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“Preferir 1910 a 2010 es elegir un país para pocos”

En su paso por Rosario, Felipe Pigna criticó a los que ponderan la Argentina del primer Centenario.

El análisis histórico del Bicentenario tiene dos miradas bien diferentes: la de los que se lamentan por haber perdido aquel famoso octavo puesto de Argentina entre las naciones del mundo –el del primer Centenario–, y la de los que reniegan de esa visión y resaltan todos los beneficios que se lograron en el segundo Centenario, con conquistas sociales y laborales que estaban ausentes en 1910.

El historiador Felipe Pigna, llegado a Rosario para presentar su libro “1810”, claramente se posiciona en este segundo lote: “Yo creo que cada uno plantea el momento en el cual se siente más cómodo. Algunos se deben sentir muy cómodos en una Argentina como la de 1910, donde la gente no votaba, había fraude electoral, a las mujeres le faltaba 37 años para votar, no había un solo derecho social ni una ley laboral, y el 62 por ciento del país estaba bajo la línea de pobreza. Se sienten cómodos en esa Argentina y les parece mejor que la actual. Cuando uno dice la actual no está haciendo la defensa de un gobierno, sino que está defendiendo cien años de lucha, de 1910 a 2010, donde hemos conquistado los derechos sociales, los derechos laborales, la inclusión de las minorías en el debate y en la agenda, y una cantidad de cosas que se hicieron con mucha sangre y mucho costo social y político a lo largo del siglo XX. De manera tal que la defensa y la reivindicación de 1910 es defender un país oligárquico para pocos, sin derechos. Quienes prefieran 1910 a 2010 están prefiriendo un país para pocos, la Argentina regresiva, la de la represión: en la Semana de Mayo hubo 3.000 presos sociales reprimidos por el gobierno y grupos parapoliciales. Se incendiaron los diarios La Protesta y La Vanguardia, se atacó a los barrios judíos. Todo eso pasó en 1910. Quien prefiera 1910 está prefiriendo todo eso.

—¿Hay alguna posibilidad de síntesis entre las posiciones antagónicas del análisis histórico argentino que usted describió?

—Ninguna. Acá sigue la misma controversia y la misma lucha por la historia. Por apropiarse de la historia, por parte de los sectores que ratifican el discurso de poder, y los que estamos del otro lado, que pensamos distinto. Eso sigue, ellos tienen todo el aparato académico. Nosotros tenemos a la gente. Sería bueno el debate, pero ellos no son gente de debatir.

—A propósito de debate, en los últimos tiempos apareció en escena la participación de civiles y los medios de comunicación en la última dictadura. ¿Cómo ve ese proceso?

—Es muy interesante, muy necesario. Me da mucha alegría que el señor (José Alfredo) Martínez de Hoz vaya a una cárcel común, lamentablemente muy tarde. Han pasado más de 30 años y el tema de la participación civil es central, son los grandes ideólogos, los que estuvieron detrás de todo esto. El ejército fue bastante instrumental a los intereses del sector económico, como los Alemann, los Martínez de Hoz, los Fortabat, los Pérez Companc, los Macri, los que se han beneficiado con la dictadura, que no por casualidad se llamaban “Capitanes de la Industria”. De manera tal que es muy interesante que esto pase y que la sociedad pueda debatir el rol de los civiles.

—¿Por qué costó tanto dar este paso?

—Pensemos que en Nuremberg al principal financista del nazismo, el señor (Alfried) Krupp, el hombre que puso el dinero para que Hitler ascienda al poder, solamente le dieron un año de prisión. Siempre cuesta juzgar al poder civil, porque sigue siendo poder. Cuesta mucho hacer justicia con ellos y me parece que es un camino absolutamente necesario.

—¿Y la participación de los medios?

—Está más que estudiada y documentada y creo que vale la pena hablar y que la gente sepa de qué estamos hablando. También es bueno ver cómo se excedieron, una palabra que les gustaba mucho decir, los excesos. Yo trabajé bastante el tema, tengo un trabajo que se llamó “La letra con sangre entra”, que habla de la didáctica de los medios con la dictadura, donde una revista como Gente se excede absolutamente de su rol, indicándole al ministro de Educación que prohíba dos libros de historia que el Ministerio no había descubierto. Eso es ser mucho más papista que el Papa, porque nadie le pidió a Gente que hiciera eso. Lo hizo porque estaba convencida ideológicamente de que lo que se estaba haciendo era correcto. Muy distinto a “no me queda otro remedio”. Acá se va más allá de lo que se le pide.

—Hay quienes objetan la posibilidad de tener una mirada objetiva por el poco tiempo transcurrido en términos históricos.

—La mirada objetiva es imposible sobre cualquier período histórico. Podemos tener una mirada honesta, pero objetiva, imparcial, es prácticamente imposible. Toda mirada histórica, toda mirada sociológica tiene una subjetividad clara, de dónde mira uno y cómo lo ve. Lo que sí se puede pedir a alguien que escriba sobre un período determinado es la honestidad intelectual. La fundamentación de lo que dice a nivel documentos. Además, hay mucha bibliografía de historia reciente, en Europa hay cátedras de historia reciente. Los requisitos son la honestidad y el trabajo con fuentes. Por supuesto que a medida que pasa el tiempo hay más fuentes, hay más datos, más producción bibliográfica, que ayudan a trabajar mejor el tema, pero la verdad es que estamos en perfectas condiciones para hacer la historia de la dictadura.

—¿Cómo observa el hecho de que se haya ponderando durante más de dos décadas a periodistas casi como abanderados de los derechos humanos, y ahora vemos testimonios e imágenes de ellos como colaboradores del proceso?

—Esto tiene que ver con cierta hipocresía de la sociedad y de los medios, que depende en qué momento les convenga políticamente levantar o bajar a una persona se guardan o se sacan a relucir archivos, lo cual me parece incorrecto. Hay que definir a una persona en un momento determinado y ya está, hablar todo lo que hay que hablar, pero no usar el archivo o no usarlo de acuerdo a si esa persona me acompaña o me ataca, eso no es éticamente ni históricamente correcto.

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