Por: Guillermo Correa
“Queremos instalar que la moda es ser ecológico”, dice Eduardo González. Arquitecto de profesión con 25 años de trabajo en la estructura municipal y 10 de ellos a cargo de Obras Particulares, el funcionario es el flamante titular de un área que hoy todavía no existe: el Programa de Construcciones Sustentables y Eficiencia Energética. ¿Y de qué se trata la naciente estructura? Por ahora en poco y nada se notará existencia en medio de la vorágine –a veces polémica– que impulsa la construcción en Rosario. Pero en el mediano plazo –y más en el largo– probablemente su influencia sea decisiva para aprobar o denegar un permiso de edificación: “Imagino que en 3, 4 ó 5 años, no solamente arquitectos e ingenieros serán los encargados de evaluar una obra. Habrá otros profesionales que analizarán el impacto ambiental o el balance térmico de un edificio”, define González, y comienza así a trazar la dirección que tomará su gestión: avanzar hacia una política de Estado, municipal y “verde”.
El programa, que surgió de una idea del intendente Miguel Lifschitz y cuenta con su impulso personal, se constituirá, acaso por ello mismo, a toda velocidad. Aunque todavía no fue publicado el decreto que lo conforma, al lanzamiento del miércoles 16 acudió prácticamente todo el gabinete municipal, representantes de la EPE, Aguas Santafesinas y Litoral Gas, junto a empresarios privados. “Fue mucha más gente de la que creíamos”, se sinceró González. Y precisamente algunos de los presentes tendrán en los próximos meses un papel en la nueva estructura. Es que el área se irá conformando en las próximas semanas con un núcleo de “personal técnico y administrativo”, no muy numeroso, con la mira puesta en abril: para ese mes se espera que esté constituido el consejo asesor.
Ese consejo, que será algo así como una mesa de acuerdos de la flamante área y, según explica González, estará integrado por representantes de todas las empresas de agua y energía –EPE, Litoral Gas y Aguas Santafesinas–representantes de las distintas facultades y carreras cuyos profesionales intervengan en obra pública y privada –tanto de la Universidad Nacional de Rosario como de la Tecnológica Nacional y la Católica–, los colegios profesionales de arquitectos, ingenieros, técnicos y maestros mayores de obras, entre otros. A ellos se sumarán organizaciones no gubernamentales que trabajan en la problemática ambiental: “Ya mantuvimos charlas informalmente con el Taller Ecologista”, dice el titular del programa.
La participación de las distintas empresas proveedoras resulta clave para la intención del plan que básicamente es ahorrar energía y garantizar una mejor calidad de vida para los rosarinos de hoy y del futuro. Suena simple, pero González indica que no es nada sencillo: cita como ejemplo el esfuerzo que le costó a la Dirección General de Hidráulica modificar la normativa vigente, tras las luces de alarma que encendieron las lluvias de marzo de 2007. Ahora, explica el funcionario, todo edificio que supere los 23 metros de altura y cuya construcción “impermeabilice” más de 500 metros cuadrados de superficie debe contar con un sistema auxiliar de escurrimiento. “Por ejemplo, tanques cisterna hundidos para contener el agua de lluvia y lanzarla de a poco hacia los conductos pluviales”, completa, González.
La lógica es incuestionable: en esos 500 metros cuadrados donde había casas, patios o baldíos ahora hay un edificio con terraza y balcones que reciben lluvia y la escurren hacia los mismos caños que reciben el agua de las cocinas y las duchas: si en tiempos normales ya es un problema, ante fenómenos climáticos extremos es un peligro.
Del mismo modo que la suma de nuevos edificios y la concentración de lluvias –“Llueve lo mismo que antes, pero lo que hace unos pocos años llovía en todo el año, ahora puede caer en dos meses”, dice González– derivó en una nueva normativa, la idea es extender el “diseño y uso más sustentable” a otras áreas. “Un edificio que tenga un 10 por ciento de superficie de vidrio genera un ahorro energético”, explica el funcionario. Y elogia, por ejemplo, el programa de “terrazas verdes” de México, una de las urbes con más polución del planeta, para convertir dióxido de carbono en oxígeno. Además, según sus defensores, poner una carpeta verde sobre terrazas, también actúa equilibrando la temperatura.
“Rosario tiene una relación de espacios verdes por habitante que es prácticamente la ideal: 11 metros cuadrados por persona, que se acerca a las recomendaciones internacionales. Capital Federal, por ejemplo, tiene sólo 1,9 por habitante”, explica González, que de igual modo se imagina que en pocos años la gigantesca terraza del Centro Cultural del Bernardino Rivadavia, por ejemplo, se vea desde arriba como un espacio verde. No parece descabellado en una zona donde los comercios de alrededor, todos con membranas impermeabilizadoras color plata, parecen actuar como enormes cocinas solares. Y los “cocinados”, en este caso, son los edificios linderos y cercanos.
Con todo, González piensa, como una de las primeras medidas, que esos tratamientos de las terrazas sean de color opaco, para evitar un efecto invernadero urbano. Pero además apunta a sistemas para ahorro energético en ascensores, paneles fotovoltaicos para la iluminación de las azoteas y otras alternativas.
Pero, antes que nada, la labor del Programa, una vez constituida el área, será la “búsqueda de consensos”, en especial en lo que hace a “reglamentos contradictorios” entre los prestadores de servicios públicos, para hacer una gestión eficiente de recursos. Y esto, según González, se puede lograr si confluyen en una sola área las ideas de técnicos y profesionales de las empresas que, cada uno por su lado, han asistido a cursos que desarrollan la problemática ambiental. “Hasta ahora hay ideas sueltas –afirma–. Son expertos en temas separados, que actúan cada uno en su empresa, y muchas veces por eso las ideas se pierden. Y tenemos que convencernos de que si muchos de esos planes se concretan, se puede vivir mejor”.
González admite, sin embargo, que en las empresas constructoras lo que prima es la ecuación de costos y no necesariamente la calidad de vida de quien habite en lo que están construyendo, ya que en Rosario la mayor parte de la inversión persigue la renta. Y también que, a la hora del diseño arquitectónico, se prioriza la estética sobre la sustentabilidad. Y finalmente reconoce que los dispositivos para aprovechar energía y luz solar, reutilizar el agua de lluvia o ecologizar las terrazas encarecen la construcción básica, aunque se prorrateen a futuro. “El Estado tiene que promover esto”, define entonces. Y arriesga que tras la campaña de “concientización y marketing”, los “consensos” que se alcancen se traduzcan en normativa de cumplimiento obligatorio.
“Hemos tenido una recepción positiva tanto en la Cámara Argentina de la Construcción como en la Asociación de Empresarios de la Vivienda”, asegura González. Allí está la última frontera de lo que el intendente –e ingeniero– Lifschitz definió, al presentar el programa, como “anticiparse al futuro, visualizar los desafíos que vienen y saber abordarlos oportunamente sin esperar las crisis, sin esperar que estallen los conflictos, sino generando justamente políticas de Estado de largo plazo”.