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Por qué Miguel Lifschitz nunca perdió una elección

La primera vez que fue candidato, en Rosario ni siquiera sabían pronunciar su apellido. Con 45 años de carrera, Lifschitz fue dos veces intendente, gobernador de Santa Fe, senador y diputado provincial. Supo construir alianzas en los barrios, las fuerzas productivas, y el progresismo nacional

Por Sebastián Ortega y Lila Siegrist/Revista Anfibia

La primera vez que fue candidato, en Rosario ni siquiera sabían pronunciar su apellido. Con 45 años de carrera, Miguel Lifschitz fue dos veces intendente, gobernador de Santa Fe, senador y diputado provincial. Pragmático, supo construir alianzas en los barrios, con las fuerzas productivas, la burguesía local y el progresismo nacional. Generó políticas pioneras vinculadas a la diversidad sexual, defendió la producción estatal de misoprostol y el cannabis medicinal. Desde su nuevo rol en la Legislatura provincial, trabajaba para “recuperar la provincia” en las elecciones de 2023.

Al día siguiente de las elecciones primarias para la gobernación de Santa Fe, Miguel Lifschitz se cruzó a su principal rival en un estudio de televisión de Rosario. El humorista Miguel del Sel estaba exultante: acababa de dar el batacazo en las internas abiertas con más de 18 mil votos por encima del candidato oficialista y dos veces intendente de Rosario.

“Te felicito, me ganaste bien” le dijo Lifschitz a Del Sel. -Pero te vamos a dar pelea hasta el final-.

El socialista sacó cuentas y reunió a su equipo de trabajo. El cálculo matemático era tan preciso como improbable: si conquistaban casi todos los votos del radical Mario Barletta -su rival en las internas- y si el candidato del peronismo, Omar Perotti, crecía en las encuestas e impedía que Del Sel sumara nuevos votos, tenían una chance. A menos de 24 horas de aquella derrota inesperada, la propuesta sonaba más a utopía que a posibilidad.

Dos semanas después, Lifschitz volvió a cruzarse con su rival. Esta vez en Buenos Aires, en los estudios de TN. La cancha estaba inclinada a favor del ex Midachi: el eje del debate era el narcotráfico, el talón de Aquiles de los gobiernos socialistas, en un canal afín al candidato del macrismo.

Quienes lo acompañaron a lo largo de sus 45 años de carrera política cuentan que una de sus principales virtudes era la capacidad de mantener calma aún en los momentos de tormenta. “Siempre asumió las situaciones difíciles con mucha fortaleza”, recuerda Gustavo Leone, colaborador cercano y funcionario de confianza. “Tenía una gran capacidad para anticipar escenarios futuros: en las crisis, cuando todos nos desesperábamos, él mantenía la calma. Absorbía la presión y salía con una respuesta”, dice su jefe de prensa, Facundo De Michele, quien lo acompañó en los últimos siete años.

Aquella noche en los estudios de TN se vio a un candidato dispuesto a pelear hasta el final. Lifschitz escuchó las críticas de su rival en silencio y respondió a los embates con propuestas. “Le metió nafta a la militancia”, recuerda De Michele. La aparición en TV fue un shot de adrenalina en las venas de la militancia alicaída por la derrota y un equipo que venía sintiendo el desgaste de la campaña.

“Este es el camino. Vamos a ganar” le dijo a su equipo mientras volvían en auto por la 9 de Julio, a la altura del Obelisco.

Durante dos meses, recorrieron la provincia en jornadas que comenzaban a las seis de la mañana hasta entrada la madrugada. El 14 de junio de 2015, Lifschitz ganó las elecciones generales a gobernador de Santa Fe por apenas 1.776 votos. El plan había funcionado a la perfección.

En 2003, cuando Hermes Binner lo eligió como sucesor para la intendencia de Rosario, Lifschitz ya había ocupado diversos cargos en la gestión municipal: director General del Servicio Público de la Vivienda, secretario General de la Municipalidad y de Servicios Públicos y coordinador de gabinete. Pero seguía siendo un desconocido para la mayoría de rosarinos y rosarinas. “Ni siquiera sabían pronunciar su apellido”, recuerda Leone. Lifschitz: siete consonantes y apenas dos “i”.

