Las tempranas influencias de Carlos Santana impregnarían su música y se fijarían como un sello indeleble. Apenas llegado a San Francisco desde su México natal y ya enamorado de los sonidos que iba extrayéndole a la Gibson que su padre violinista le había traído luego de una gira por California con sus mariachis, Carlos vio a B.B.King, a John Lee Hooker y a T-Bone Walker y se fascinó con lo prodigioso del sonido que alcanzaban esos guitarristas.
Compró todos los discos que pudo valiéndose de su salario como repositor en un supermercado mientras intentaba armar una banda con algunos amigos músicos que fue conociendo en los recitales y en juntadas a tocar a las que lo invitaban chicanos ya residentes y otros jóvenes de origen latino.
Con apenas dieciséis años comenzó a tocar en bares nocturnos y en algunos locales de blues y rock. Era 1964 y el San Francisco de entonces ya sucumbía bajo la oleada rockera aunque faltaban un par de años para el aluvión de bandas que harían historia.
Aunque le costó ásperas discusiones con su padre que pretendía que fuera a la universidad, Charlie, como lo llamaban la mayoría de sus amigos estadounidenses, fue tajante al decirle que sin la música no podía vivir y que no había nada que lo pudiera apartar de ese camino.
Fuerte y carismática raíz latina deudora de la rítmica afro-cubana
Despuntaba 1966 cuando luego de una actuación en el Border’s Blues, un club un poco antro pero por el que pasaban solistas y bandas de mucho predicamento, Carlos Santana les preguntó a Gregg Rolie, David Brown, Tom Franzer y Rod Harper, sus socios musicales si estaban dispuestos a dedicarse exclusivamente a tocar y qué les parecía si la banda, que no tenía nombre todavía, pasara a llamarse Santana Blues Band.
Con esa formación Santana haría una gira por varias ciudades atravesadas por la ruta 66 que le permitió ser más conocido en el medio oeste y en el este norteamericanos.
Dos años después, con un sonido bastante afianzado y original, la banda sufre algunas modificaciones. Continúan Gregg Rolie en las teclas y en voz líder; David Brown con su poderoso bajo, y se agregan Michael Shrieve en batería, y José Chepito Áreas y Michael Carabello en percusión, quienes dan la insustituible base latina que caracterizaría su música de aquí en más y otorgan un toque fabuloso a temas como “Evil Ways”, del primer álbum, a secas llamado Santana.
En 1969, Santana y banda tocan en el histórico Woodstock y son fichados por algunas discográficas que los ven como una verdadera revelación en el tipo de sonido que esgrimen.
Sobre fines de ese mismo año graban el que sería su primer álbum, que además del tema mencionado unas líneas más arriba, tiene joyas como «Waiting”, “Shades of Time” o la fabulosa “Soul Sacrifice”, donde la viola de Santana pistea con tremendos punteos sobre un andamiaje percusivo que los convierte en una de las bandas más innovadoras de rock porque pone a funcionar en esa estructura, mediada por un armónico órgano eléctrico, una fuerte y carismática raíz latina deudora de la rítmica afrocubana.
Deidad que lleva consigo el bien y el mal, lo luminoso y lo oscuro
Un año después, Santana graba el increíble Abraxas, su segundo álbum, que al poco tiempo treparía a los rankings de radios y tevé y tendría una prensa que le permitió a la banda estar consideradas entre las mejores de 1970 junto a, por citar sólo unos pocas, Jefferson Airplane, Grateful Dead, The Mothers of Invention, Buffalo Springfield, Yardbirds.
El disco obtuvo el primer puesto en las listas americanas durante seis semanas conviviendo con discos de The Beatles y Simon & Garfunkel, por ejemplo, y vendió la friolera de más de un millón de copias.
Una portentosa cubierta de reminiscencias místicas que reproduce la pieza Anunciación, pintada por el alemán Mati Kiarwein en 1961, fue una acertada introducción para el vinilo que guardaría ese sobre.
El título Abraxas está robado de un libro que en esa época era un best-seller entre las comunidades hippies de todo el mundo pero que también se leía mucho entre los músicos que alentaban la paz y el amor reivindicando derechos civiles y protestaban contra la guerra de Vietnam.
