Renga, tullida, lisiada, disca. Daiana las enumera orgullosa. Así se identifica desde que un botellazo que le golpeó la cabeza en la puerta de La Chamuyera le cambió la vida que conocía. En los últimos cinco años aprendió a caminar, a escribir y a bailar. Aprendió a hacerlo con una nueva corporalidad. También a que hay términos que avergüenzan, molestan o incomodan, así como a ella la avergüenza, molesta o incomoda que no todas las veredas tengan rampa, que no todos los bares cuenten con baños accesibles o que no pueda marchar un 8M. En los últimos cinco años, aprendió a ser mirada por la sociedad como una persona con discapacidad. Mientras tanto, escribía. Lo hacía durante su rehabilitación, y los meses que le siguieron, dictándole a sus amigas y amigos, o configurando el teclado de su celular hasta poder acertar con sus manos cuando recuperó la movilidad. Lo hacía en forma de poesía, frases y reflexiones. Luego, las reunió con ilustraciones y fotos y parió su primer libro “Me proclamo disca, me corono renga”. En los últimos cinco años Daiana aprendió muchas cosas: la más importante fue a sentirse orgullosa de quién es hoy.
Me proclamo disca
La madrugada del 27 de octubre de 2016 Daiana fumaba un cigarrillo en la puerta del bar La Chamuyera (que funcionaba en Corrientes al 1300 y cerró meses después) cuando desde un balcón arrojaron una botella de vino que le pegó en la nuca. El impacto la dejó inconsciente. La operaron, estuvo en terapia intensiva y cuando despertó no podía mover las piernas ni los brazos. La volvieron a operar y vivió cerca de 8 meses en el Ilar, un centro de rehabilitación municipal donde aprendió a hacer todo de nuevo. “Cuando pasó lo del botellazo mi cabeza estalló literal y simbólicamente. Me empecé a dar cuenta lo invisible que eran las personas con discapacidad en la sociedad y cómo nos crían con una visión capacitista, que parte de los paradigmas desde donde se piensan las corporalidades, lo normal y anormal, lo capaz e incapaz. De a poco, empecé a hacer esta deconstrucción en mi identidad. Tenía que volver a repensarme y encontrarme porque me había partido en mil pedazos”, contó a El Ciudadano.
Daiana se convirtió en la chica del botellazo. Su historia circulaba por los medios de comunicación y redes sociales. Ya no podía volver el tiempo atrás pero si podía usar la visibilidad para cambiar las cosas que le molestaban y de las que antes no se percataba. Si no era por ella, al menos, “para que no sigan creciendo personas disca que sientan que no son invitadas en esta sociedad”. Así, de a poco, empezó su militancia. “Todo el proceso fue muy doloroso. Fue mi manera de procesar todo lo que me había pasado”, recordó.
En 2019 entró a trabajar en el Área de Derechos Humanos, de la cual depende la Dirección de Inclusión y Accesibilidad, gracias al cupo laboral para personas con discapacidad de la Universidad Nacional de Rosario. Para ella, tener en cuenta la mirada disca y anticapacitista es un inicio, aunque reconoce que el camino es largo y costoso; y que su militancia más fuerte está afuera, en las organizaciones donde es activista. «La sociedad te va excluyendo cuando diseñan espacios sin contemplar la accesibilidad e, incluso cuando cumplen con esto, muchas veces tampoco piensan en las personas con discapacidad. Que haya accesibilidad no significa que cumpla con el grado de usabilidad que requerimos las personas que somos usuarias de esa accesibilidad. Somos una identidad que han relegado a las sombras y a ser pensadas como cidadanes de segunda», expresó.
Al principio le chocaba el término discapacidad y usaba el de diversidad funcional, una corriente que piensa a los cuerpos como diferentes. Después entendió que ese concepto la seguía diferenciando y volvió a nombrarse como disca y renga. “Es lo que soy. Lo tomo como mi identidad”, aseguró, y opinó que esa es la mejor respuesta ante la sociedad: “Encontrar orgullo en una identidad que ha sido invisibilizada, pensada como no válida, incapaz, como cuerpos que no importan y no sirven es la mejor respuesta política que podemos dar frente a la sociedad para pelear contra el normativismo y capacitismo con el que se nos piensa”.
Desde su militancia disca, busca romper con los intentos de normativizarlo todo y de asistencialismo o capacitismo con el que la sociedad mira a las personas con discapacidad. “El cuerpo capaz se impuso como obligatorio y se estableció que una persona “normal” tiene que tener ciertas características físicas, intelectuales y sensoriales. Nos han dicho que las personas disca no podemos, que necesitamos que otras personas hablen por nosotres, que otres luchen por nuestros derechos. Nos dejaron con sed de militancia y activismo, con deseo de ser personas consideradas válidas y capaces”, explicó.
Para ella, la discapacidad es una construcción social. “Caemos en un error cuando se piensa que la discapacidad es una cuestión individual cuando es una construcción social y radica en la interacción de nuestras corporalidades diversas con las barreras del entorno. Somos personas discapacitadas por el entorno no por nuestra diversidad”, contó.
