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“Estamos como hace 20 años”

Por: Santiago Baraldi. Carlos Alonso es forense del Instituto Médico Legal, hacia donde se derivan más de 100 casos por mes de muertes violentas o de causa dudosa. Y dice que serían resueltos si la Policía tuviera “personal idóneo”.

Carlos Alonso baila con la más fea: la muerte. Su trabajo es dilucidar las causas de una muerte criminal, las dudas que ese cuerpo ofrece. “Hay que estar un poco esquizofrénico, pero mi trabajo queda acá. Es algo que no puedo conversar en la mesa familiar o con amigos”, explica el médico forense, que ingresó por concurso al Instituto Médico Legal hace seis años. “Es razonable que nuestro trabajo no tenga difusión porque estamos formados en una cultura que niega la muerte, así negamos todo lo que está a su alrededor”, reflexiona. Pero lo cierto es que al IML ingresan por año más de 1.200 casos de muertes violentas, lo que promedia un poco más de cien por mes y tres por día, todos los días. Y Alonso se queja de la falta de “personal idóneo” ante tamaña cifra. “Sobre todo en la Policía. Deberíamos ajustar la cuestión de la recolección de pruebas en el lugar del hecho, no se está haciendo como corresponde”, sostiene. Como ejemplo, sobre su escritorio tiene informes policiales “muy escuetos”, y una copia del libro fundacional en Medicina Legal argentina, escrito por José Ángel Patitó: “Un maestro forense, de consulta permanente. Tengo el libro en mi casa y una copia en mi mesa de trabajo”.

— ¿Siempre trabajó como médico forense?

—Cuando me recibí de médico en el año 81, trabajé en Correa, Montes de Oca, Cañada de Gómez en clínica general. Realicé especialidades en pediatría y gerontología primero y luego medicina legal y laboral que fue lo que más me atrapó. Al principio lo hacía de manera honoraria en la Policía de Cañada: reemplacé a un médico policial que se retiraba en el 86 y estuve hasta 2003. Llegué a comisario de la Policía por mi trabajo. Me retiré cuando gané por concurso de medicina legal, en el Poder Judicial de Rosario. Me dediqué a full con gusto y pasión; el ex director del Instituto Medico Legal, Oscar Sánchez, también me convocó a trabajar como docente en la Facultad de Medicina, haciendo la especialidad en medicina legal en la carrera de posgrado y también en la Universidad Abierta Interamericana.

— ¿Qué trabajo realizan en el Instituto Médico Legal?

—Somos seis forenses, muy pocos teniendo en cuenta, por ejemplo, que en La Habana (Cuba) trabajan 50. Se hace investigación de la muerte criminal, muertes violentas o de causa dudosa: si fue violenta, criminal, suicida o pudo haberlo sido.

— ¿Deben esperar primero el informe policial?

—Tenemos un muy mal levantamiento del cadáver, es muy deficiente. Es el informe que nosotros recibimos por los médicos policiales que van al lugar del hecho: ellos son nuestros ojos –y los del juez, por ende– en el lugar. Nosotros necesitamos información de primera: lo que ven en el lugar, lo que ven en el cuerpo, la temperatura del cuerpo en ese momento…Todo eso es muy insatisfactorio. Trabajamos mal respaldados.

—Muy lejos de lo que se ve en las películas o series de televisión…

—Yo no miro ni las películas ni las series porque cuando veo cómo trabajan ellos me dan ganas de llorar. Acá no tenemos siquiera una medición de temperatura cuantitativa del cadáver. Si ocurrió algo a las cuatro o cinco de la tarde y veo el cadáver para hacer la autopsia a las diez de la mañana, pasaron 12 horas… Necesito los datos de la temperatura del momento de la muerte o cuando el médico lo ve después que va al lugar del hecho; yo después tengo que hacer una curva de intervalo post mortem, saber a qué hora murió…

—Es información clave que puede involucrar a tal o cual persona ¿no?

