Fanatismo e ignorancia son la dualidad perfecta que propicia la decadencia de una cultura
La palabra fanatismo, etimológicamente, significa templo y fanático, perteneciente al templo o protector del templo. Desde otro punto de vista se dice que una persona religiosa es la que estudia, conoce, investiga y crece en el conocimiento de una religión y un fanático es quien erige la religión como un Dios y la trata como algo incuestionable. Se dice que el fanatismo marcha de la mano de la ignorancia pues esta última significa desconocimiento; el fanático cree sin cuestionamiento alguno. Según la socióloga española Adela Cortina, el fanatismo inmuniza las convicciones del individuo frente a la crítica racional. Para el psicólogo Adler, representa un complejo de inferioridad que niega la razón de otro. En su obra sociológica El miedo a la Libertad, Erich Fromm considera que el fanatismo es un intento del individuo de escapar al crecimiento natural, pues éste implica libertad y la libertad conlleva a la responsabilidad y el compromiso consigo mismo, sobre su propio ser. El hombre “teme” a la libertad por no querer enfrentarse al uso del libre albedrío como instrumento de su propio crecimiento individual; es más cómodo depender de otros y de circunstancias ajenas a la voluntad propia, porque así existe alguien o algo a quien culpar de las desgracias, las inhibiciones y los descalabros en la vida. Desde el punto de vista epistemológico, el fanático, curiosamente, se parece a su contrario, el relativista, ya que para ambos no cabe el debate o la búsqueda común de la verdad; ninguno acepta paralelismo con el otro.
Es común que se ligue al fanatismo directamente con cuestiones de carácter teológico; sin embargo el término tiene un espectro más amplio y se aplica al aferramiento irracional de cualquier individuo a un pensamiento sin aceptar la racionalización del mismo y la pluralidad de ideas al respecto. Paradójicamente “en el nombre de Dios” diversos grupos religiosos radicales a través de los tiempos han llegado hasta el asesinato y la tortura de sus semejantes en aras de “la defensa” de una corriente religiosa. Se ha atentado contra mujeres indefensas y niños inocentes hasta causarles la muerte por considerar que son engendros del demonio o hijos de un engendro del demonio por el sólo hecho de diferir en formas de pensamiento. Este fenómeno en mayor o menor grado, aun en nuestros días, se mantiene vivo; en los países de Medio Oriente, algunos lugares de Asia y África, ¡en Europa!, que se supone cuna de la cultura universal, siguen los enfrentamientos religiosos y sangrientos entre católicos y protestantes en Irlanda e Inglaterra, aunque en menor grado, pero ¡ahí están!
Los seres vivos a medida que crecemos vamos adquiriendo costumbres, cultura, idioma, formas de pensamiento, preferencias en música, arte, vocación, etcétera. Pero también vamos adquiriendo posturas inconscientes de los mayores por imitación así como las inclinaciones teológicas que se inculcan. Los ejemplos vivos son como finos cinceles que inconscientemente van causando impacto en las jóvenes conciencias induciéndolas de cierta manera a la formación de su carácter y sus propias convicciones. ¡Es ése el punto álgido que se debe tomar en cuenta para la formación de los hijos! Mientras vean a sus padres leer, investigar, discutir con fundamento cualquier cuestión, entender razones, revisar evidencias que se presenten, antes de tomar una determinación, escuchar y aprender, reconocer “no lo sé, lo voy a investigar”, “me equivoqué hay que rectificar”, en fin, que padres y maestros acepten la imperfección natural que nos impulsa al crecimiento intelectual y moral y no las respuestas negativas que tienen detrás un grado mayúsculo de fanatismo e inseguridad: “Yo mando”, “así se hace porque yo lo digo”. “¡Cállate y obedece!”. “Las cosas son así y ¡punto!”y otras sandeces más que no engañan ya a los jóvenes pero que sí abren una brecha de comunicación generacional.
El fanatismo es la cerrazón de la mente al crecimiento de la mente humana; una persona fanática es aquélla que se enamora de sus propias ideas y pensamientos y se encierra en una cápsula donde nadie penetra y llega el momento en que se da cuenta que está sola. Recordemos a la cultura china; durante muchos años se rodeó de una inexpugnable muralla para que su ciencia no fuera compartida y ningún pueblo la superara. Pero cuando abrió las puertas al mundo, se dio cuenta que por su encierro se quedó a la zaga y el mundo había evolucionado sin ella y había crecido más que ella… Moraleja: si quieres crecer como pueblo, como cultura o como ser humano, es necesario aprender, conocer, escuchar, comparar, no subestimar a nadie, y abrir el ángulo visual e intelectual 180 grados para tener una amplia visión que nos permita percatarnos de nuestro entorno. Vivimos tiempos de grandes cambios: ¡Nada permanece estático! Excepto los valores humanos, todo lo demás evoluciona y cambia y el ser humano debe tener siempre predisposición a adaptarse a esos cambios y crecer ¡Crecer! El fanatismo en cualquiera de sus manifestaciones es un enemigo mortal de la evolución y el crecimiento de las culturas y los individuos.