Los “intercambios” mercantiles y los flujos monetarios cuyo crecimiento geométrico prometen los publicistas de la globalización no arrasan con las fronteras en soledad: al hacer caer las barreras regionales, también ponen a prueba las grandes identificaciones culturales que otorgaban seguridad en una época de cambios vertiginosos. Así, contra el inicial augurio de que las flamantes transformaciones económicas irían de la mano de una mayor tolerancia global, asomó el miedo. Y con él un remedio que, como en otros momentos históricos, consistió en definir a un “otro” que por oposición dibujara los contornos borroneados. El elegido fue el Islam. “(Ya) no sabemos lo que somos, pero al menos no somos esto”, fue la respuesta que anida el estigma de un “bloque” musulmán inexorablemente sospechoso de vínculos con redes terroristas o intolerancia fundamentalista. Pero la fórmula le puso una trampa a sus mismos ideólogos: la incapacidad de comprender la complejidad de los procesos políticos y sociales que atraviesan esas comunidades “diferentes”. Más allá de la defensa de los intereses materiales, una muestra de esta encerrona fue la errática reacción de los líderes occidentales ante la escalada de protestas en el norte de África y Medio Oriente que, con inicio a fines del año pasado en Túnez, hoy tiene su foco mediático en Libia y Siria.
Paulo Hilu da Rocha Pinto estuvo en la ciudad, y su visita aportó una mirada crítica a este imaginario. Doctor en Antropología de la Boston University, y graduado en Historia y Medicina en su país, Brasil, dio la conferencia de apertura del año académico en la Universidad Nacional de Rosario .
“En el mundo árabe hay una movilización social contra regímenes autoritarios. Diferentes sectores de la sociedad civil se articularon en varios países para confrontar dictaduras que gobiernan hace décadas. Un elemento para comprender este fenómeno es su lenguaje político común: la demanda por un Estado de derecho, elecciones libres y nuevas reglas políticas. Al contrario de lo que generalmente se piensa sobre Medio Oriente, no se trata de movilizaciones religiosas o étnicas, sino políticas. Una reinvención del pan-arabismo, pero ya no como ideología centrada en Estados autoritarios”. Así resume Da Rocha Pinto el escenario en el norte de África y Medio Oriente.
Y cuestiona la simplificación de la “mirada occidental” sobre el fenómeno: “La comunidad internacional tiene muchas dificultades en comprenderlo, porque el consenso entre los países presentes en la región, como los europeos o Estados Unidos, es que se trataba de dictaduras pero que daban estabilidad para sus intereses. Cuando comienzan las protestas en Túnez, y después en Egipto, intentan salvar esos regímenes. También Israel lo hace. Demuestran gran lentitud para reconocer las demandas multitudinarias, y luego de que ellas hacen caer algunas dictaduras, aún continúan con ideas anacrónicas sobre, por ejemplo, el papel de los grupos ligados al Islam político”.
Este es el eje sobre el que el investigador brasileño enfoca las aclaraciones. “Los grupos políticos movilizados en torno al lenguaje del Islam como forma de reivindicar papeles políticos, como la Hermandad Musulmana en Egipto o Al Nahda en Túnez, que están interesados en elecciones libres y en un Estado de derecho, son perseguidos como una amenaza. Lo que no comprenden es que ese Islam político cambió profundamente en las últimas dos décadas”.
—¿Más allá de intereses geopolíticos y económicos, la prédica que vincula Islam con extremismo no es a la vez una trampa?
—Exactamente, es la incapacidad de distinguir entre diferentes expresiones. Hay una confusión entre el jihadismo internacional y el Islam político, que ya no tiene interés en el monopolio del Estado sino en la ascensión al poder por elecciones, porque sabe que ahora puede movilizar una base electoral bastante amplia.
—La revista brasileña Veja publicó otra advertencia sobre la penetración del extremismo islámico en la Triple Frontera. ¿En América latina subsiste la misma óptica?
—Sí, esos son fantasmas creados por los medios y sectores que tienen interés en promover políticas represivas, y eligieron a las comunidades musulmanas en América latina como alteridad política. Es un fenómeno global. De tiempo en tiempo resucitan estas mitologías, que eso es lo que son, sobre la presencia del radicalismo islámico en las comunidades musulmanas de la región. No hay ninguna justificación empírica. Incluso, respecto de los atentados terroristas de 1992 y 1994 a la Amia y la Embajada de Israel en Buenos Aires, no hay ninguna investigación que haya comprobado una relación con las comunidades existentes en América latina. Pero la prensa y algunos sectores cada tanto resucitan estas mitologías para justificar políticas represivas, de vigilancia o de contención de la población. Es muy peligroso, alimenta la xenofobia y, en la comunidad árabe, fomenta el recelo hacia la sociedad en la que se inserta.
—En tus trabajos decís que las religiones se vinculan con la política porque también plantean la cuestión del poder. Pero en los medios este nexo apunta sólo al Islam.
—Sí, se lo eligió como alteridad para construir la idea de una civilización occidental que sería, por oposición, secularizada. Pero todas las religiones tienen movimientos abiertamente políticos, porque buscan afirmar sus valores en la esfera pública y en las instituciones. Hay un judaísmo político en Israel, un cristianismo político en Estados Unidos, Italia o España. Un hinduismo político en la India, budismo político en Sri Lanka, confusionismo en China.
—Hay repúblicas que se presentan como islámicas pero también Israel es interpretada como un Estado judío…
—Exacto, y la discusión en la Unión Europea sobre si Europa tiene o no una matriz cristiana es una politización del cristianismo. En Estados Unidos, los grupos evangélicos tienen una fuerza notoria, y con George Bush hijo fueron parte del gobierno. Pero cuando fenómenos equivalentes ocurren en países musulmanes se resalta que es un problema intrínseco del Islam, y así se apaga la historia de sociedades musulmanes secularizadas, estados laicos en países musulmanes y movimientos islámicos no predominantemente políticos.
—¿La prédica de la globalización se contradice o se complementa con esta mirada sobre el mundo musulmán?
—La construcción de la alteridad con el Islam como contraposición de Occidente es algo creado con la globalización, porque ésta abre la sociedad a influencias y produce una crisis de identidad. Y ese dilema fue resuelto con la estigmatización de un bloque para, al menos, decir: “No sabemos ya lo que somos, pero al menos no somos esto”. Hubo ideólogos, como Samuel Huntington con su “Choque de civilizaciones”. Resultó atractivo porque suponía identidades como tradiciones inmutables, o al menos trans-históricas. Pero la realidad es mucho más compleja. La única solución para superar esto es aceptar la diversidad, y comprender los fenómenos políticos y religiosos en cada contexto. Entender que el Islam que ha producido Turquía no es el mismo que surgió en Indonesia o en Irán, y que dentro mismo de cada una de esas sociedades hay diferencias de clases, de etnia, generacionales.