Es un día de semana cualquiera en El Mangrullo, barrio en donde no importa si mayo trae los primeros fríos del año o enero calores sofocantes, porque tanto en invierno como en verano, cuando llegan las cinco de la tarde se repite la misma postal: casi como una ceremonia, es incesante el ir y venir de pibes, a veces solos y otras acompañados por sus madres o hermanos, que cargan bidones plásticos vacíos para que en el comedor que lleva adelante Yolanda Osam se los carguen con leche, chocolatada o arroz con leche. Así, en una precaria vivienda ubicada en la entrada del popular asentamiento de pescadores del límite sur de la ciudad, más de doscientas familias reciben “la copa”, ración que, en algunos casos, pasa a reemplazar la cena de muchos pibes de la zona.
La “Copa de Leche El Mangrullo” es un emprendimiento comunitario que desde hace dieciséis años mantiene en pie “la Yoli”, tal como la conocen todos en el barrio.
Allá por 2001, cuando comenzó con el comedor, eran unas veinte mujeres las que colaboraban, pero hoy quedan sólo tres. “Es que esto es estar todos los días, todos los días, y la verdad que la gente se cansa”, cuenta la mujer acerca de una labor que es prácticamente imperceptible a las miradas de quienes nunca cruzaron el puente de avenida del Rosario al 800 bis y se adentraron en el corazón de El Mangrullo.
“Nadie sabe del trabajo que hacemos todos los días nosotras detrás del paredón”, dice Yoli mientras señala los muros gastados que allá por la década del 50 cercaron el predio que perteneció al club Ministerio de Obras Públicas (MOP). Hoy, el sitio sólo guarda de aquellas épocas el nombre de la institución pintado de azul sobre los muros que, por esas cosas del destino, ni las lluvias ni otras inclemencias pudieron borrar.
Allí es, justamente, en donde en 2001, y con la ayuda de los vecinos del barrio, Yolanda levantó una humilde casilla de material y chapa en la que se llevan adelante distintos tipos de trabajos comunitarios: desde la organización de las famosas fiestas del Día del Niño en El Mangrullo hasta operativos garrafa o asesoramiento para la gestión de trámites en la Ansés.
Hay, además, un pequeño taller con máquinas para fabricar escobas.
La fuerza del amor
Yoli tiene 70 años, aunque no los aparenta. Se jubiló como enfermera y nunca desistió de seguir adelante con el comedor, aún cuando tuvo que cuidar a su esposo enfermo que falleció hace unos años. En el barrio todos la conocen y respetan. Es raro que pierda la sonrisa y se caracteriza por decir las cosas que siente y piensa de frente y sin vueltas.
“Acá vinieron todos los políticos, hasta la Mónica Fein vino. También Marquitos Cleri cuando era apenas un pibe que ni se había recibido de abogado todavía. Él colaboraba con las fiestas que organizábamos el Día del Niño y hasta se dejaba pintar la cara por los chicos”, cuenta.
En el predio del MOP, Yolanda logró también que se respetara un espacio de contención para los chicos del barrio. Se hizo una cancha para los pibes, “¡con césped artificial y todo!”, evoca la mujer, quien agrega que un día se la quisieron robar. “¿A quién se le ocurre levantar eso si tiene, no sé, como mil kilos de arena. Para llevártela tenés que venir con una máquina especial”, relata sobre el incidente que felizmente terminó bien, mientras afirma que “hasta sé quién le pagó a quién para que se robaran el césped”. Y es posible que así sea, porque la Yoli dice saber “todo de cada uno de los que viven en El Mangrullo”.
La mujer llegó al barrio hace 65 años, cuando había unas pocas casas y el predio en donde hoy se mezclan los pibes que patean la pelota con pescadores que aprovechan los arcos para trenzar sus mallas era el elegante y concurrido club del MOP.
“En aquel tiempo había hasta cancha de tenis y todo, y se llenaba de autos caros”, rememora Yoli marcando el contraste con la realidad actual que ella ayuda a paliar con la labor diaria y consecuente en la Copa de Leche El Mangrullo.
Aún queda por hacer
Actualmente, de las casi veinte mujeres que comenzaron junto a Yolanda Osam colaborando con la “Copa de Leche El Mangrullo” quedan solamente Ramona y Margarita, entre otras que también se acercan a dar a una mano, aunque a muchas de ellas les ganó el cansancio y el desgaste de estar todos los días “al pie del cañón”, como dice Yoli.
Cuando llueve, el acceso a la humilde vivienda en la que se entrega la ración a los chicos se torna inaccesible por el barro, lo que no impide que se lleve a cabo la labor solidaria, ya que Osam explicó que la prepara y la entrega en su casa, ubicada a unos quince metros del comedor comunitario.
Si bien reciben del gobierno provincial la ración de alimentos para preparar la copa, como también el dinero para la compra de cuatro garrafas –que son las que utilizan aproximadamente por mes–, Yolanda apeló a la solidaridad de la gente para quienes quieran ayudar con chapas, tirantes, maderas, cables y herramientas para poder colocar un techo en el ingreso del comedor para que los chicos no se mojen si llueve o no les dé de lleno el sol mientras esperan su raciones.