Carlos Polimeni, para Noticias Argentinas
Nunca un ser humano vio uno, pero existen en el imaginario colectivo desde hace miles de años, y en el siglo XXI están otra vez de moda, como si la humanidad pretendiera avalar la teoría de que el tiempo es circular, que tanto le gustaba el escritor argentino Jorge Luis Borges.
Hay tantas personas destacadas en el mundo que creen en cosas que no pueden probarse -la efectividad de la teoría del derrame en la economía, por ejemplo- que hasta altura ya nadie dudará de que tal vez sea cierto que un cantautor cubano tenía uno azul, y que pastando lo dejó… y desapareció.
En el lenguaje tecnológico, en la jerga de las nuevas formas de la sexualidad, en el léxico de la industria del vino, en las promociones de las agencias de turismo, y en el permanente imaginario infantil, en el que sin que se sepa que tienen un pie en las leyendas medievales sobre la virginidad, los unicornios siguen pegando fuerte en la tercera década del siglo XXI.
La primera moda de los unicornio comenzó mucho antes de la era cristiana, cuando las exploraciones griegas al territorio de lo que hoy es la India reportaban versiones sobre la existencia de un animal desconocido en el “mundo civilizado”, que no sería otro que el hipopótamo, que se adaptó luego a la vida en muchas otras latitudes.
Si el hipopótamo fue llamado «caballo de río» por los exploradores griegos, parece verosímil suponer que igualmente describirían a un rinoceronte indio como “un caballo con un cuerno sobre la cabeza”, dicen los defensores de esta hipótesis sobre el origen del mito en la antigüedad clásica.
Una segunda teoría tiene más asidero: recuerda que ya por entonces los astutos vikingos comerciaban en el interior de Europa el cuerno de un animal marino llamado narval, que no se ha extinguido, asegurando que provenía de unicornios que sólo ellos habían visto, en sus excursiones por paisajes desolados del Ártico.
El narval es, en rigor, un cetáceo que sólo vive en las aguas heladas del Ártico, frente a las costas de Rusia, Groenlandia y Canadá, cuyos machos se caracterizan por tener un colmillo, que en realidad es un canino que sobresale, que puede alcanzar los 3,5 metros de largo.
Puesto que el mito está documentado en la antigua Grecia antes de las excursiones vikingas sobre Europa y parte de Asia y África, es posible que estos hayan aprovechado la leyenda preexistente para vender colmillos de narval como si fueran cuernos de unicornios, con un agregado: sostenían que tenían todo tipo de propiedades curativas.
Los estudiosos saben que muchísimo tiempo después la medicina árabe del siglo XII usaba los cuernos como antídoto contra venenos, una vez hervidos en agua, y existen recipientes de cobre con forma de unicornio que se utilizaban para el lavado de manos durante las misas o antes de comer hacia el siglo XIV, en Europa occidental.
Pero hoy este sustantivo mitológico puede significar muchas cosas diferentes: en Silicon Valley, un unicornio es una start-up -es decir una empresa nueva y exitosa, en general producto del acierto en algún desarrollo tecnológico- cuya cotización en el mercado supera los mil millones de dólares, que es muchísimo dinero.
Las compañías unicornio, entre ellas Uber, Rappi, Glovo y Cabify, son hoy más de 470 y sólo en Estados Unidos hay 228, según los datos registrados por CB Insights, que afirma que China es el segundo proveedor mundial de unicornios, con 125, mientras el Reino Unido, con 25, es líder en Europa.
En la industria de los vinos de alta gama, un unicornio es una botella que resulta rara y difícil de encontrar, por lo que resultará muy valorada por los sommeliers y por aquellos que están dispuestos a pagar precios altos por un producto especial, ya sea por su calidad, el historial de sus creadores o por su ausencia en el mercado (por ejemplo, por provenir de una bodega que ya no existe).
La palabra, siempre con una alusión a un ejemplar tan raro que nadie ha visto uno, también se usa en el lenguaje de las nuevas concepciones de la sexualidad para denominar a alguien (generalmente una mujer bisexual) que disfruta tendiendo relaciones con parejas heterosexuales, en lo que algunas revistas europeas vienen considerando “una moda” en el mundo de los millenials.