Me corono renga
Daiana siempre quiso escribir un libro. Mucho antes del episodio de la botella narraba cuentos, poesías y reflexiones. Durante los meses en los que estuvo en rehabilitación, la escritura se convirtió en una aliada. Le dictaba a sus amistades, al celular o grababa audios. Armó un diario de internación para “drenar” las emociones que –recuerda– eran muchas e intensas. Habló con amistades y familiares, y le sugirieron volcarlas en un libro. En 2019 empezó a darle forma: seleccionó textos de los últimos años y los reunió con otros, entre los que hay poemas, relatos, frases, ilustraciones y testimonios de la militancia disca.
“Lo que más me impulsó fue hablar sobre la identidad disca, sin mitos, sin prejuicios, hablando del normativismo y capacitismo para tratar de derribar esta mirada y para que no sea necesario estar en una situación de discapacidad para reconocerla, porque así seguimos invisibilizándola. Con la escritura traté de mostrar un poco de nuestra realidad para que, de a poco, se dejen de reproducir estos estereotipos tan lastimosos. Ojalá no sigan creciendo Daianas, Daianos o Daianes que tengan que encontrarse en una situación así para reconocerla como una identidad y como un igual a las personas discas”, contó.
“Me proclamo disca, me corono renga” es proyecto autogestivo hecho con una editorial independiente que cuenta con una encuadernación manual. Puede adquirirse de forma virtual a través del sitio web www.daianatravesani.com, o encargar un ejemplar en papel.
“Lloré mucho. Se siente muy fuerte estar cumpliendo un sueño. Pensar que la gente me iba a leer, que estaban partes de mi identidad plasmadas, que ya no es algo mío me dio miedo y emoción. Es fuerte gestar algo por tanto tiempo y que salga a la luz y pierdas el control de eso”, agregó.
Con su libro, además, busca sumar a la lucha por la sanción de una ley de Humedales y apoyar a la ley federal de Lengua de Señas Argentina que están impulsando desde la Confederación Argentina de Sordos.
El libro, además, representa también un trabajo colectivo, y Daiana rescata la participación de Morena García, Mérida Doussou, Ángeles Díaz Saubidet, Mariana Veliz Matijsevic, Evelyn Panichelli, Soledad Fontana, Mauricio Dinelli, Carolina Moreno, Romina Argentino, Lucía Pereyra Robledo, Rocío Muñoz Vergara, Javier Travesani, Giselle Ferrari, Julia Risso, Gianna Mastrolinardo, Marina Piemonte, María Cecilia Ruhl, Natalia Pelillo, Laura Alcaide, Soledad Gelvez, Laura Lemura, Mariela Degano, Guillermo Pighin, Gabriel Benítez, Julio Ranzini, Juan González Marcos, Guillermo Dos Santos Pereyra, Juan Cruz Bandini, Andrea Ramírez Boglioli, La Ciudad de las Mujeres, Kimi Neptune. Diseño de cubierta: DG Ángeles Diaz Saubidet – “Estudio Blah”.
Femidisca
En 2018 Daiana fue a una asamblea previa al 8M y se topó con una escalera para llegar al salón. No había rampas ni ascensor. Debieron alzarla y llevarla en brazos al encuentro. Ese día entendió que la mirada anticapacitista aún no había atravesado a los feminismos.
“Vivimos en una sociedad patriarcal, capacitista y capitalista donde las identidades con discapacidad somos relegadas al lugar del no ser, del no poder y del no existir como personas con derechos. Se nos expone a múltiples vulneraciones y se nos considera un estorbo, una carga, una molestia, inútiles e improductives. Si los feminismos no son anticapacitistas terminan reproduciendo un normativismo que vulnera y violenta a un colectivo identitario, y nos invisibiliza”, expresó Daiana, quien encontró en los feminismos el empoderamiento para afirmar su corporalidad. “Soy feminista desde antes de ser renga. Me ayudó a ser femidisca interseccional y a pensar a mi identidad disca, a mis bastones, a mi renguera como mis mayores armas de luchas ética, política y social. Los feminismos nos permitieron allanar el camino para poder pensar nuestras identidades con nuestras corporalidades, que han sido siempre relegadas a los márgenes, desde una posición de orgullo y reivindicación. Permitieron el empoderamiento en nuestra identidad que viene a romper con ideas normativas de las corporalidades y la sexualidad. Son el camino por el que debemos andar, renguear, rodar. Si nuestra lucha tiene potencia y nuestro colectivo se empoderó es gracias a que nos permitieron otras formas de mirar y pensar que buscan romper con esa idea de lo normal. Pero a los feminismos aún le falta seguir deconstruyendo el capacitismo”, contó.
Cuarentena eterna
Después que Daiana salió de la operación, estuvo encerrada durante dos meses para sostener los cuidados posoperatorios. Por eso, cuando decretaron cuarentena por la pandemia sintió que el encierro era algo habitual en las personas con discapacidad. “Las identidades disca hemos estado relegadas a una cuarentena eterna. Si no hay una ciudad que te invite a salir o te piense, te relega al encierro y, en nuestra identidad, se considera normal”, contó.
En diciembre, viajó a Gobernador Crespo, el pueblo del norte santafesino donde nació y vive su familia, y se quedó hasta mediados de este mes. “Extrañaba la naturaleza, mis amistades, el aire libre y el sentirme tranquila. Hago equinoterapia y aproveché para andar a caballo. La cuarentena me mostró la necesidad del contacto y el afecto”, agregó.