Miguel Catala**
En 2004, en Parque Norte de la Ciudad de Buenos Aires y sustentado por asambleas previas realizadas en todo el país durante más de seis meses, la Federación Agraria Argentina llevó a cabo, el “Congreso Nacional y Latinoamericano sobre uso y tenencia de la tierra”.
La pregunta central del mismo, el eje sobre el cual giraron todas las comisiones de trabajo y los plenarios resolutivos era: La tierra ¿Para qué? ¿Para quiénes? ¿Para cuántos? En el documento base se lee: “No hay que ceder en la trampa.
El uso y la tenencia de la tierra, la necesidad de estimular el mercado interno, la incorporación de valor agregado a los productos agropecuarios son discusiones que no debemos abandonar”
Nunca es culpa del chancho. Nunca es culpa del monocultivo.
Los daños de la sojización no son culpa de la legumbre devenida con intervención científica en oleaginosa cuyo nombre es soja. En los años sesenta del siglo XX, en nuestro país, se implementó la revolución verde.
Trajo consigo, encaramado en las primeras fumigaciones aéreas y terrestres para controlar las plagas en los cultivos intensivos, el origen de una parte de los problemas ambientales.
Trajo también la primera expulsión de los chacareros arrendatarios quienes fueron remplazados por la maquinaria agrícola motorizada que expandía la cantidad de hectáreas trabajadas pero disminuía considerablemente la demanda de brazos.
A inicios de esa década, en la cual como describe (Rodolfo) Walsh, la estrella de la ganadería vacuna estaba refulgente, desembarcaron junto con los tractores, las cosechadoras automotrices y los aviones para pulverizar, estrategias productivas y recetas para mejorar la cantidad de los granos y acelerar la conversión en la carne animal.
Todo, desde el concepto: revolución verde venia de Estados Unidos, desde la ONU, desde la FAO, incluso con aval de la Cepal, que veía a la expansión de la producción agropecuaria asistida por las técnicas modernas como la plataforma de lanzamiento hacia el desarrollo total de países de matriz agropecuaria pero con un promisorio crecimiento industrial, como el nuestro. ¡¡¡¡¡Foooo!!!!
Desde Estados Unidos venía el paquete completo, lo traían los gurúes del crecimiento, los portadores de soluciones, los preocupados por el bienestar de todos (de todos los miembros de su familia).
El perito hizo notar que el amplio uso de nuevas técnicas veterinarias y de alimentación del ganado en los Estados Unidos, Canadá y varias regiones latinoamericanas ha dado por resultado grandes aumentos de la producción de carne y leche.
Estas técnicas, añadió, han llevado a incrementos en la producción muy superiores a todo aumento del número de animales para carne o leche y muy superior al incremento de la población.
En el campo no está desaparecido el agricultor genuino
Desde los inicios formales, numéricos, del siglo XXI y merced a la globalización cultural y su principal herramienta: los medios hegemónicos de comunicación, se ha acrecentado la desinformación respecto de las distintas actividades productivas de la sociedad en la que vivimos.
Así es que, por ejemplo, hay una tendencia cada vez más acentuada entre el habitante de las ciudades a pensar que en el campo todo es lo mismo y que desde la aparición de la camioneta 4×4, los teléfonos celulares y la robotización de la maquinaria agrícola, “los gringos” no hacen más que controlar tareas por vía casi remota.
Se ignora así la existencia de trabajadores mal pagos, de trabajadores contratados sólo en periodos especiales como siembras y cosechas y condenados a sobrevivir de otros, escasos, ingresos familiares en los prolongados tiempos de espera de la nueva changa, de trabajadores no sindicalizados y en consecuencia desamparados de derechos laborales.
En el agro pampeano no hay sólo maquinaria manejada por computadora, ni sólo responsables de explotaciones agropecuarias de estilo empresario.
En el campo no todos adhirieron al monocultivo por gusto ni se convirtieron en rentistas de sobrevivencia por puro placer o gusto por la holganza de tipo urbana. La soja con su precio y su paquete tecnológico accesible para pocos, los empujó.
En el campo argentino no está desaparecido el agricultor genuino capaz de diseñar un proyecto agropecuario y llevarlo adelante, no escasea la mano de obra capaz de cumplir las tareas cotidianas que requiera la producción en cuestión y, no faltan capitales para efectuar el emprendimiento.
En el campo, como en la ciudad, falta un poco de confianza en los acuerdos internacionales y en los referentes gubernamentales que los proponen y/o los llevan a cabo poniendo las firmas en nombre de todos.
Necesidad de respuestas a una serie de preguntas
Y ahí aparece lo variopinto de nuestra sociedad. Y ahí está el riesgo que la desinformación gane sin trabas en la puerta de todos. Ahí está el desafío. No es un problema con la República Popular China ni con el chino del supermercado quien en general es coreano.
No se trata del “cuento chino”. Se trata de cierto cansancio social de caer y recaer en salvatajes internacionales a sabiendas de que, en general, con eso nos ha ido mal como pueblo.
Con eso, en general, nos hemos endeudado. Con eso, en general, hemos reforzado nuestros lazos de dependencia, de subdesarrollo, de progreso rural particularizado en pocos actores; se trata de la persistencia de un agro con escaso desarrollo genuino, con preponderancia del criterio latifundista ya en tanto extensión de tierra de un sólo propietario, ya como concepto.
Hay en nuestro país una falta notoria de estructuras para el agregado de valor en origen y una más notoria falta de voluntad política para estimularlo en serio. Hay en nuestro país una necesidad del pueblo, el mismo evolucionado pueblo que hace 210 años se agolpaba a las puertas del Cabildo de Santa María de los Buenos Aires para preguntar de qué se trata.
Una necesidad de respuestas a una serie de preguntas que bien podría iniciarse con las tres que entidades históricas como la Federación Agraria Argentina le han formulado a todos los gobernantes tanto a los que se perfilaban como estadistas como a los que confesaban que apenas gestionaban: la tierra ¿Para qué?, ¿Para quiénes?, ¿Para cuántos?
** Profesor y licenciado en historia, ex delegado itinerante de la FAA, autor de 2Dividir el latifundio multiplicar la dignidad”, “125 preguntas y respuestas sobre el conflicto campo gobierno” y coautor de “Humberto Volando el líder agrario”.