Ricardo Yerganian**
Para no remontarnos otra vez a épocas remotas, hablemos de los últimos 100-130 años. Pero antes es preciso recordar –una y otra vez– que la fatalidad del pueblo armenio comienza en el siglo XI de nuestra era, cuando las tribus turco-selyúcidas invaden por primera vez Armenia, ya por entonces con una milenaria historia a cuestas como pueblo autóctono –y como Estado– del Asia Menor.
Una mirada a los mapas del imperio romano lo dice todo. Camino al Coliseo en Roma hay un mural gigante, delante del cual bien merece la pena detenerse y ver el lugar que ocupa Armenia en el mundo romano.
Valga esta aclaración ya que no son pocos los intentos de Turquía de tergiversar la historia y autoproclamarse “pueblo originario” de la región, es decir, de la meseta armenia del Asia Menor: el reino del Gran Haik que hoy denominamos Armenia histórica.
Dicho esto, la segunda aclaración no es menos importante: la política de vaciamiento de la población autóctona, la de “Armenia sin armenios”, se inicia a partir de esas primeras invasiones turcas.
El hostigamiento y la opresión provocados por el asentamiento de tribus kurdas y turcas de toda calaña persiguen un claro objetivo: modificar la demografía existente y estimular la migración de los armenios de su patria histórica.
Un antes y un después en la historia del pueblo armenio
Ya en la época contemporánea, entre 1894 y 1896 se ejecuta el primer exterminio masivo de la población armenia de sus territorios ancestrales ocupados por el imperio Otomano.
Más de 300 mil armenios son víctimas de las masacres del Sultán Abdul Hamid, “el sangriento” monarca de la época, que pretende dar una “lección” a los armenios que bregan por sus derechos.
La “comunidad internacional” –eufemismo que hasta el día de hoy se utiliza para nombrar a los que concentran el poder a escala mundial– se hace eco de las matanzas y la prensa occidental dedica unas columnas en las páginas interiores. Bajo el gobierno de los Jóvenes Turcos, en 1909, la historia se repite en Adaná, con la masacre de más de 25 mil armenios.
En buen italiano, es la “prova generale” de lo que vendrá seis años después. Una vez más, la “comunidad internacional” y la prensa toman nota… y callan.
El golpe de gracia llega a partir de 1915. El Genocidio marca un antes y un después en la historia del pueblo armenio. Otros dos pueblos autóctonos del Asia Menor, los griegos y los asirios son también víctimas del mismo genocidio que se prolonga hasta 1923, bajo el mando de Mustafá Kemal.
La “moderna” República de Turquía se funda ese mismo año, cimentada –literalmente– sobre los cadáveres de estos pueblos y la usurpación y confiscación de su patrimonio histórico, el individual y el colectivo.
En las décadas siguientes, se aplica la misma política contra la población kurda y el hostigamiento hacia las minorías cristianas sigue su curso hasta el día de hoy: la basílica de Santa Sofía, símbolo cristiano universal, se acaba de convertir en mezquita. Eso sí, tapando las imágenes de los santos, por si acaso.
Azerbaiyán no se queda atrás
Para no remontarnos a los conflictos con los tártaros –como llamaban a los azerbaiyanos a principios del siglo XX– la política estatal opresiva de Bakú hacia la población armenia de Artsaj durante el período soviético es un hecho incuestionable.
Otro tanto ocurre en la región históricamente armenia de Najicheván, cedida a su vez por Stalin a Azerbaiyán. Hoy allí no quedan armenios. Han sido expulsados u obligados a abandonar sus tierras. Tampoco quedan rastros de sus miles de cruces de piedra en el cementerio de Djulfa. Todo ha sido deliberadamente destruido para no dejar vestigios de civilización armenia.
La respuesta azerbaiyana al legítimo derecho de autodeterminación de Artsaj en 1988 es la matanza de armenios en Bakú y en Sumgait. Luego, los ataques contra la población civil durante la guerra de 1991-1994. Hoy, desde el 27 de septiembre, vuelven a caer los proyectiles contra la población armenia de Stepanakert y Shushí.
Y una vez más, contra el patrimonio cultural y religioso: el símbolo de Shushí, la iglesia de Gazanchetsots (San Salvador) ha vuelto a ser bombardeada como en 1992, mientras las tres mezquitas de la época persa en esa ciudad, no sólo permanecen intactas sino que están en pleno proceso de conservación y restauración.
La “comunidad internacional” teme alzar claramente su voz contra la barbarie turco-azerbaiyana y se abstiene de condenar los crímenes de guerra y contra la humanidad que perpetran sus ejércitos y mercenarios.
Hoy como ayer, los intereses políticos y económicos prevalecen sobre las cuestiones humanitarias. Salvo excepciones, la prensa mundial no se esfuerza por presentar los acontecimientos tal como son. Se escuda detrás de una sospechosa actitud supuestamente “imparcial” de presentar los sucesos, sin aclarar quién es el agresor y quién lucha por su autodefensa.
Y salvo excepciones, las grandes potencias no llaman las cosas por su nombre: Artsaj y Armenia están librando una lucha de supervivencia contra oficiales, drones y aviones turcos; contra mercenarios terroristas internacionales a sueldo de Ankara; contra equipos militares del ejército azerí que Israel sigue vendiendo a Bakú; contra el silencio cómplice de Occidente –que sigue con sus contratos millonarios de venta de armamentos a Turquía– y contra una tibia postura rusa que ahora pretende imponer una tregua, luego de 13 días de muerte y destrucción.
Postura de no intervención directa que hasta el momento Moscú justifica con aquello de que “Artsaj no forma parte de la República de Armenia”.
Bien han hecho tanto el presidente de Armenia como el primer Ministro en señalar repetidamente a la prensa internacional que el pueblo armenio se enfrenta hoy a la amenaza de un nuevo genocidio.
Y muy acertadamente en recordarle también, que ya no somos los deportados camino a Der Zor. Que estamos dispuestos a defender nuestro derecho a existir y a vivir en nuestra patria ancestral. Y que el reconocimiento de Artsaj como república independiente y sujeto de derecho internacional, es una imperiosa necesidad.
Con esta agresión, Turquía y Azerbaiyán vuelven a demostrar que su historia y su presente no son más que un conjunto de antecedentes penales. Que son reincidentes porque gozan de impunidad. Esa impunidad que les ha dado la misma mano que los arma a cambio de petrodólares y gasoductos.
Caravana por la paz en Armenia
Hoy 15 de octubre, a las 18:30, la comunidad armenia de Rosario realizará una caravana en auto y bicicletas para pedir por el cese de fuego de Azerbaijan y Turquía. La comunidad de descendientes de armenios en Rosario se manifestará en las calles para reclamar el alto el fuego y visibilizar la matanza que está ocurriendo en esta región del Cáucaso.
La caravana partirá desde Balcarce y el río (donde se encuentra localizado el Memorial a los mártires del genocidio armenio) y llegará hasta el Monumento Nacional a la Bandera. “No queremos otro genocidio. Lo que está ocurriendo en Armenia y en Artsaj es muy grave y necesitamos que se conozca y se repudie.
Los azeríes, apoyados y financiados por los turcos, están matando a toda la población armenia que habita en Artsaj. Hace más de tre mil años que los armenios viven en Artsaj.
En pleno siglo XXI, con la existencia de rrganismos internacionales, esto no puede volver a pasar», declaró Juan Danielian, presidente de la Colectividad Armenia de Rosario. La caravana se realizará con todas las medidas de prevención, sin bajar de los vehículos y con tapabocas.
**Ex director del Diario Armenia