—La falta de información me abre el abanico de posibles horas de muerte y yo lo que tengo que intentar es cerrar ese abanico. Es imposible saber la hora exacta de una muerte, y cuanto más tiempo pasa es más difícil. Pero si tengo buena información se facilita cerrar ese abanico. Si me dicen que una persona murió entre las 0 y las 6 de la mañana, tal vez yo pueda decir que fue entre las 2 y las 4. Es de tal importancia eso que yo puedo dejar afuera a un culpable o introducir en la escena a un inocente. Por ejemplo, en el caso Solange (Grabenheimer), la chica que mataron en Vicente López, donde aparentemente la mató la amiga (Lucila Frend, que resultó absuelta), el médico que estuvo en el lugar hizo tres declaraciones con horarios distintos. En todos los casos los fundamentó, mal; por eso desorienta. El horario de muerte, en este caso, es lo que sacaba o colocaba a la amiga en el lugar del hecho. Esto tiene que ser un dato objetivo y certero: aun desde la duda, tiene que ser certero. Si yo digo que murió entre las doce y las cinco, estoy dando cinco horas de dudas, pero aseguro que nunca pudo haber sido antes de las doce o nunca después de las cinco, con lo cual ninguno de los que ingresaron al lugar a las cinco o cinco y media pudo haber sido el que cometió el crimen. En este caso había tantas dudas que cualquiera podría haber sido el homicida. Eso pasa por falta de información: a mejor información, mayor certeza…

— Y en su caso ¿se ha quedado con dudas?

—Cuanto más uno sabe, más dudas tiene. Hay quienes temen decir que no saben: yo me he quedado mil veces con dudas. Participo de esa duda al juez y entonces investigamos más y mejor y esa duda se achica. No se puede trabajar desde la certeza, porque la certeza en biología no existe, porque trabajamos con variables inciertas, no es matemática. Cada caso es diferente y merece una investigación distinta. En la mayoría de los casos uno queda nadando en la frustración porque aun teniendo la certeza final, llega a una conclusión con convicción pericial. Después aparecen cuestiones nuevas y tumban las pruebas, los indicios o porque no se hicieron bien las cosas. La dificultad de hacer un informe en el lugar del hecho es que sea irrebatible.

— ¿Ahora es más sencillo, por ejemplo, obtener el ADN en el lugar del hecho?

—Hoy si no se tiene un ADN en el lugar del hecho no se manda preso a nadie.

— ¿Cómo se levanta el ADN?

—Se hace con minuciosidad, con un trabajo exhaustivo, con un trabajo prolijo en el lugar, con lupa, como lo hacían los investigadores de antes, preservando el lugar, cosa que no se hace. Por ejemplo, en el caso Candela (Rodríguez), que durante días seguimos por televisión: miramos a un oficial de la Policía con uniforme en el lugar donde habían encontrado el cuerpo de Candela, que sería el lugar secundario, porque la mataron en otro lado. Ese oficial que buscaba indicios estaba parado, con las manos atrás y con un pie corriendo papeles, bolsas, ¡moviendo la escena con las patitas! Es un lugar sagrado para nosotros: porque si el que arrojó el cuerpo tocó algo, ahí van a estar las huellas. Llegó el gobernador (Daniel) Scioli, con la madre de la nena, todos los medios, todos contaminando la escena, impregnando las huellas… Después pasa como en el caso de Nora Dalmasso que le terminaron haciendo el ADN a 27 personas, incluyendo al cura y al fiscal. Fue un escena invadida por decenas personas que caminaron, tocaron y dejaron huellas y seguramente debajo de esas huellas estaban las del sospechoso. O el caso (María Marta) García Belsunce donde uno no encubre a cualquiera. Uno encubre a un hijo o a sí mismo, pero no encubre a cualquiera.

