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2010: el centenario del poeta del pueblo

Por: Rubén Alejandro Fraga

“Aquellos días y siglos/ en que a Miguel Hernández,/ los carceleros/ dieron tormento y agonía,/ la tierra echó de menos/ sus pasos de pastor sobre los montes/ y el guerrillero muerto,/ al caer, victorioso,/ escuchó de la tierra/ levantarse un rumor, un latido,/ como si se entreabrieran las estrellas/ de un jazmín silencioso:/ era la poesía de Miguel”. Con esas palabras –un fragmento de “El pastor perdido”–, Pablo Neruda homenajeó a su amigo Miguel Hernández, el poeta español de trágico final durante la dictadura fascista de Francisco Franco y de cuyo nacimiento se cumplieron esta semana 100 años.

De origen muy humilde, Miguel Hernández Gilabert vino al mundo el domingo 30 de octubre de 1910 en Orihuela, ciudad de la Comunidad Valenciana, en el sur de la provincia de Alicante, en el seno de una familia dedicada a la crianza de ganado.

Miguel fue pastor de cabras en su niñez y en 1925 dejó los estudios por orden paterna para dedicarse exclusivamente al pastoreo, aunque poco tiempo después cursó estudios de derecho y literatura.

Pero, por sobre todo, fue un gran autodidacta: mientras cuidaba el rebaño, leía con avidez y comenzó a escribir sus primeros poemas a la sombra de un árbol. Al atardecer andaba por las calles de Orihuela, donde conoció a José Marín Gutiérrez, futuro abogado y ensayista que posteriormente adoptaría el seudónimo de Ramón Sijé y a quien Hernández dedicará su célebre “Elegía”. También entabló amistad con Manuel Molina y los hermanos Carlos y Efrén Fenoll, cuya panadería se convirtió en tertulia del pequeño grupo de aficionados a las letras.

Ramón Sijé, quien estudiaba derecho en la universidad de Murcia, lo orientó en sus lecturas, lo guió hacia los clásicos y la poesía religiosa, lo corrigió y lo alentó a proseguir su actividad creadora. También el clérigo Luis Almarcha Hernández, por entonces canónigo de la catedral de Orihuela, lo orientó en sus lecturas y le prestó libros.

Así, el joven pastor llevó a cabo un maravilloso esfuerzo autodidacta con libros que conseguía en la biblioteca del Círculo de Bellas Artes. Junto al horno de la panadería de los Fenoll, cerca de su casa, pasó largas horas en agradables tertulias discutiendo de poesía, recitando versos y recibiendo preciosas sugerencias del culto Sijé, quien iba allí a visitar a su novia, Josefina Fenoll.

En 1930 Miguel Hernández comenzó a publicar poemas en el semanario El Pueblo de Orihuela y el diario El Día de Alicante. En diciembre de 1931 se lanzó a la conquista de Madrid con un puñado de poemas. Aunque las revistas literarias La Gaceta Literaria y Estampa pidieron un empleo o apoyo oficial para el “cabrero-poeta”, las semanas pasaron y, a pesar de la ayuda de un puñado de amigos, tuvo que volverse a Orihuela. Pero los gustos literarios madrileños inspiraron su libro Perito en lunas (1933). De vuelta en Orihuela y mientras trabajaba en una escribanía conoció a la que sería su esposa, Josefina Manresa.

En la primavera de 1934 emprendió un segundo viaje a Madrid, donde se ganó la vida con un empleo que le ofreció José María de Cossío para redactar historias de toreros. Y mantuvo una tórrida relación con la pintora Maruja Mallo, que inspiró algunos sonetos de El rayo que no cesa (1936).

Al estallar la Guerra Civil Española en julio de 1936 no dudó en ponerse al servicio de la República amenazada por el alzamiento derechista liderado por el general Francisco Franco. Hernández no sólo entregó toda su persona, sino que también su creación lírica se convirtió en arma de denuncia, testimonio, instrumento de lucha.

Se incorporó como voluntario al 5º Regimiento y pasó por diversos frentes: Teruel, Andalucía y Extremadura. En plena guerra logró escapar a Orihuela para casarse, el 9 de marzo de 1937. A los pocos días marchó al frente de Jaén. Una vida agitadísima de continuos viajes y actividad literaria sumado a la tensión de la guerra le ocasionaron una anemia cerebral aguda. Testimonio de ese tiempo es Viento del pueblo (1937). En 1938 nació su primer hijo, Manuel Ramón, quien murió a los pocos meses y a quien dedicó el poema “Hijo de la luz y de la sombra”. En enero de 1939 nació su segundo hijo, Manuel Miguel, a quien dedicó desde la cárcel las “Nanas de la cebolla”, a raíz de una carta de su esposa, en la que le decía que no comía más que pan y cebolla.

En la primavera de 1939, ante el desbande general del frente republicano, Hernández cruzó la frontera hacia Portugal, pero fue devuelto a las autoridades españolas por la Policía del dictador Antonio de Oliveira Salazar. Desde la cárcel de Sevilla lo trasladaron al penal madrileño de Torrijos, de donde, gracias a las gestiones que realizó Neruda ante un cardenal, salió en libertad.

Vuelto a Orihuela, fue delatado y detenido en la prisión de la plaza del Conde de Toreno, en Madrid. En marzo de 1940 fue juzgado y condenado a muerte. Cossío y otros amigos, entre ellos el cura Almarcha Hernández, intercedieron por él, conmutándosele la pena de muerte por la de 30 años.

En prisión compuso la mayor parte del Cancionero y romancero de ausencias (1938-1941) y algunos de sus mejores poemas.

Desde entonces, el poeta –como dijo lleno de amargura– siguió “haciendo turismo” por las cárceles de Madrid, Ocaña, Alicante, hasta que en su indefenso organismo se declaró una “tuberculosis pulmonar aguda” que se extendió a ambos pulmones. Entre tremendos dolores, hemorragias agudas y golpes de tos, la vida de Miguel Hernández se fue consumiendo inexorablemente.

A las 5.32 de la mañana del sábado 28 de marzo de 1942, Miguel Hernández falleció, víctima de la tuberculosis, en la enfermería de una prisión de Alicante. Tenía 31 años.

Se apagaba así la vida de uno de los mayores poetas en lengua castellana del siglo XX. Un poeta que compartió el destino trágico de otro coloso de las letras españolas víctima de la barbarie franquista: Federico García Lorca, fusilado el 18 de agosto de 1936, un mes después del alzamiento fascista.

Poco antes de morir, Miguel Hernández escribió en los muros de la cárcel de Alicante: “Adiós, hermanos, camaradas y amigos. Despedidme del sol y de los trigos”.

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