¿Es la tan mentada convergencia digital un modo de producir nueva información, un tipo diferente de noticias?, ¿es una forma de apropiación de la experiencia real que transmite más fielmente los detalles, las encrucijadas, las motivaciones, las excusas o fundamentos que producen determinados hechos? De la mano de las nuevas tecnologías, que, ciertamente, ya dejaron de ser nuevas y llevan más de una década circulando por los canales más diversos, desde el cine y la tevé –donde los recursos que provee ampliaron el margen y la calidad técnica de producción–, hasta las páginas Web, las home de infinidad de medios en el mundo, más allá de ideologías o sistemas políticos, nos introdujimos en un universo expandido y muy potencial. Además, estas tecnologías que avanzan de generación en generación vertiginosamente permitieron el acceso a recursos que antes pertenecían sólo a los iniciados, y eso dio lugar a que cualquiera, un don nadie, digamos, pudiese dar forma a su propio producto, material, creación, y gozar, aunque con la fugacidad de unos pocos minutos, su acto creativo, su momento de exposición a los ojos del mundo, su espacio de gloria. Mucha agua está corriendo entonces bajo este puente; han aparecido cosas maravillosas y otras muy pobres en intención discursiva o estética; se han revelado algunas posibilidades impensadas, tanto para las individualidades como para los medios –todo lleva a pensar que la producción mass-media, por su objetivo de distribuir contenidos diversos a un público ídem, fue su destinataria natural–, y en la actualidad se detectan transformaciones notables por sus cualidades comunicativas; en donde se hace mucho hincapié en la imagen y en todo aquello que a través ella pueda decirse, y al mismo tiempo en cómo se lo dice, es decir, la ampliación en los conceptos de construcción de la información que obligaron a una mayor atención en el uso de los elementos que pueden captar más eficazmente la atención del lector, o del usuario, término que mejor se acomoda a estos tiempos convergentes. No se trata de que antes esta “caza” del destinatario no hubiera existido, sino que ahora se dispone de otros recursos, más sofisticados y más afinadamente dirigidos, ya que se cuenta con una idea previa de quiénes comprenderán, disfrutarán o reflexionaran mejor de un contenido determinado. Ya se tiene “noticia” más acabada de la preferencia del usuario, ya, puede decirse, la convergencia digital en medios afina su crecimiento sobre esos tips que, claro, no son de una certeza abrumadora pero se le acercan bastante. El hecho de que antes cada dispositivo –computadora, tevé, streaming, por caso– funcionaba de forma independiente porque las redes no conectaban entre sí eclosionó; ahora toda la “info”, la “data” circula sobre las redes y son almacenadas, leídas, apreciadas y escuchadas con cualquier dispositivo –y muchas veces casi en tiempo real–, lo que terminó dando un pronunciado giro al sistema comunicacional, donde el mensajero tiene a tiro buena parte de las especies de demandas más constantes que abundan en las redes sociales.

Bueno, todas esas preguntas iniciales, las que abren este texto, nos las hicimos los trabajadores de este diario porque a la decisión de sostener un medio que nos permitiera vivir, se sumaba un ímpetu nuevo, parecido al que otras veces nos hizo naturalizar que la resistencia es un recurso que no tiene fin mientras haya voluntades que se sumen en la acción, que nos hizo continuar la batalla de los sueños porque es razón necesaria para enfrentar las adversidades y la ofensiva para clausurar la pluralidad de voces, tan características de tiempos neoliberales e individualistas. El Ciudadano es un colectivo, y es ese colectivo el que puso a funcionar sus cabezas para plasmar ese caudal de afecto comunicacional construido durante veinte años, en un modo cada vez más directo de llegar a la comunidad, a los que creen como nosotros en que la independencia informativa es el mayor valor al que podemos aspirar, ese pacto indeleble que privilegia la verdad –nuestra verdad– por sobre cualquier interés. Y de ahí nos pusimos manos a la obra para profundizar el modo propio de contar las historias porque teníamos nuevos dispositivos al alcance; nos entusiasmamos pensando contenidos para cada uno de esos formatos, hicimos participar activamente a toda la redacción para que los esfuerzos converjan en infos dinámicas, precisas, imaginativas. Pensamos conjuntamente en la construcción de las notas para que lo visual atraviese esos conceptos. Y dinamizamos nuestra web con la invalorable ayuda de afianzados colegas porteños como Sebastián Hacher y Cristian Alarcón que nos acercaron herramientas indispensables para esta etapa; y pronto estuvimos en condiciones de medir resultados a partir de la integración de algunos curiosos compañeros de redacción que tomaron íntimamente el desafío de coordinar los lenguajes que iban surgiendo a medida que despuntábamos formatos y dispositivos. Y las visitas a nuestra web crecieron y siguen creciendo, se amplió el espectro de lectores y hay un trato más directo a través de sus comentarios en redes, una telaraña infinita de afectos que produce la palabra bien intencionada. La era de la imagen digital no es nueva pero las demandas de los millennials y sucedáneos, de los nativos y visitantes digitales es un motor que nos estimuló para pulir los dispositivos de información, sin descuidar y privilegiando cada vez más, claro, la esencia de lo único que puede mantener vivo al periodismo: las historias de vida detrás de cada noticia, las crónicas imposibles para contar lo real, el valor agregado a lo que sucede cotidianamente, un texto y una imagen ni justos ni necesarios sino simplemente con el relieve de la vida misma.