La bicicletería resiste a los cambios. El local mantiene aquella impronta, paredes gastadas, donde se amontonan las bicicletas para ser reparadas. El olor es una mezcla de llantas y grasa, donde piñones, manubrios y cadenas se apilan junto a frascos con pequeños repuestos, gomines o pastillas de freno. La fisonomía del centro rosarino cambió desde que los hermanos Alberto y Manlio abrieran el negocio en el año 1937, cuando eran los únicos que reparaban las bicicletas de trabajo en una Rosario pujante. Recibían pedidos para arreglar los móviles de los talleres de la heladería Laponia, justo en la vereda de enfrente. A eso se sumaba el mantenimiento de los triciclos de reparto de cada panadería, tintorería o tienda de la calle San Luis. Y hasta engrosaban la nómina de “clientes fijos” con las cafeterías como Bonafide, cadeterías, sastrerías e imprentas.
Hoy, Alberto hijo está a cargo del negocio y su sobrino Federico también se ensucia sus manos para seguir brindando un servicio noble, aunque ya no predominen las bicis de trabajo como hace 76 años. “Mi padre y mi tío fueron primero ciclistas y luego se dedicaron al oficio. Crecí entre los rayos de las bicis. Hay clientes que crecieron junto a mí: conozco a sus hijos y nietos, y me traen las bicicletas cuando tienen algún problema. Incluso viejos clientes que se han mudado a countries me las traen a reparar”, dice orgulloso Alberto, de 62 años.
Llantas de madera
En la vidriera cuelga una vieja bicicleta de carrera, pero con llantas de madera: perteneció al padre de Alberto. “Mi tío Manlio fue campeón santafesino y participó de los «Seis Días» en el Luna Park, competición que se llevaba adelante en «El anillo embrujado». Junto con mi abuelo, hicieron mucho por el deporte en Rosario. Cuando existía la asociación de ciclistas había un gremio de bicicleteros muy unido. Ya no existe pero se festejaba el Día del Bicicletero. Se hacían cenas anuales. Todo eso se perdió”, señala con nostalgia Guillén.
El hombre tiene ojo clínico. “Cuando llega alguien con la bicicleta, la veo y ya se qué problema tiene. El 70 por ciento viene por los parches y las pinchaduras, pero aquí hacemos reparaciones que en otros lados no agarran. Incluso, pintamos, reparamos los frenos a varilla de modelos antiguos como las Bianchi, Phillips, Legnano. Y ahora entra gente preguntándonos por las bicicletas Graciela, que las fabricaban en calle 9 de Julio entre Alvear y Santiago. El dueño era Montinori, que le puso a la bici el nombre de la hija: eran las plegables, después hicieron las vaquero… bien «made in Rosario». Hoy son muy requeridas las que eran plegables”, describe.
Federico fue quien capacitó a chicos en situación de calle de los barrios Tablada, Las Flores y Ludueña para el Programa de Inclusión Sociocultural con Jóvenes para la Prevención del Delito, impulsado por el Gabinete Social de la provincia. “Les enseñábamos el oficio aquí y después ellos reparaban bicicletas en la Rural. Trabajaron para mantener bicicletas para la Facultad de Medicina, fue una buena manera que cien pibes estuvieran ocupados”, dice el menor de los Guillén.
En Rosario, bicipartes
“Hay dos bicicletas, la que se ve en el centro y la que hay en los barrios. La del centro es más deportiva o recreativa, con cambios; en el barrio el que la usa para trabajar la sigue usando hasta que no da más. No les hacen mantenimiento, salta la cadena porque están gastados los piñones o al revés, está gastado el plato”, apunta Alberto, que en la década del 70 se alejó de ruedas y pedales para despuntar otra pasión: la música. Fue disk jockey en míticos boliches como Sunset, MrMagoo o Mr Night: “A mediados de los 80 volví, incluso abrimos un local en Funes sobre la ruta y nos fue muy bien”.
Los Guillén aseguran que en la actualidad Brasil tiene liderazgo en la fabricación, pero en su tiempo la región fue una potencia: “Acá, hace 20 años, las fábricas hacían entre 10 mil y 20 mil bicicletas por año. Ahora ya no. En Rosario había armadores, acá son bicipartes, todos ensambles como las bicicletas de Rodas o Aita. Incluso Villa Gobernador Gálvez era líder en bicipartes, Buenos Aires compraba acá llantas, piñones, manubrios… Hasta los cuadros compraban acá, como Giorgia, que preparó bicicletas de competición. Pero con la importación murieron: acá un piñón costaba 10 pesos, y en China se compraba por cuatro”.