Bastó que el primer ministro de Grecia, Yorgos Papandreu, anunciara la realización de una consulta popular sobre el último acuerdo conla Unión Europeapara que una andanada sin precedentes de amenazas y presiones recorriera todo el continente.
Nicolas Sarkozy defendió el pacto que se revisará como “la única vía posible para resolver el problema de la deuda griega”. Voceros de la coalición del gobierno de Angela Merkel calificaron de “irritante” y “curiosa” la decisión del socialista. José Blanco, vocero de José Luis Rodríguez Zapatero, dijo que la medida “no es buena para Europa”.
La ministra irlandesa de Asuntos Europeos, Lucinda Creighton, habló de una “bomba” que, afirmó, genera “mucho malestar”.
Más directo (si eso es posible), el premier de Luxemburgo y titular del eurogrupo, Jean-Claude Juncker, advirtió sobre la quiebra inminente de ese país y el presidente del Banco Mundial, Robert Zoellick, vaticinó que un triunfo del «no» en el referendo desatará el “caos”. Los griegos ya quedan debidamente avisados de que la libertad es hoy un lujo que no se pueden permitir.
No cabe, a esta altura de los acontecimientos, hacerse el distraído: un eventual rechazo popular al segundo paquete de 130.000 millones de euros y a la quita del 50 por ciento de la deuda griega supondría un terremoto para la economía mundial. Sin embargo, llama la atención la liviandad con la que muchas de las principales autoridades mundiales descalifican como nocivo el recurso de la voluntad popular.
Allí radica uno de los dramas de la construcción europea, otrora tan alabada: la toma de decisiones a nivel del bloque supone una transferencia de soberanía desde los Estados nacionales que, en momentos de crisis, se torna incompatible con los parámetros mínimos de una democracia.
Más allá de las elecciones para el Parlamento Europeo, de funciones más que recortadas, no existe propiamente un gobierno comunitario. Así, son las administraciones nacionales las que pagan los costos políticos de las decisiones dolorosas.
Este déficit de democracia (palabra griega obviamente; ¿será que el resto de Europa no entiende esa lengua?) hace que cada vez más ciudadanos de los 27 países dela UE, y de los 17 de la eurozona, sientan que el proceso de integración los ignora, no atiende sus demandas y constituye una arquitectura lejana que privilegia invariablemente los intereses de las grandes finanzas y las corporaciones. ¿Puede sorprender que el movimiento de los “indignados” se extienda ya por toda Europa e, incluso, al otro lado del Atlántico?
En medio del salto mortal de los mercados desde el segundo subsuelo al tercero (para añadir dramatismo, hasta hubo que internar por “dolor abdominal” al ministro griego de Finanzas, Evangelos Venizelos), la histeria antigriega se desató en las principales capitales europeas. Semejante estado de ánimo ignoró que la apelación al aval popular es más que razonable, habida cuenta de los sacrificios indecibles que se vienen imponiendo a los griegos, para colmo, sin que los mismos sirvan, siquiera, para cumplir con el propósito declarado de reducir el déficit fiscal. Película repetida: los sucesivos ajustes no hacen más que transformar las recesiones en depresiones, perforando cada vez más las arcas fiscales que se pretende salvar. No debe extrañar, así, que trabajadores sometidos a despidos masivos, recortes brutales de sus salarios y pensiones, una devastación de los programas sociales, impuestazos cada vez más impiadosos y, cuando osan protestar, dura represión, duden de las bondades de un nuevo “rescate” y de una poda de la deuda que, en tanto dejará al final del día los compromisos del país en un impagable 120 por ciento del PBI, parece más destinada a “salvar” a los bancos acreedores que a los ciudadanos comunes.
Por otro lado, los líderes comunitarios no repararon en que la movida de Papandréu no responde a un súbito redescubrimiento de las bondades de la democracia. Hasta el lunes, de hecho, el hombre había hecho todos los deberes que le pidieron. Todos, hasta que una rebelión dentro de su propio partido acentuó la salida de diputados hartos de levantar la mano sin preguntar y puso a su gobierno al borde del abismo. La cuenta de las voluntades de una supuesta mayoría oficialista se detenía en 152 sobre 300 legisladores. Y a la baja…
Más encaprichado con las modelos jovencísimas que en resolver los desacuerdos dentro de su alianza y la crítica situación financiera de su país, otro que tambalea es Silvio Berlusconi. Si el peor escenario se da en Grecia y triunfa allí el rechazo al enésimo ajuste y “rescate”, ¿cuánto se agravaría la situación europea con la caída del gobierno en Italia y la apertura de una transición que no haría más que demorar las medidas de ajuste que, allí también, se exigen a gritos?
España, otro de los PIGS, parece encaminada a resolver de un solo golpe su coyuntura política. El próximo domingo20 ala noche, Mariano Rajoy será el presidente del gobierno electo con mayoría en el Parlamento. El colapso del PSOE es más que anunciado, pero el previsible voto castigo a los rigores que impuso en el último tiempo para evitar un colapso peor que los cinco millones de desocupados y el 21,5 por ciento de pobreza pronto se traducirá en otra decepción para los electores.
Rajoy, extrañamente no escuchado por votantes que ya no saben dónde queda la salida, no oculta que su receta será más austeridad y más flexibilidad laboral, cueste lo que cueste.
La rápida evaporación del apoyo popular que experimentó el británico David Cameron al anunciar un megaajuste a poco de llegar al poder puede llegar a parecer una eternidad al lado de lo que parece esperarle a Rajoy.
Enla Europade hoy no ganan ni los que ganan.