Por: Santiago Baraldi
Un hombre mayor, danés, recorre las instalaciones y llora. Otro, chileno y algo más joven, camina junto a su hijo adolescente y pregunta: “Dónde están las salas de torturas”. Muchos rosarinos, de a poco, se asoman a un lugar molesto, un edificio que recuerda que ahí estaba la burocracia del horror. Es la emblemática esquina de Córdoba y Moreno, que fuera sede del Comando del II Cuerpo de Ejército y donde hace un mes funciona, definitivamente, el Museo de la Memoria, único en el país y en Latinoamérica. El visitante se topa en el ingreso con la imponente máquina Memora, de Dante Taparelli, donde se pueden leer más de 50 microrelatos sobre la violación a los derechos humanos ocurridos en Latinoamérica en los últimos 500 años, y donde se intenta proyectar que la condición humana ha sido vulnerada y es humillada en el presente. Unas 50 personas por día recorren la vieja casona que tiene en el subsuelo algunos recovecos que provocan escalofríos y que no forman parte del recorrido.
Su director, Rubén Chababo, recibió a El Ciudadano para trazar un balance, no sólo de este primer mes de la apertura del Museo, sino de su gestión, que luego de ocho años finaliza el próximo 15 marzo: asegura se presentará a revalidar títulos cuando ese día se haga el concurso para renovar el cargo. “Los museos que abordan el horror deben ser espacios para que quien pase por ahí salga con un mensaje y una enseñanza, porque la memoria en sí misma no es garantía de que la barbarie no vuelva a repetirse. La garantía la da el grado de conciencia que logremos alcanzar sobre las consecuencias que supone la pérdida de libertades para cualquier sociedad”, afirma Chababo mientras se terminan de almacenar los más de 3.500 libros en la biblioteca, donde también están digitalizadas más de cien mil fojas de la causa Feced para consulta de la Justicia o familiares, donde de manera rotativa más de 300 testimonios se pueden seguir en los plasmas instalados en distintos puntos del edificio o se puede recorrer en la pantalla touch screen (táctil) las muertes en Ciudad Juárez en la frontera entre México y Estados Unidos, o la situación represiva en los territorios ocupados por Israel en Gaza o los dilemas de la políticas post apartheid en Sudáfrica. “Queremos transmitir que la condición humana se vulnera en todo sitio y en toda geografía. Es un museo que requiere paciencia, hay que venir una y otra vez. El museo tiene una mirada universal”, explica el director y agrega entusiasmado: “Estos espacios son sitios de conciencia. El Museo pertenece a una red internacional, hermanados con museos de la república Checa, de Sudáfrica o de Chile por ejemplo, cuya finalidad es transformar estos sitios en lugares de reflexión”.
Sobre la cantidad de visitantes, Chababo admite que cuando comiencen las clases habrá mucho interés en recorrer el Museo: “Sabemos que enero no es fácil porque hay menos gente, el calor; pero a pesar de ello estamos gratamente sorprendidos por la respuesta de la gente que pasa, y algunos con ese prejuicio de «a ver qué hicieron estos» y se van conformes, la reacción es de sorpresa, y se encuentran con una oferta institucional que ha conservado criterios de calidad y estética; apelamos al arte. Ya nos están llamando de escuelas para preguntarnos horarios de visitas, tenemos programas adaptados según la edad de los chicos. Hay temas que se abordan y otros que no, se trabaja con las preguntas que ellos hacen, somos muy cuidadosos, no se baja línea de nada”.
Chababo asumió en enero de 2003, por cuatro años, renovables por otros cuatro más por decisión del Ejecutivo; concluido ese plazo de ocho años, según la ordenanza municipal, hay que llamar a concurso que será el próximo 15 de marzo con un jurado integrado por nueve miembros, de diferentes extracciones. Un concurso público, por antecedentes y oposición y abierto donde se puede presentar cualquier interesado. El director del Museo asegura que se presentará: “Pero hay que ganarlo, y es de lo más saludable en lo que hay en la administración pública, porque contribuye a la democratización de los espacios y porque a veces los directores nos pasamos ocho años y nos oxidamos; esta instancia me obliga revalidar título y me parece muy bien”.