El nuevo candidato tenía un claro perfil técnico: ingeniero civil, con experiencia en las áreas centrales del ejecutivo municipal. Con el respaldo del médico rafaelino, quien en aquel año se lanzó por primera vez a la gobernación, Lifschitz ganó la elección por apenas 5 mil votos.

El día de la asunción, un grupo de periodistas le preguntó al flamante intendente por el pedido de reunión que le había hecho la organización LGBTI Vox.

“Los voy a recibir”, confirmó.

Los periodistas insistieron. Querían saber su postura respecto al proyecto de unión civil para parejas del mismo sexo que un integrante de su partido había presentado en la Legislatura provincial.

“Estoy a favor”, respondió

“Al otro día fue tapa de todos los diarios. Nunca un intendente nos había recibido”, cuenta Esteban Paulón, integrante de Vox y referente del colectivo LGBTI. Tres años después, Lifschitz creó la primera Subsecretaría de Diversidad Sexual del país y designó a Paulón al frente del área.

Como intendente, Lifschitz inauguró su gestión con un gabinete con paridad de género: cinco secretarias y cinco secretarios.

En noviembre de 2004 se convirtió en el anfitrión del III Congreso Internacional de la Lengua Española, ofreciendo una ceremonia de apertura memorable en la voz de Roberto Fontanarrosa: se lo vio feliz y riendo en público.

La nueva gestión socialista marcó una clara continuidad con el camino iniciado por Binner ocho años antes. Entre los hitos de su paso por la intendencia, sus colaboradores destacan la ejecución de obras de salud pública, la creación del Polo Tecnológico Rosario, la inauguración del Museo de la Memoria en la ex sede del Comando del II Cuerpo del Ejército, la creación de dos Centros Municipales de Distrito que profundizaron el proyecto de descentralización municipal, la remodelación de los principales accesos a la ciudad y la renovación de la costa central, que permitió el acceso a rosarinos y rosarinas al río Paraná.

A la par del desarrollo de su plan de gobierno, Lifschitz puso en marcha una fuerte militancia territorial en los barrios. “Había ganado las elecciones por muy poco, tenía que validarse con la gente”, cuenta Verónica Irízar, integrante del gabinete y colaboradora cercana.

Cuatro años después, cuando fue por la reelección, ganó por más de 134 mil votos con el segundo, el ex intendente Cavallero. Las vecinas y los vecinos en los barrios le habían dado su confianza.

En 2009 presentó el “Plan Rosario Metropolitana. Estrategias 2018”, que exponía los nuevos desafíos para la ciudad y la región en década siguiente: el acceso a las tecnologías de la información y la comunicación, el desarrollo de energías alternativas, la promoción del conocimiento y la biotecnología, la movilidad urbana y la conectividad regional, y la articulación de la planificación pública con la inversión privada como herramienta para la inclusión y el desarrollo urbano.

Lifschitz siempre fue un político pragmático que supo construir alianzas y cosechar adhesiones en un amplio espectro político e ideológico: respetado en los barrios e intendente predilecto de la burguesía local y la Fundación Libertad, la usina de ideas de la derecha liberal santafesina.

En 2011, último año de su segundo mandato, y con un alto nivel de imagen positiva, Lifschitz estaba convencido de que era el candidato natural del socialismo para la gobernación. “Venía trabajando muy fuerte y tenía grandes expectativas”, cuenta Gustavo Leone. Pero Binner, que ocho años antes lo había ungido como su sucesor, esta vez eligió a Antonio Bonfatti, su ministro de Gobierno y compañero de militancia universitaria en Medicina.

Los colaboradores más cercanos, con los que solía juntarse a comer, intentaron convencerlo de que fuera por un tercer mandato al frente de la intendencia: era el único capaz de garantizar la victoria, decían.

“Hay que renovar”, repetía él.

La mayoría de las veces el anfitrión de esas cenas, que combinaban amistad y discusión política, era Jorge Elder, el mejor cocinero del grupo. “Una noche le hicimos una emboscada”, recuerda Verónica Irízar. Elder preparó un cordero y el resto del equipo armó un discurso para convencer a Lifschitz. Él descubrió la maniobra: terminó de comer el cordero, inventó una excusa y se fue.

Algunas semanas después, la llamó a la entonces diputada nacional Mónica Fein, habitúe de las cenas en lo de Elder, y le pidió que la acompañara en un viaje a Reconquista. En el asiento de atrás, Fein se sorprendió con la propuesta.

