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Secuelas y Covid persistente: historias de jóvenes que desarman el mito de la «gripecita»

Josefina, Antonela, Nabila, Solana y Álvaro quedaron con secuelas tras haber tenido coronavirus. Desde fatiga e insomnio hasta arritmias y problemas respiratorios o neurológicos. Hay estudios que avalan sus experiencias traumáticas

Josefina Anschutz, Antonela Ferrari, Nabila Badur, Solana Camaño y Álvaro Calderari son personas jóvenes que quedaron con síntomas persistentes o secuelas tras haber tenido coronavirus, que van desde fatiga e insomnio hasta arritmias, problemas respiratorios y neurológicos, consecuencias cada vez más descritas en la bibliografía científica pero que narradas en primera persona ponen rostro al padecimiento que se vuelve invisible en la estadística.

«Después de tener el alta epidemiológica y clínica noté que seguía con palpitaciones y volví a la guardia porque me asusté. Me tomaron los signos vitales, me hicieron un electro y dieron bien, pero me derivaron a un cardiólogo, que me indicó ponerme un holter para evaluar los picos que tenía de palpitaciones fuertes», contó a Télam Nabila Badur, comunicadora y productora radial de 29 años que vive en la Ciudad de Buenos Aires.

El estudio determinó que Nabila padece Arritmia Sinusal leve, «que significa que por momentos mi corazón hace picos», describió la joven que transitó en noviembre pasado la enfermedad con fuertes cefaleas, abundantes mocos, tos, decaimiento, pérdida de gusto y olfato, náuseas, ausencia de apetito, baja de peso y arritmia.

Después de seis meses, Nabila siente todavía cansancio cuando realiza actividad física, no recuperó completamente el gusto y el olfato y tiene presión en el ojo derecho, probablemente producto de la gran cantidad de mocos que taparon los conductos nasales, aunque todavía no tiene el diagnóstico final.

En el último tiempo comenzó a perder el cabello. «Consulté con una dermatóloga y me dijo que atravesar el Covid estresa mucho el cuerpo. Lo que tengo se llama Efluvio telógeno. Es una gran caída de pelo generada por el estrés», señaló.

Las afecciones cardiológicas y neurológicas que cuenta Nabila son sólo una pequeña parte de lo que se describe en la bibliografía científica como parte del denominado Covid prolongado o de las secuelas que, según explicó la médica inféctologa Elena Obieta, se diferencian en que «lo primero son los síntomas que persisten luego del cuadro agudo mientras que las secuelas son daños irreversibles».

Entre los síntomas neurológicos, uno de los descriptos es el denominado «neblina mental», algo que le sucedió a Josefina Anschutz, analista de marketing digital y estudiante de comunicación de 34 años que tuvo Covid-19 en noviembre pasado y lo transitó con «cansancio extremo, pérdida de olfato, dolor de cabeza permanente y sensación de falta de aire».

«Todavía ahora, los días húmedos me duele mucho la cabeza y siento que me falta el aire. También me pasa que tengo que hacer una cosa y después me olvido de qué era. Son como olvidos temporales. Sobre todo cuando tengo que hacer muchas cosas al mismo tiempo. Por ejemplo, el otro día estaba cenando con mi hija y me dijo: ‘¿Por qué hay olor a quemado?’. Fui a la cocina y vi las papas en el horno, pero no lo tenía ni registrado. Directamente se me había ido», relató a Télam Josefina.

El abogado Álvaro Calderari, de 36 años y residente de San Salvador de Jujuy, tuvo Covid en septiembre de 2020 también con un cuadro calificado como leve pero con sarpullido en todo el cuerpo, dolor de abdominal, vómitos, dolor de cabeza, cansancio y un poco de fiebre.

«Todavía tengo sarpullido en los brazos y en las manos, y cansancio. Nunca antes había tenido sarpullido. Recién ahora estoy tratando de volver a ejercitarme, pero me sigue doliendo mucho el cuerpo cuando me levanto a la mañana», describió Álvaro en diálogo con Télam.

Según Obieta, integrante de la Sociedad Argentina de Infectología (SADI), «entre los síntomas más persistentes, la bibliografía científica y la experiencia clínica nos indican que más de la mitad (52%) de las personas que tuvieron Covid-19 presentan astenia (fatiga) después de las cuatro semana de inicio de síntomas».

Pero las secuelas no sólo se expresan en los órganos. Según un estudio publicado en The Lancet Psychiatry el pasado 6 de abril, una de cada tres personas con diagnóstico de coronavirus padece un trastorno psiquiátrico o neurológico en los seis meses siguientes al inicio de la enfermedad.

El estudio, que incluyó a 230.000 pacientes, arrojó que los cuadros más comunes son trastornos de ansiedad (17% de los pacientes), del estado de ánimo (14%), de abuso de sustancias (7%) y el insomnio (5%).

Solana Camaño tiene 24 años, es periodista, comunicadora y formadora en género y Educación Sexual Integral (ESI) y en diciembre pasado tanto ella como su familia contrajeron Covid-19, que se sumó a la enfermedad de un familiar y al contagio de su abuela, una mujer de 80 años con dolencias preexistentes que «zafó», en palabras de la joven.

«Aunque no la pasé bien no estuve grave, fue una gripe con estos agregados de perder el gusto y el olfato y el dolor muscular», dijo a Télam Solana.

Sin embargo, los peores padecimientos vinieron después. «Tengo insomnio todas las noches. Me cuesta mucho dormirme a pesar de que estoy cansada, tanto física como emocional y mentalmente. Lo identifico desde diciembre, aunque también me pasaron otras cosas importantes en mi vida que podrían haber afectado mi salud mental. También tengo ansiedad, en el mismo sentido», contó respecto de su situación actual.

Antonela Ferrari, una periodista argentina de 34 años que reside en Turquía junto a su marido y tuvo coronavirus en diciembre, experimenta todavía dificultad para respirar, cansancio, debilidad corporal, ataques de ansiedad y de pánico, estrés post traumático y pérdida de peso e insomnio.

Pero a diferencia de los casos anteriores, ella transitó muy mal la enfermedad y aunque no requirió de cuidados intensivos, tuvo una neumonía que aún tiene consecuencias (ver recuadro).

«Ahora estoy un poco mejor, ya pasaron cuatro meses y medio, pero hasta hace un mes no podía subir una escalera que me agitaba terriblemente. Incluso, como volví a recuperar peso por los ataques de ansiedad, empecé un tratamiento y, tanto el endocrinólogo como la nutricionista, me dijeron que en mi caso no pueden pedirme que haga ejercicio aeróbico porque el pulmón no me da. O sea, con que camine un poco todos los días es suficiente. Ellos a los pacientes post Covid no les exigen que hagan actividad aeróbica», relató a Télam.

Y concluyó: «Yo era una de las que subestimaba mucho al Covid-19 en jóvenes, pensaba que el día que me tocara a mí seguramente iba a ser asintomática o muy leve, hasta ese entonces no había conocido a nadie de mi entorno que hubiese estado tan mal. Nunca imaginé que podría llegar a estar tan mal».

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