Por: Laura Hintze
Un grupo de jóvenes universitarios, oriundos de la provincia de Jujuy y descendientes del pueblo Kolla, decidieron abrir un espacio de encuentro donde discutir y compartir las inquietudes que los llevaron a juntarse. Lejos de estar unidos por haber sido o haberse sentido discriminados, ellos buscan descubrir desde quiénes son y cuál es su historia, hasta qué pueden aportar a una sociedad con costumbres tan diferentes a las suyas.
Sentados en el bar de Pellegrini y 1º de Mayo, en diagonal a la pizzería La Vendetta, Pablo y Pamela, estudiantes de Ciencias Políticas y Psicología respectivamente, llegan puntuales a la cita. Los tres, ellos y la periodista que quiso entrevistarlos, de la misma edad, compran una gaseosa y después de charlar un rato comienzan la nota. Al rato llegan Roque y Griselda; el primero estudia técnico cardiólogo y su amiga para ser psicóloga. Todos rondan los 25 años. Como jóvenes, los cinco comparten algunas inquietudes y algunos otros chistes, que hacen que las diferencias que marca el lenguaje (“vos criolla”, “ustedes originarios”) resulten absurdas. Por suerte ellos lo saben, y entonces proponen una inclusión integral para lograr una verdadera sociedad pluricultural.
De una u otra manera, la forma en que los cuatro entrevistados tienen de conocer su historia es diferente a la que suele suceder con la mayoría de la población.
Sus abuelos, o bisabuelos, no llegaron en barcos ni dejaron documentos para poder reconstruir sus pasos. Por el contrario, fueron de comunidad en comunidad tratando de sobrevivir. Mantuvieron la historia viva de otras formas, y ellos pudieron dar cuenta de eso cuando llegaron a Rosario, y vieron de lejos cuán diferentes son las costumbres con las que nacieron, no necesariamente en comunidades indígenas o en medio de un cerro.
Roque y Griselda, por ejemplo, fueron estudiantes de escuelas secundarias privadas. “Yo decidí terminar mis estudios en una escuela pública. A mí nunca me hicieron reivindicar de dónde vengo: el interés y la búsqueda surgió acá, viendo desde afuera lo que es mi provincia, mi casa. Sé que mi bisabuelo venía de Bolivia, y que fue él prácticamente el que fundó el lugar donde están ahora, que fue casi por su iniciativa que se fundó una escuelita en esa zona. Eso me hace ver y reivindicar mi lado indígena”, relató Griselda, a modo de presentación.
“Me parece que en lo capitalista de hoy, hay cosas que no se ven, cosas que traemos de familia, como todo lo que sea yuyos, hierbas; son cosas que ahora me provocaron interés, y que recién ahora pedí a mi familia que me enseñe, cosas que en un momento rechacé desde la falta de interés”.
— ¿Y es esa cultura que traen y que ahora reconocen que los hace diferentes lo que ustedes quieren mantener?
—(Pamela) Más que mantenerlo para que sea más visible socialmente, es un estilo de vida que yo quiero tener.
—(Griselda) Es esa cultura lo que nos une. Es especial encontrarnos en una ciudad en donde el día consta de un montón de cosas, una ciudad tan lejana y diferente…
—(Pablo) Y es una cultura que descubrimos acá, porque allá está en la cotidianeidad; y entonces un poco lo que buscamos es hacer cosas cotidianas acá, hacerla un estilo de vida.
—(Griselda) Lo cultural es nuestro común denominador. Si bien hacemos carreras distintas, son la música, las fechas, cómo divertirnos, cómo plantear algo, todo está atravesado por nuestras elecciones. Y si bien nuestras familias conservan estas tradiciones, no deja de haber personas a las que no les interesa, que no lo hacen… hay jujeños acá que por ahí no comparten lo que hacemos nosotros.
—Desde un punto de vista más bien personal, ¿qué sienten que pueden dar como jóvenes descendientes de pueblos originarios en una ciudad tan grande como Rosario?