— Hubo un largo recorrido para llegar a concretar el Museo de la Memoria, con muchos obstáculos, ¿cuál es tu primera mirada a un mes de estar en funcionamiento?
— Creo que cuando uno lo ve realizado le cuesta creer, porque fue un museo que tuvo muchos inconvenientes desde los inicios. Una parte, por lo que significó la recuperación del espacio. Es un museo que, si bien es municipal, se llevó adelante en un contexto nacional bastante favorable a las políticas de derechos humanos. Esto contribuyó en la atmósfera, en el clima, creo que hubiera sido muy diferente en la década del 90 y esto hay que decirlo. Creo que no alcanzaba sólo con la recuperación del espacio y decir aquí está el Museo de la Memoria, sino que el Museo debía cumplir estándares en la tratamiento de la temática, con un alto grado de profesionalismo. Llegar a la esquina de Córdoba y Moreno, para decir ya llegamos y poner afiches en las paredes… hubiera sido un verdadero fracaso. Todo fue un gran proceso de mucho desarrollo institucional, apoyaturas de diferentes espacios y personas vinculadas al proyecto.
— Además, sin antecedentes de este tipo de museos en el país…
— Tenemos que entender que no había experiencias previas a nivel nacional ni latinoamericanos donde espejearse. Hay sitios de memorias, hay algunos proyectos muy erráticos, con muchas dificultades que tienen que ver con los momentos políticos de cada país. En la Argentina había grandes intentos, como la recuperación de la Esma, o en La Plata, pero de estas características, como el nuestro, funcionando como un espacio de política y cultura, dedicado al terrorismo de Estado, con una visión amplia de los derechos humanos que no se agote en el período del 76 al 83, que proyecte miradas hacia el pasado y hacia el futuro, que no deje líneas cerradas sino que plantee los dilemas, que genere conciencia. Por eso está la biblioteca, donde están los textos donde hablan de la condición humana en diferentes lugares del mundo que van desde el Gulag hasta El Salvador y desde los campos de concentración del nacional socialismo hasta las experiencias de las dictaduras latinoamericanas; hay un amplio panorama. El tema de la última dictadura no se lo puede entender si no se lo suscribe en un tipo de contexto, se la relaciona y vincula con otros exterminios que han ocurrido en países del mundo.
— ¿Qué actividades hay programadas en lo inmediato?
— Tenemos un subsuelo con un auditorio impresionante para 120 personas, donde se presentarán libros, ciclos de películas. Lo más importante viene ahora: pensar que tenemos esto y ya está es un error, hay que seguir sumando contenido. Exige un ejercicio de reflexión continua, estar atentos a las señales del presente y la coyuntura, no dejar ancladas las problemáticas en el pasado. Tenemos una muestra temporaria junto a los museos Macro y Castagnino y el Haroldo Conti de Buenos Aires sobre arte y representación, después una muestra en fotonovela, muy interesante, de Marcelo Brodsky sobre el atentado a la Amia que estará entre julio y agosto, después una muestra sobre el genocidio en Guatemala, tenemos la presentación de un CD para las escuelas de distribución gratuita sobre terrorismo de Estado y derechos humanos que será en marzo.
— Tuvieron alguna mala experiencia con algún visitante que haga un planteo como “dónde está la memoria de los muertos del otro lado”?
— Sí, las guías han tenido algunos comentarios. Igual, siempre digo: no hay posibilidad que yo te obligue a que vos recuerdes lo que no querés recordar. Lo que puedo hacer es invitarte a recordar y a reflexionar por qué no querés recordar lo que nos pasó, donde hay semejantes tuyos que sufrieron y etcétera, pero hasta ahí llega. En general las sociedades, todas, intentan cerrar los ojos, en gran medida al dolor del otro porque a veces se vuelve insoportable. Cuando uno recorre los Estados Unidos, gran parte de la población desconoce que hay miles de jóvenes soldados muertos de manera absurda en las guerras de Irak y siguen su vida. O transitamos nuestro país y sabemos que hay mucha gente en situación de trabajo esclavo, y sabemos que a dos cuadras de acá hay presos en situaciones infrahumanas, donde se están violando absolutamente todas las normativas de las declaraciones de los derechos humanos. Entonces, ¿qué pasa con nosotros? Seguimos viviendo.