“Señoras y señores, chicas y chicos, acomódense en sus butacas que la función está por comenzar”, anunciaba su estreno el gran Circo Rodas el pasado 26 de marzo frente a la rotonda del parque Scalabrini Ortiz. Vivir bajo la amenaza de una peste universal no estaba en los cálculos de nadie y las nuevas restricciones por la segunda ola de la pandemia de coronavirus los obligó a bajar el telón el 22 de abril último hasta nuevo aviso.
Durante sólo un mes, el público pudo disfrutar del espectáculo de valientes trapecistas, de acróbatas con habilidades extraordinarias, de magos, payasos, bailarines, contorsionistas, malabaristas, los motociclistas del globo de la muerte y hasta el asombroso auto Transformer.
“Estuvimos parados durante un año por la pandemia. La última función que hicimos fue el 15 de marzo de 2020, en Mar del Plata. Levantamos todo y nos fuimos para Berisso, La Plata. En Rosario, las nuevas restricciones sanitarias eran hasta el 2 de mayo y ahora se renovaron por 21 días más. Es muy duro. Para nosotros es como si tu mamá te dijera esperame en la plaza que ya vengo y vuelve después de un año”, ilustra el dueño del circo, Marcelo Lanza, mientras un integrante del staff pone a punto las aguas danzantes.
En el predio de más de cinco mil metros cuadrados conviven 87 personas: 41 de ellas se dedican al mantenimiento del circo, entre técnicos, sonidistas, iluminadores, electricistas y soldadores. Y otras 40 personas son contratadas en la ciudad para ventas y limpieza.
El Rodas ya sopló 40 velitas. Antes de la pandemia (A.P) se vendían unas 2.350 localidades. Ahora, con el virus acechando, habilitaron 1.100, pero para ser aún más cautos con las medidas sanitarias no venden más de 800.
Una entrada en el Rodas sale casi lo mismo que un café con leche y dos medialunas: van desde los 400 pesos hasta los 1.200.
“Considero que en el circo no hay contagios. Y como si el mal de la ciudad fuéramos nosotros, propusimos abrir con menos funciones y con los ruedos levantados (la lona que cubre la carpa), que es como trabajar al aire libre. Hay dos tipos de públicos, los que se cuidan y los que no. Los que vienen al circo se cuidan. Los chicos no se sacan el barbijo durante toda la función, aplauden y lo disfrutan cumpliendo con todos los protocolos sanitarios”, contó Marcelo, un experimentado en la industria circense.
“Estamos subsistiendo sin ayuda estatal ni subsidios. Tener el circo armado implica grandes gastos fijos, de seguridad las 24 horas, de contenedores para desagotar la basura, baños químicos y electricidad, entre otras cosas”, detalló el dueño del Rodas.
Y pidió: “Queremos trabajar, con restricciones pero queremos trabajar. Más fácil que legislar es prohibir. No queremos ayuda. No mendigamos nada. Sabemos hacer lo nuestro y no nos interesa otra cosa. Lo llevamos en la sangre”.
Sólo se trata de sobrevivir
Durante más de un año los artistas del circo tuvieron que rebuscárselas para poder tener un plato de comida: algunos hacían copos de azúcar y pochoclos, se subían a una camioneta y los vendían por los barrios, y otros hacían fletes con los camiones.
Pero, Marcelo aclara, que “no nacimos para eso”. “Si hay que hacerlo para comer, se hace. Nosotros nos preparamos toda la vida para otra cosa. Dejamos una parte nuestra en esto y queremos seguir, mejorarnos y perfeccionarnos”, aseguró el dueño de uno de los circos más conocidos del mundo.
El caso de Tobías es uno de los tantos artistas que tuvo que hacer malabares para sobrevivir, mientras les pusieron puntos suspensivos a las funciones por la pandemia. El joven es de Quilmes, Buenos Aires, tiene 29 años, es perchista -un clásico número de equilibrio sobre un caño de seis metros y con el que abren la función-, se le nota el ensayo circense en el cuerpo y desde hace casi tres trabaja en el Rodas.
“Siento mucha tristeza cuando miro las carpas desarmadas y sin luces. Entiendo el contexto, pero es una situación compleja”, lamentó Tobías. Y siguió: “Abrimos un mes y paramos de nuevo. Acá se aplican todos los protocolos. Si hay lugares seguros son los teatros y los circos. Pido apoyo y que recuerden que los que hacemos arte dejamos nuestra vida. Nosotros también somos parte de la cultura”.
Amor a segunda vista
En los ´80 Marcelo estudiaba locución, teatro y trabajaba en la famosa Argentina Televisora Color (ATC) -ahora conocida como Televisión Pública- que desde el 1° de mayo de 1980 empezó a transmitir su programación en colores.
En esa época, el dueño del Rodas hacía un espectáculo infantil por las noches en la pantalla de ATC con Luciano, el marciano, que era como una especie de Topo Gigio. “Mi papel era hablar con el muñeco y les dábamos las buenos noches a los televidentes”, rememoró.
Como parte de pago en el programa, le “prestaban” a Luciano, el marciano, y comenzó a hacer shows en los clubes hasta que pisó un circo y no se fue más. “En los shows tenía que hacerme propaganda y en el circo ya me entregaban todo listo, y además, cobraba un porcentaje mayor. Así empecé en este espectáculo itinerante”, contó.
