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«Red flag», un libro de ensayos fotográficos, descarnados y líricos, sobre el covid en Latinoamérica

El premiado material recupera trabajos de 18 fotógrafos y fotógrafas de 14 países latinoamericanos sobre el coronavirus y sus efectos, pero también sobre otras crisis, ya sean los incendios forestales o crímenes ambientales de la Amazonia o la emergencia en las periferias y comunidades nativas

El libro Red flag, bandera roja, como el trapo que cuelgan frente a sus casas los colombianos hambreados por la pandemia en señal de ayuda, recupera ensayos de 18 fotógrafos de 14 países latinoamericanos sobre el covid y sus efectos en la intimidad y la vida cotidiana, pero también sobre otras crisis, ya sean los incendios forestales o crímenes ambientales de la Amazonia o la emergencia en las periferias y comunidades nativas.

Red flag es el resultado del encuentro de nueve fotógrafas y otros tantos fotógrafos con trayectorias muy sólidas, algunos premiados, como el Pulitzer argentino Rodrigo Abd, otros reconocidos en medios como The Guardian, Washington Post, New York Times y National Geographic, con caminos y proyectos muy personales.

Pueden ser Rafael Vilela y Victor Morimaya testigos de la presión inmobiliaria sobre tierras indígenas y de la violencia en las relaciones ambientales y sociales del Brasil de Jair Bolsonaro, último bastión negacionista de la pandemia y el cambio climático tras el fin del mandato de Donald Trump en Estados Unidos, con unos 315 mil muertos y un récord de casi 4 mil muertes diarias por covid, esta semana, sólo rozado por Estados Unidos, que lo sumen en la peor crisis de su historia.

Lo que muestran sus fotos son colaterales del virus: cubos iluminados con un reflejo ocre y azulado contrastan las siluetas de los residentes del Copan, uno de los icónicos edificios construidos por Oscar Niemeyer, caceroleando contra Bolsonaro.

El fondo naranja tomado por Vilela se interrumpe con la cara de un chico. Es un cacique guaraní-mbyá que intenta apagar un incendio: el fuego destruyó 18 hectáreas en Pico do Jaraguá, una de las últimas reservas de Mata Atlántica de San Pablo, la ciudad más grande de América latina.

Pero el material es más que el resultado de fotoperiodistas autoconvocados, conmocionados por la pandemia que desde el primer caso reportado (en Wuhan, China, en 2019) contabiliza unos 128 millones de contagios y casi 3 millones de muertos, concentrados en su mayoría en Estados Unidos, Brasil e India: forma un relato coral sobre el progreso del covid con pasajes de zoom y vistas a vuelo de pájaro, que suben por el continente desde Argentina hasta México.

El trabajo de esas nueve mujeres y hombres ganó el premio FotoEvidence de World Press, uno de los más importantes de fotoperiodismo social y puede seguirse en la cuenta Instagram @covidlatam o conseguirse en la página de Internet https://fotoevidence.com/books.

«Fuimos relatando lo que iba sucediendo, cada país con distintas intensidades en distintos momentos», dijo a la agencia de noticias Télam Pablo Piovano, el otro argentino que integra el colectivo fotográfico premiado con la edición de este libro, que contará con mil ejemplares y se presentará en Amsterdam, Holanda.

Unos fueron trabajando el afuera y otros la intimidad. «La pandemia, acompañada de cuarentenas, potenció las dos dimensiones: es válido el plano interno emocional de la familia, tanto como los efectos directos y laterales del virus», explico Piovano.

Su trabajo, Una oración para la Villa 31, muestra imágenes de ese centro urbano porteño de 40 mil habitantes cuando en junio, a poco más de dos meses de iniciado el aislamiento social obligatorio, la falta de agua y el hacinamiento hacían imposible pensar en los protocolos de covid y los barrios vulnerables concentraban el 35 por ciento de los infectados en Capital Federal.

Es la cara de su padre, un destello que estalla en la cara del retratado y permite ver luz en lugar de un gesto, la que ilustra la portada de Red Flag, un trabajo que hicieron juntos, durante su confinamiento, y también una despedida. Juan, 76 años, fotógrafo. Ciego, apenas podía caminar. Lo pasaba a buscar todos los días para dar la vuelta manzana. Él narró su infancia y ahora el hijo narraba su vejez.

«Los días de cuarentena estuvimos juntos, algo que no me había permitido mi vida gitana –dijo–. A veces escribía o citaba algún poeta con sus fotos. Fue como un juego un poco surrealista, onírico, entre el tiempo que estábamos pasando y su lenguaje, un dialogo entre dos fotógrafos, entre un padre y un hijo».

Desde Costa Rica, «desde que comenzó la pandemia, la forma más segura de tocar fue compartiendo energía y luz. Paz es una documentación fotográfica de mi embarazo durante la pandemia y el viaje interior que comenzó con ella», escribió Glorianna Ximendaz, antes de que nazca su hija, con más conciencia que nunca sobre «el futuro incierto».

Otra hija es retratada en el reflejo de un vidrio. Se le ven los labios libres de barbijo y a la mirada se la tapa un cielo con nubes. Matilde Campodónico, su madre, muestra la Rambla Sur de Montevideo vacía. El impacto de las primeras semanas de emergencia en Uruguay, donde el encierro fue voluntario.

«El virus estaba más en la mente que en el cuerpo», escribía en mayo Campodónico, hace poco menos de un año, cuando figuras de la farándula argentina cruzaban el río pidiendo residencia y las restricciones, cierres de frontera y junto a mil muertos diarios de estos días eran inimaginables.

Tamara Merino pasó 146 día en su departamento de Santiago con su hijo y su madre el año pasado. Los juegos que emprendían son parte de su registro, previo al Chile líder en inoculaciones anti covid, que a pesar de sus casi 7 millones de vacunados cierra sus fronteras desde el lunes, todo el mes de abril, y teme el colapso de su sistema hospitalario.

Deudos haciéndose cargo de los cuerpos de sus muertos son el testimonio de Abd, cuando se disparó la primera ola de contagios en Perú, un país que irá a las urnas el próximo 11 de abril, agobiado por el impacto económico del coronavirus y una crisis política que consumió a tres presidentes desde que empezó la pandemia.

Un traje de protección flamea con una cruz de mástil en un cementerio de Tijuana, México. Trabajadores esenciales pasan la noche en sus autos para cruzar la frontera cerrada por los Estados Unidos de Trump y llegar a tiempo a trabajar.

El conflicto sugerido por Fred Ramos se amplifica con los migrantes que en plena pandemia y con las fronteras cerradas intentan volver a ver a sus familias o emprenden el camino que los llevará cientos de kilómetros, andando, ya sea a Colombia o Venezuela.

Red flag se completa con ensayos sobre los efectos del covid en Ecuador, hoy con varias provincias declaradas en «estado de excepción». Bolivia, que cerró ahora preventivamente su frontera con Brasil. Y Cuba, El Salvador y Guatemala, parte de un continente que por estos días incrementa las restricciones e intenta acelerar la vacunación a partir del último avance del virus.

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