Elisa Bearzotti
Especial para El Ciudadano
La concepción del tiempo tal y como lo conocemos fue inaugurada por los romanos. En el origen prevaleció la disciplina, ya que la creación de un calendario permitía controlar la producción, marcar el momento en que los impuestos salían de las colonias para incrementar las arcas del Imperio, pautar viajes y expediciones. En el siglo VI, San Benito profundizó el dispositivo. Con su implacable “ora et labora” desmenuzó la jornada completa (días y noches) y logró borrar cualquier huella de pereza en los monjes, ya que de acuerdo a las estrictas reglas benedictinas “la ociosidad es enemiga del alma”. Con la Revolución Industrial el control temporal se volvió aún más exquisito y esa “marca en el orillo” nos atormenta hasta el día de hoy. La noción de fluidez temporal sigue costando, estamos convencidos de que el 31 de diciembre algo se termina y el 1° de enero inicia otra cosa. La linealidad del calendario romano engaña los sentidos, nos amarga incitándonos a pensar en inicios y finales, y culpabiliza las carencias permitiendo acuñar conceptos de entidad difusa como “tiempo perdido”, “tiempo libre”, o “tiempo muerto”… hasta que llegó 2020. Este año, por primera vez en la historia, el mundo entero vivió un “time-out” (o “tiempo fuera”) que detuvo los negocios, ralentizó la existencia y obligó a repensar el significado del trabajo, el propósito de la educación y las prioridades personales. Un time-out global que tal vez, nos cambie para siempre.
Hace algunos días el omnipresente Bill Gates, devenido el mayor gurú mundial gracias a su acertado y precoz diagnóstico sobre la pandemia, inauguró junto a la actriz Rashida Jones un espacio virtual destinado a responder las “grandes preguntas” que desvelan a la humanidad, y lo primero que abordó fueron los escenarios post-coronavirus. Las conclusiones alcanzadas por el magnate tecnológico indican que en el futuro cercano se viajará menos, con una disminución del turismo de un 50% (especialmente el de negocios); llegará la definitiva aceptación de la virtualidad como modo de relación y herramienta de estudio, capacitación y trabajo; aparecerán cambios importantes en la arquitectura urbana, ya que la población privilegiará los espacios abiertos y relajados de las comunidades más pequeñas; y la vida social estará más restringida porque, aún con la vacuna, habremos aprendido a cuidarnos.
En el mismo sentido, una propuesta promovida por la escuela de Política y Gobierno de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Católica Argentina, junto a otros “partners” intelectuales, mostró posibles escenarios para el “día después” del covid-19. Entre las presentaciones destaca la del Instituto de Estudios sobre el Futuro de Copenhague, un grupo de reflexión independiente cuya misión es facilitar el conocimiento de los potenciales e inciertos devenires. Los científicos daneses identificaron ciertas megatendencias (que tienen una vida útil de al menos 10 o 15 años) como aquellas que permitieron la escalada del covid-19 desde un problema local o regional hasta transformarse en una amenaza global para la salud, economías, negocios, trabajos y estructuras sociales. Los estudios indican que tenemos poco control sobre ellas y que moldean a la sociedad (en su tránsito por la mayor crisis global desde la Segunda Guerra Mundial) impulsando ciertas formas de pensar y actuar, como por ejemplo centrarse en uno mismo, priorizar la familia inmediata en lugar de la comunidad, apuntar al cortoplacismo, y unos largos etcéteras que determinan hábitos y acciones modernos.
Entre las conclusiones negativas aparece que la interdependencia y fragilidad de la sociedad actual, con sus sistemas socioeconómicos subyacentes, desafían la resiliencia del progreso en salud y medicina. Por otra parte, el impacto positivo lo marcó el uso de la tecnología que ofreció la infraestructura vital para continuar trabajando, haciendo que el nivel de la actividad económica no decayera hasta los límites que se pronosticaron en el inicio de la pandemia. Además, nos permitió mantener el contacto con nuestros seres queridos y la moral alta en los momentos de mayor encierro.
Otros aspectos aún permanecen inciertos, tales como el avance de la vigilancia digital versus derechos civiles; el cuestionamiento entre derechos individuales y necesidades colectivas; la continuación de la educación presencial contra la virtual; los cambios arquitectónicos en viviendas y oficinas; la restructuración de las grandes urbes en beneficio de las pequeñas comunidades autosustentables; el desarrollo de la agenda climática; el reacomodamiento de la vida familiar a partir de la incorporación del home-office y el ahorro en los tiempos de traslado; los nuevos modos de consumo habilitados por la pandemia; qué rubros tendrán más demanda y cuales desaparecerán definitivamente; cuál será el impacto de la inteligencia artificial en las próximas décadas y, como consecuencia directa de este último punto, qué pasará con los humanos descartados en el tránsito de un tipo de economía a otra.
Muchas de estas cuestiones vienen siendo abordadas por estas crónicas desde el inicio de la pandemia. Contra la opinión de algunos que consideran que dentro de poco retornaremos a una cuasi “normalidad”, siempre entendí que una crisis de tal magnitud, abordada de manera global y con un impacto tan importante en nuestros estilos de vida no podía menos que dejar eventos perdurables. A pesar de haber transitado más de la mitad de mi existencia, la curiosidad me sigue habitando y el futuro, más que escandalizarme, me provoca la misma fascinación que a un niño un juguete nuevo. La mirada de niña, que no me abandona y muchas veces me deja perpleja frente a lo inesperado, también abona la seducción del descubrimiento, me desafía a nuevos aprendizajes y deja mi alma dispuesta a recomenzar siempre. Esa actitud, que me gustaría poder contagiar a través de estos escritos, renueva mi fe en el futuro y en los cambios que se avecinan. En 2020, como dice el viejo hit de Serú Girán, “el mundo hizo «plop» y nadie podía entender que era esa furia”. Pero esta vez, no se trata sólo de rock and roll.