—En su trabajo se deben haber presentado circunstancias tragicómicas…

—En Cañada de Gómez, hace muchos años, en un motel, ocurrió una muerte dudosa de un hombre, que pudo haber sido un homicidio pasional o muerte natural después del consumo de Viagra y del esfuerzo físico, pero hay que hacer el diagnóstico. Llego al lugar después que el investigador criminalístico, había un sargento en la puerta preservando el lugar, ingreso al cuarto, estaba el hombre muerto sobre la cama y me llamó la atención que no estaba el personal de Policía Científica, cuando de repente escucho la cadena del baño… Al rato sale el investigador ajustándose el cinturón y se disculpa diciendo que le habían agarrado ganas de ir al baño, ¡precisamente al baño! Un lugar rico en pruebas: siempre se encuentra una huella, un pelo en el jabón, el inodoro plagado de huellas… Bueno, uno se frustra con esto.

—Suena terrible tratándose de la “Policía Científica”…

—Depende de la preparación de quienes se ocupan del tema. Los médicos policiales, los que están en criminalística deberían ser todos médicos legistas. Cada comisaría investiga por su cuenta… Hacen falta recursos humanos y recursos técnicos. Por ejemplo, la luz de Ghost, que sirve para detectar sangre: uno deja a oscuras la escena del crimen y utiliza la luz que detecta los rastros de sangre, incluso si se lavó la superficie. Eso, que es básico, no está. Falta una decisión política para formar un grupo de elite. En ese aspecto estamos en desventaja en materia de poder probar la presencia de alguien en el lugar del hecho, deberíamos ajustar la cuestión de la recolección de pruebas en el lugar del hecho, no se está haciendo como corresponde. Debería haber una formación de primerísimo nivel, a un grupo, no a todos, para que se ocupe de la investigación de la muerte violenta en Rosario. No que cada comisaría se meta en el lugar del hecho.

— ¿Hubo algún caso mediático que haya seguido con atención?

—Seguí de cerca el caso de Sandra Cabrera, la titular de las meretrices rosarinas asesinada en enero de 2004. Trabajé en aquella oportunidad, y con el juez Carlos Carbone nos quedamos con la certeza de quién había sido su asesino, pero son de esos casos que uno queda frustrado porque no se pudo probar. Hicimos una investigación adecuada con los elementos que contábamos y la convicción pericial existía, pero la verdad jurídica nunca apareció. La presencia, en ese momento, del responsable, que había tenido relaciones sexuales con la víctima es una cosa que nosotros probamos, pero él se adelantó diciendo que había tenido relaciones consentidas y que por eso era posible que encontráramos esa evidencia, pero que después de eso no había estado en el lugar… ¿Cómo demuestro que estuvo y que no se fue antes?

— ¿Lo afecta estar en contacto con la muerte diariamente?

—Es una cuestión de hábito, uno aprende a dejar en el escritorio, en su lugar de trabajo, a la muerte, uno es un poco esquizofrénico. Mi trabajo no lo puedo compartir en mi almuerzo familiar, ni a mis amigos, es algo que uno hace solo. No me llevo de acá influencia negativa, aprendí a separar las cosas. Me gusta lo que hago y no puedo quejarme, sí me gustaría que tengamos mejores recursos para asegurar pruebas. El apoyo psicológico a nivel institucional no existe, sobre todo el personal administrativo; apoyo porque ellos trabajan con los familiares que espera la explicación de la muerte, o el certificado de defunción, trámites que enfrenta nuestro personal en ventanilla; esa carga cotidiana es riesgosa, pero no está previsto.

— ¿Hay estadísticas de cuántas personas ingresan al Instituto?

—Nada más caótico que la muerte accidental, suicida, homicidio pasional o accidentes de tránsito. El último domingo trabajé sobre 9 autopsias y hay días que no llega nadie, pero, curiosamente, al final del año son un poco más de 1.200 autopsias. Al final del mes son un poco más de 100.

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