Empezó con el número de Luciano, el marciano, siguió como locutor, aprendió a hacer magia y hasta se arriesgó a hacer el número del globo de la muerte. “Fui rotando de circo en circo hasta que finalmente me dediqué a la producción. El circo es parte de mi vida, es como el Barcelona para Messi. Trabajar de lo que a uno le gusta es impagable”, aseguró.
En el nombre del padre
En una de sus infinitas giras, el Rodas llegó a Tacna, una ciudad del sur de Perú. Allí, una chica se presentó en el circo y le pidió trabajo a Marcelo: quería ser bailarina.
La joven, en ese entonces era menor de edad. Su intención de trabajar en el circo no era para pasar tardes y noches de encantos y candilejas, ni mostrar sus habilidades artísticas, ni brillar, sino que confesó que quería llegar a Lima, capital de Perú, para tener un lugar donde vivir (ya que no podía pagar un alojamiento) y así poder buscar a su papá que no veía desde los tres años.
“La mamá de la chica nos hizo una autorización para que su hija pueda trabajar en el circo. Hicimos tres ciudades antes de llegar a Lima. Le habían dicho que su papá estaba viviendo allí y sólo conservaba una foto de él”, rememoró Marcelo.
El dueño del Rodas recorrió programas de televisión y hasta se contactó con legisladores para poder encontrar al padre de la bailarina.
Finalmente lo encontró. El padre de la joven era profesor de una universidad limense, formó una familia y tuvo otros dos hijos. “Me presenté, le conté la historia y le planteé que no le iba a decir nada a su hija sin su consentimiento porque podía ser muy doloroso para ella que la rechace. Y me dijo que quería reencontrarse con ella e integrarla a su familia”, detalló.
“Le reservé un palco para que venga al circo con su familia. Cuando su hija salió a hacer su número, paré la función y le pregunté por qué motivo estaba en el circo. Le contó al público y después le señalé al padre y le dije, ahí es tu papá. Y comieron perdices”, recordó Marcelo, mientras se le aguaban los ojos.
Un espectáculo del pasado
Los animales estaban asociados al universo circense, pero ya no tienen cabida en una sociedad que viene pregonando desde hace años el respeto hacia ellos. Uno de los clásicos repertorios del Rodas es el globo de la muerte, donde un grupo de motociclistas hacen acrobacias dentro de una esfera.
Marcelo recordó que hace unos 20 años estaban de gira en el sur del país y entrenaron a un chimpancé para hacer ese número. “Le enseñaron a andar en moto. Eran cuatro personas y el mono. El único que no chocó nunca fue el primate”, contó.
También tenían un rinoceronte que hacía una serie de trucos en las tablas. “El escenario era más corto que el que tenemos ahora. Trabajábamos con pisos de madera y todas las sillas del stand estaban ensambladas hacia al centro de la pista. Pero el que manejaba al animal había salido corriendo al hospital porque el hijo había tenido un accidente en bicicleta. Nada grave”, recordó.
“¿Qué hacemos?”, se preguntaron. “El hermano del adiestrador del rinoceronte, que también trabajaba en el circo, se quiso hacer cargo y dijo: «Yo lo hago entrar y lo manejo». El rinoceronte no hacía nada y tampoco podíamos sacarlo del escenario. Se me ocurrió armar una fila de repollos para que lo fuera comiendo y llevarlo hacia otro lado. No hubo caso. En un momento pegó un grito, saltó y cuando cayó tembló todo. El público empezó a correr y tuvimos que parar la función. Terminé atando un repollo en una caña de pescar hasta que lo pudimos sacar de arriba de las tablas. Y al poco tiempo llegó el muchacho que lo manejaba”, contó.
La educación sobre ruedas
Marcelo tiene siete hijos, dos varones gemelos que viven en Río de Janeiro, una hija en Dubai, y los otros cuatro tienen entre 3 y 16 años.
Vale aclarar que cuando un circo se instala en una ciudad o en un pueblo, las escuelas estatales tienen la obligación de darles una vacante para que los chicos puedan seguir estudiando. “La educación no es mala porque deambules de una escuela a otra. Están un mes o dos meses en cada una. Y las vacaciones la pasan en el circo. Hay un motorhome especial para ellos”, detalló Marcelo.
Circovid
La Asociación Civil 5 de octubre, artistas de Variedades y el Circo Rodas hicieron causa común para contribuir contra la pandemia del coronavirus: instalaron una carpa del Rodas de 1.700 metros cuadrados en el Monumento a la Bandera para hacer test de covid-19 para pacientes asintomáticos y sin turno.
Se estima que la carpa quedé habilitada a partir de la semana próxima y el objetivo es que sea uno de los centros de testeos más grandes de Argentina.
“Cuando lo pidieron el circo estaba funcionando. Nosotros aportamos la carpa, las sillas y el mantenimiento de la estructura el tiempo que sea necesario. Queremos dejarle algo a la ciudad que nos dejó trabajar. Nos unimos a la solidaridad, a pesar de que el circo esté cerrado”, explicó Marcelo.
Había una vez un circo que recorría las rutas de todo el país. Había una vez malabaristas, trapecistas, magos, payasos, acróbatas, contorsionistas y bailarines que vivían poco tiempo en muchos códigos postales. Había una vez un circo que alegraba siempre el corazón. Ahora, el Rodas espera a que se ocupen sus localidades, espera poder levantar el telón y que vengan los chicos (y no tanto) de todas partes.