“Me parece que la candidata tenés que ser vos”

Le explicó que Binner y Bonfatti estaban de acuerdo. Le habló de renovación y de la importancia de que las mujeres ocupen lugares relevantes en la política. Esa noche, Fein reunió a su familia y les contó la noticia. Nueve meses después, el 10 de diciembre de 2011, se convertiría en la primera intendenta mujer de la historia de Rosario.

Fuera de la carrera para la gobernación, Lifschitz aceptó encabezar la lista de senadores provinciales por el departamento Rosario. El electorado lo volvió a respaldar: ganó con el 56,36 por ciento de los votos.

En los cuatro años siguientes, desde su rol legislativo, y siendo uno de los principales referentes del partido gobernante, recorrió la provincia “pegando varias vueltas al mapa completo de Santa Fe”, como se dice en la jerga de campaña.

Según un viejo peronista desarrollista, lo veían moverse y ya sabían que no tenían modo de alcanzarlo. Se juntaba con todos, escuchaba a todos. A pesar de eso, no fue fácil ganar las elecciones: el humorista Miguel del Sel, que no había ocupado un cargo político en toda su vida, estuvo a menos de 2 mil votos de arrebatarle la gobernación.

La inseguridad, el aumento de la violencia narco y la corrupción policial fueron el talón de Aquiles de las tres gestiones socialistas en la provincia. Entre 2009 y 2013 -el año más violento- los homicidios en Rosario se duplicaron y alcanzó una tasa de 21.8 crímenes cada cien mil habitantes. Las noticias de los crímenes narco y la corrupción policial llegaron a las tapas de los diarios de todo el país, y bandas como Los Monos se convirtieron en personajes centrales de los noticieros nacionales.

Lifschitz llevaba apenas menos de un año como gobernador cuando le tocó afrontar la crisis más grave: cientos de personas se convocaron frente a la sede de la Gobernación en Rosario para reclamar por el crecimiento de la violencia y la inseguridad. “Rosario sangra” decían las pancartas.

Las postales de la marcha trascendieron el impacto local. Una vez más, como desde hacía cuatro años, la ciudad era noticia en todo el país por la violencia. Pero ahora el contexto político nacional había cambiado: Mauricio Macri estaba en la presidencia y su ministra estrella, Patricia Bullrich, hacía gala de un discurso basado en el punitivismo y el combate al narcotráfico que prendía fuerte en la provincia.

Lifschitz recibió ataques desde varios frentes y respondió con una conferencia de prensa en la que anunció mejoras en la seguridad, mayor infraestructura para el Ministerio Público de la Acusación y reclamó ayuda al gobierno nacional. La aparición pública le permitió descomprimir las discusiones por el desembarco de fuerzas federales en la ciudad.

Aunque las tasas de violencia mejoraron levemente, los reclamos por mayor seguridad lo acorralaron a lo largo de todo su mandato.

El tipo está parado en el cruce de ingreso a Gregoria Pérez de Denis y Santa Margarita, en el límite noroeste de Santa Fe, a 461 km al norte de la capital provincial. Es el mediodía del 19 de diciembre de 2016 y hace calor. Viste una camisa celeste con vivos blancos, desabrochada en 3 botones, camina firme con la punta de los zapatos para adentro y, el tipo, el gobernador, no se queja.

Puede tener sed, puede tener sueño, pero está concentrado en el presente. Antes de cada visita en la que se inaugura una obra de infraestructura, supervisa el circuito completo. Cuando quiere descansar, se pone las manos en los bolsillos y hace silencio, toma ímpetu por unos segundos, y arremete.

Al día siguiente, en el Diario El Ciudadano, el gobernador dijo que “el desarrollo del norte santafesino es una política de Estado que compromete a todos los gobiernos y a todas las legislaturas de aquí en adelante” y anunció que los funcionarios provinciales continuarán con sus visitas a los departamentos del norte “porque queremos estar cerca del trabajo, de la producción y de todos los santafesinos”. Más tarde, ese mismo día, viajó a Gato Colorado para inaugurar una planta industrial.

Al asumir, Lifschitz se había planteado un objetivo: ser el primer gobernador en visitar las 365 localidades de la provincia. En su maletín llevaba las decenas de invitaciones que recibía para participar en fiestas municipales, inauguraciones, reuniones partidarias. Durante los viajes en auto seleccionaba los eventos en los que iba a participar y escribía textos de agradecimiento para los demás.