En su novela Demian, el también alemán Herman Hesse menciona a Abraxas como una deidad que lleva consigo el bien y el mal, lo luminoso y lo oscuro, lo divino y lo demoníaco.
Y si se tratara de explicar las sensaciones que produce la música del disco Abraxas seguramente surgirían imágenes impregnadas por esa adjetivación.
Sobre todo en temas o pasajes instrumentales guiados por climas altamente sugestivos.
En esa tapa una mujer negra desnuda descansa sentada mientras una paloma blanca posa cerca de su zona genital; un poco más arriba otra mujer alada cabalga una conga con un dedo en alto señalando un posible firmamento.
El fondo es una textura abigarrada de colores sugerentes de objetos o elementos del universo oriental, del árabe o el hindú, denotando una fuerte espiritualidad.
Ahora resultaría hasta un despropósito pero la cubierta de Abraxas fue prohibida en ciertos países y las discográficas debieron cambiarla por una foto de la banda en blanco y negro.
El disco se grabó entre abril y mayo de 1970 en estudios de California y tuvo producción del mismo Santana y el ingeniero de sonido y también productor de ascendencia mexicana Fred Catero, muy considerado ya en esa época puesto que había trabajado con Bob Dylan y Janis Joplin y luego, ya en los 80, haría lo propio con músicos de jazz de la talla de Herbie Hancock, Chick Corea y Ron Carter.
Textura sonora fascinante de extremo lirismo y densidad poética
Abraxas arranca con un tema instrumental del conguista Michael Carabello llamado “Singing Winds, Crying Beasts”. Imbuido de un clima misterioso, las congas dan soporte rítmico a un afinado fender rhodes (piano eléctrico) y a una guitarra de agudos que conversan sutilmente para luego diluirse rítmicamente en el exquisito “Black Magic Woman / Gypsy Queen”, compuesto por Peter Green, el factótum de Fleetwood Mac, aquí, claro menos furioso que en la versión del inglés y adobado por el sustrato latino característico de esta formación.
“Black Magic Woman” es uno de los puntos altos del repertorio de Abraxas. En la letra de esta canción tal vez esté cifrada la simbología de la tapa del disco: “Tengo una mágica mujer negra, tengo una mágica mujer negra que quiere convertirme en alguien diabólico…”, canta el tecladista Rolie.
“Oye Como Va”, la desafiante versión del tema del portorriqueño Puente, que para muchos supera a la sumamente rankeada original, tiene un solo impresionante de Santana que redimensiona el cariz de esa canción popular.
Luego sigue la explosiva “Incident at Nashabur”, donde, con una atmósfera más jazzeada, Rolie y Santana vuelven a ensayar inesperados fraseos hasta que el guitarrista se suelta con un riff enfático y colorido y aterriza en una leve y envolvente armonía.
En este tema participa su coautor, el pianista Alberto Gianquinto, invitado especialmente para el registro. Un poderoso acorde de órgano abre “Mother’s Daughter”, canción que luego se desmesura con un caudal instrumental.
Y tras un breve silencio emerge la bellísima “Samba Pa’ ti”, una suerte de bolero instrumental portador de una cadencia que roza la perfección estético-musical y uno de los temas cuyos pasajes han sido frecuentados en escena por enormes guitarristas mientras ajustan sus cuerdas.
“Hope You’re Feeling Better”, de Greg Rolie, es decididamente un temazo, si eso puede decirse de un álbum que roza desmedidas alturas en su escueta duración.
El andamiaje bien rockero se perfila con unos riffs de temer; aquí y allá la viola acomete con acrobática simetría sobre una base en la que no entra el aire.
El álbum concluye con “El Nicoya”, pieza compuesta, al igual que “Se acabó”, por el extraordinario percusionista José “Chepito” Areas, quien acá descarga su destreza con afinadísimos y climáticos toques sobre sus timbales y bongós.
Los álbumes Caravanserai (1972), Welcome (1973), Borboletta (1974) continuarían ese cauce consolidado por Abraxas, en el que se conjuga con maestría un combo de blues, rock, jazz, psicodelia y un torrentoso magma latino que lo hacen único e inimitable en su estilo.
Estos días de octubre se cumplen 50 años de la aparición de Abraxas y volver a escucharlo es sumergirse en una textura sonora fascinante de extremo lirismo y poética densidad.