Como sucede en cualquier diario, la definición y diseño de su portada obligan a establecer criterios y decisiones que van mucho más allá de valorar la importancia y calidad de los contenidos informativos de cada jornada y presentarlos en la tapa a modo de resumen y en orden de jerarquía.
En ello, a lo largo de dos décadas El Ciudadano ha experimentado distintas etapas con sus correspondientes estilos, desde su período fundacional y su formato más o menos “ortodoxo”, podría decirse, hasta el concepto actual, bastante alejado de aquél.
La mutación, en cada caso, respondió en parte a idas y vueltas y perfiles editoriales, pero particularmente en la última década no estuvo ajena a la obligada rediscusión y redefinición del lugar que le toca –o le queda- a la prensa escrita en el marco de un universo informativo que evoluciona minuto a minuto las 24 horas del día a través de medios electrónicos, internet y celulares.
Tal enigma sigue y seguirá irresuelto, pero por lo pronto la certeza es que el tradicional modelo de tapa centrado casi exclusivamente en el texto “noticioso” y alguna que otra foto ilustrativa quedó algo así como obsoleto. Y si desde la sola y ya antigua competencia de la radio y la tele siempre acechó a los editores gráficos el fantasma de la noticia vieja, qué puede esperarse en estos tiempos.
Al igual que en otros aspectos, a quienes hacemos este diario tentó la idea de cambiar, y por qué no, arriesgar. Ya se había incursionado en este aspecto a través de tapas que de algún modo rompieron el molde en ocasión de grandes sucesos (cómo no recordar aquella de “El imperio en llamas”, tras el atentado a las Torres Gemelas en 2001, o “La ira del hielo”, cuando la gran pedrea que azotó a Rosario en 2006, entre algunas otras) y su favorable acogida en la comunidad ciudadana animó a experimentar en esa línea para uso cotidiano y corriente.
La idea –que no es invento propio, claro- es formatear “el tema de tapa” a través de un juego articulado entre texto e imagen que multiplica posibilidades y hasta generalmente facilita la construcción de sentido bastante más allá de los siempre estrechos márgenes del titular escrito. El mensaje así elaborado –a partir de un recurso que es tan propio del medio gráfico como sorprendentemente poco explotado previo a la irrupción de la era digital/audiovisual- conlleva sus riesgos, toda vez que apela en casos a la ironía, al sarcasmo o la complicidad con receptores anónimos cuya percepción y universo cultural pueden apenas intuirse con amplio margen de dudas.
Con todo, la receta opera de manera análoga a los populares “memes” que circulan por redes sociales en momentos en que –pareciera- nadie está dispuesto a leer más que un puñado de palabras. Y el recurso vale mucho para la comunicación periodística, sobre todo cuando el título liso y llano pueda ser ya conocido por el lector. Dicho de otro modo y extrapolando la célebre introducción de García Márquez en sus memorias: la noticia ya no es el estricto relato de una circunstancia, sino cómo se la interpreta para contarla.