámbito del aula. Cualquier escuela y cualquier aula con la infraestructura con que cuentan, podrán llevar adelante el experimento y extraer de los mismos los principios fundamentales de las ciencias. Proponemos trabajos que contemplen un aula desprovista de canillas, de conexión de gas y otros elementos adicionales. La práctica de la ciencia en el aula deberá realizarse con los elementos con que se cuentan cotidianamente; este es el desafío al que nos enfrentamos para que el desarrollo experimental se pueda hacer efectivo y sea lo suficientemente claro como para transferir el conocimiento de las ciencias que es el objetivo primario.
—(Edi Machado) El proyecto está próximo a cumplir un año. Hicimos la presentación en el IBR para que los doctorandos del instituto dieran a conocer cuáles eran los experimentos. Luego de lo cual hicimos una prueba piloto con un grupo reducido de docentes a los cuales se les presentaron los experimentos y nos dieron una devolución de lo cual salieron a la luz necesidades y posibilidades para llevarlos adelante satisfactoriamente. Conocimos límites que expusieron, temores y los alcances de la adecuación de los mismos a sus respectivos contextos.
—¿Se va a ser a pedido de los colegios o ustedes lo van a ofrecer?
—(G. V.) Lo vamos a implementar a través del Centro Científico Tecnológico Conicet Rosario. Pero la idea es hacer una apertura a los colegios de modo que haya una inscripción periódica en talleres regulares, donde podamos implementar esta transferencia de metodología y sus herramientas, de modo que los docentes puedan ir devolviéndonos sus opiniones e ir avanzando con el proyecto diseñándolo a medida.
—¿Por qué creen ustedes que los docentes puedan llegar a motivarse para hacer esta tarea extra? ¿Y qué motivación tendrán los alumnos para involucrarse en el aprendizaje de la ciencia?
—(E. M.) Los docentes, en principio, tienen una fuerte necesidad de acceder a una formación adicional en tarea experimental. Ésta es una actividad pedagógica muy poco desarrollada tanto en la formación inicial del docente como en su práctica cotidiana. La mayoría de los docentes carecen de experiencias porque hacen muy pocos experimentos. Sabemos que hacerlos despierta una gran curiosidad en el ser humano; lo que incluye a docentes y a sus estudiantes; por lo que se transforma, esta metodología, en el ingrediente principal para transferencia de conocimientos y desarrollo intelectual de ciencias biológicas y químico-físicas. Tenemos la convicción de que los docentes se van a sentir cómodos con este proyecto, porque el mismo no es una imposición. Es voluntario y suplementa la currícula escolar. Se van a encontrar con una total libertad para implementarlo, en el momento que crean oportuno y que les resulte factible como una tarea curricular o extracurricular. Creo que el ingrediente principal es que el mismo no es obligatorio.
—¿Cómo nació esta idea?
—(G. V.) Fue posible por una lectura que hicimos de la realidad que nos guió en la búsqueda del modo de cómo divulgar la ciencia. Nosotros estamos acostumbrados a contribuir y colaborar con las ferias de ciencias que organizan los colegios. Desde el programa del Conicet ‘Los científicos van a la escuela’ que son muy motivadores pero están acotados a un único evento esporádico; y donde la atracción es la figura del científico; por lo que seguimos indagando ya que veíamos que estos buenos intentos adolecían de algo decisivo: su falta de continuidad. Por lo cual, nuestro interrogante se centró en buscar una respuesta sólida a la siguiente pregunta: ¿por qué no darle un marco de continuidad al intento de divulgar la ciencia en las escuelas? Concluimos que la alternativa sería: transferirles a los docentes una herramienta que puedan usar a lo largo del período escolar.
—¿Qué esperan de este proyecto?
—(E. M.) Primero, que su impacto lo podamos medir. Y por otro lado, que los docentes se acerquen al mismo y traten de comprenderlo. La iniciativa parte del Instituto de Biología Molecular y Celular de Rosario, donde se produce ciencia de alto nivel internacional, el sitio desde el cual hacemos la propuesta; un modo de que al aula llegue el modelo científico ‘puro’. De modo que los docentes se encontrarán en un ámbito donde se hace ciencia de punta. Y esto me parece que es absolutamente innovador.