—(Pamela) Nosotros tenemos la suerte de haber nacido en este momento, en un momento social donde se ha avanzado mucho en cuestiones que tienen que ver con la lucha de los pueblos originarios, y creo que en algún punto podemos mediar entre los originarios y lo que algunos llaman los blancos, los criollos. ¡Eso es una suerte! Y ayuda mucho. Tenemos más instancias de participación en otros espacios sociales y con esopodemos tener otras posturas.
—¿Y cómo ven esta relación con esta gente, como yo, que nombran como blancos o criollos? ¿No es crear un poco de diferenciación también?
—(Pamela) Creo que el sometimiento, sin querer, ha reforzado muchas cuestiones; y que a los adultos les cuesta más no diferenciar porque han pasado por instancias de mucho sufrimiento. Eso no viene sin consecuencias. A nosotros nos tocó vivir otras cosas.
—(Pablo) Nosotros escuchamos a los mayores y ellos tienen pegado ese discurso de “ellos y nosotros”, “criollos y nosotros”. Me parece que como jóvenes tenemos una visión más integral, no estamos tan pegados, a veces nos han dicho que estamos muy “europeizados”, pero creo que es porque ellos pasaron por otros momentos.
—¿Sienten diferencia en el trato, en la forma de desempeñarse con ustedes? ¿Se encontraron en alguna situación así?
—(Griselda) Todo depende de los ámbitos en que te muevas. La discriminación va a estar siempre. Pero nosotros no vamos a ir a algún lugar donde no le interesa el otro. Es un ida y vuelta. Creo que se ha abierto todo. No digo que no existan sectores donde siga habiendo discriminación y cuestiones relacionadas a eso. Pero también la sociedad es más inclusiva, hay más puertas abiertas, generadas por el interés de uno mismo.
—(Pamela) Creo también que el ámbito de la facultad es distinto. Acá viene gente de muchos lugares, hay gente de otras provincias que también siente la diferencia de tener otro estilo de vida, de encontrarse con una nueva ciudad, y nos hacemos amigos de esas personas porque compartimos la necesidad de tener que acostumbrarnos. No creo que tenga que ver específicamente con los pueblos originarios, creo que la discriminación está en otros lugares, y en cada momento se resalta una cosa más que la otra. En un momento fueron los pueblos originarios, ahora los chicos de la villa. Uno no puede ubicarse como si fuera el único.
—(Pablo) Me parece que la discriminación tiene que ver con que si nosotros nos auto discriminamos o no. Creo que lo que hacemos es integrarnos, sumarnos a la sociedad, mostrarnos tal cual somos, con nuestra historia y forma de ser. Ahí está la idea de integrarse y de formar una sociedad pluricultural, donde se respete al otro y su forma de ser. Y no sólo respecto al originario, sino en todo sentido. Nuestra generación quiere integrarse con lo que le pertenece, porque a veces uno se siente discriminado por “el blanco”, pero así también se discrimina al otro. Hay que vincularse para que esta sea una sociedad diversa. La facultad fue el espacio donde más cómodo me sentí, aunque me decían “el jujeño”, “el juje”. Nunca vi en mí o mis compañeros, que porque alguien sea de otro lugar pase por un proceso de discriminación.
En ese momento, un chico, Gonzalo, con todas las características de ser un
“descendiente de europeos”, pasó por el bar. Los conoce a todos y a los gritos, como cualquier encuentro entre amigos, se pone a hablar. Les cuenta de su trabajo nuevo, que arregló el celular, que quiere que se junten, que ya no va a viajar tanto a Firmat. Después, los chicos entrevistados explicaron que hay un grupo grande de jóvenes originarios que están en Firmat, y que son buenos amigos. También lo son de los que no descienden de comunidades indígenas: las barreras de la diferencia son difusas, tanto, que casi no existen. “Mucha gente se nos acerca porque le interesa lo que hacemos, cómo nos integramos; la gente se suma con otras costumbres, tenemos amigos de Catamarca, de Misiones”, contó Griselda. Y Pablo agregó: “Son nuestros amigos, los invitamos a este común espacio y ellos nos conocen. Creo que si bien somos de pueblos originarios, y esa es la base de nuestro grupo, hay que integrarse, hay que sumar, entre