Lo complejo de esta práctica tiene que ver con el papel de la tercera persona, es decir la unicornio, que no debe tener otro interés que no sea el del placer de los tres, sin interferir en la relación de la pareja a la que se suma ni pretender nada a cambio, en relaciones que se llevan adelante con un reglamento explícito.
Las agencias de viaje promocionan los viajes hacia Escocia como un encuentro con el origen de la leyenda de estos animales mitológicos -representados en numerosos castillos y monumentos locales- recordando el carácter de “animal nacional” que los unicornios tienen para ese país de Gran Bretaña.
En las culturas desarrolladas en Babilonia, Persia y Egipto, las menciones a la existencia de unicornios estaban también relacionadas con las propiedades curativas de sus cuernos que, además, se consideraban “el antídoto perfecto” para tratar los envenamientos, que eran mucho más frecuentes entonces que ahora.
Pero siglos después esos mismos cuernos causaban sensación en las familias de los poderosos y ricos en las cortes europeas y eran representados en varias disciplinas artísticas -sobre todo la pintura- en un proceso que acentuaría la sensación de que existía lo que en rigor nunca existió, como pasa hoy con los resultados de las fake news.
En París, el Museo Cluny, que se destaca por su colección de arte medieval, presentó ayer nomás, antes de la pandemia universal, una exposición destinada a intentar narrar el origen del mito de los unicornios, poniendo a disposición del público obras de mucho valor.
Un parte de la lógica de la exhibición giraba en torno a una obra escultórica basada en una gran pieza de marfil, montada sobre una base de bronce oscuro, diseñada por un escultor estadounidense, pero de nombre muy francés, Saint Clair Clemin.
Inspirada en un pedestal con la forma de una cabeza de unicornio del famoso orfebre italiano renacentista Benvenuto Cellini, que perteneció al papa Clemente VII, la recreación posmoderna estaba ahí para dejar claro que “la culpa de todo” la tienen los inocentes narvales o sus socios comerciales nórdicos.
Una vez que la confusión sobre la existencia de un animal que nunca existió estuvo montada, hubo quien recordó que el escritor romano del siglo I Plinio el Viejo había descripto un «animal muy fiero» con el cuerpo de un caballo, la cabeza de un ciervo, los pies de un elefante y la cola de un jabalí.
Plinio, que llamaba a esos animales monoceros y sostenía que era imposible capturarlos vivos, por eso no había en ningún lugar restos óseos, afirmaba que emitían una especie de mugido grave y tenían un cuerno negro de casi 90 centímetros de largo en medio de la frente.
La mitología celta, en que el unicornio era un símbolo de pureza e inocencia, al mismo tiempo que de virilidad y poder, está detrás del hecho, en cierto modo maravilloso, de que Escocia lo considere su animal nacional, desde finales del siglo XIV, aunque resulte una especie salida de la imaginación humana.
Pero en los mitos en cierto modo universales, las asociaciones son diversas: en otras culturas, a pesar de la potencial naturaleza fálica de su principal característica, el unicornio es… un símbolo de castidad y pureza femenina, y por eso está muy ligado al entretenimiento para niñes en los últimos cincuenta años.
Docenas de dibujos animados destinados al público infantil, así como un vasto repertorio de juguetes, accesorios y prendas, educan hoy a un público de menores de edad renovado e incluso hijo de las tecnologías de la era de la incomunicación comunicada sobre la conveniencia de tener una representación de los unicornios siempre a mano.
A los argentinos que se sientan tentados a burlarse de la inocencia de los pueblos que creen en lo que no existe no estaría de más recordarles los millones de votos que sacaron señores que prometieron aquí revoluciones productivas o segundos semestres con lluvias de inversiones que nunca llegaron.
A lo mejor, siguiendo la lógica secreta de la canción de Silvio Rodríguez, si los unicornios, azules o no, existen de algún modo es porque son una representación inconsciente de la utopía, del deseo de millones de personas de un mundo mejor que, además, quede lo más cerca posible, y no en planetas aún por conquistar.