El auto era una extensión de su despacho: contestaba mails, enviaba whatsapp, llamaba a sus funcionarios, atendía a periodistas y anotaba listas de pendientes que iba tachando a lo largo del día. Cuando no tenía señal en el celular aprovechaba para descansar. Siestas de veinte, treinta minutos, que le permitían llegar al próximo destino. Clara, su compañera y esposa, se hacía espacio en su agenda para caminar juntos.

“Cuando llegábamos temprano a algún pueblo le gustaba ir a un café. Le gustaba llegar y saludar a la gente”, comentó su compañera.

Sus colaboradores se acostumbraron a ese ritmo: jornadas maratónicas que arrancaban a las 6 y terminaban cerca la medianoche después de alguna cena de trabajo con funcionarios y funcionarias, empresarios, militantes o periodistas. Uno de sus lugares preferidos era el Quincho de Chiquito, en la ciudad de Santa Fe, donde solía pedir boga, dorado o milanesas de surubí. Algunas noches, cuando no había reuniones programadas, con el pequeño equipo que lo acompañaba a todos lados, terminaban haciendo un asado en su casa.

Sus equipos de trabajo eran brazos ejecutores. Años de construcción conjunta con la mirada de una saeta. Para poder seguirle el paso, tenían un acuerdo: durante la semana lo acompañaban todos; los fines de semanas se turnaban. “Él no, era un tipo que laburaba todo el día, de lunes a lunes”, recuerda un integrante del equipo.

Una tarde de mayo de 2017, al volver a su casa de un almuerzo con el ex presidente uruguayo Pepe Mujica en Santa Fe, Lifschitz se cayó y se lastimó el tobillo. Una semana después, durante un acto en un pueblito del departamento, uno de sus colaboradores notó algunas muecas de dolor en su cara y lo convenció de ir a un hospital: los médicos descubrieron que se había cortado el tendón de Aquiles. Unos días más tarde lo operaron.

La provincia de Santa Fe brinda misoprostol desde 2012, desde la gobernación de Antonio Bonfatti, de forma gratuita para la práctica de la Interrupción Legal del Embarazo (ILE) en sus centros de salud públicos. Durante su gestión como gobernador Lifschitz dio algunas señales al progresismo nacional: defendió la producción estatal de misoprostol y el cannabis medicinal. En mayo de 2018 Santa Fe se convirtió en el primer Estado de América Latina en entregar una reparación histórica a una mujer trans sobreviviente de la dictadura. Una de las últimas leyes que promulgó fue la ley que garantiza el cupo trans en los tres poderes del Estado.

Lifschitz nunca perdió una elección. Ni siquiera lo arrastró la catastrófica derrota de 2019. Ese año el peronista Omar Perotti puso fin a tres mandatos del Frente Progresista Cívico y Social en Santa Fe. En Rosario la ex secretaria de Hacienda Verónica Irízar, precandidata del socialismo para la intendencia, perdió las internas. La ciudad que había gobernado el socialismo durante tres décadas, quedó en manos del radical Pablo Javkin. La lista a diputados provinciales que encabezaba Miguel Lifschitz ganó con el 41,17 por ciento de los votos.

Desde su nuevo rol en la Legislatura provincial, empezó a trabajar con la mira puesta en las elecciones nacionales de 2021, y la idea de recuperar la provincia en 2023. Un puntal importante de ese proyecto fue la renovación de autoridades del Comité Ejecutivo Nacional del Partido Socialista. Lifschitz apadrinó la lista que encabezó Mónica Fein.

El jueves 15 de abril Lifschitz hizo su último gran discurso político de cara a las elecciones partidarias en una conferencia virtual con la militancia. Hacía cinco días que había comenzado con los primeros síntomas de Covid.

“Hasta la victoria siempre”, cerró.

Era un guiño claro hacia los cientos de jóvenes que debían votar tres días después. “El virus lo convirtió en revolucionario”, rieron los más experimentados.

El domingo 18 de abril la lista que encabezó Fein ganó con más del 53 por ciento de los votos. Esa noche se sumó al Zoom de celebración. Hizo un discurso breve de agradecimiento, interrumpido varias veces por la tos. Al día siguiente lo internaron en el Sanatorio Parque de Rosario. A los pocos días fue derivado a la unidad de terapia intensiva.

Durante las semanas en las que estuvo internado, los saludos y deseos de recuperación trascendieron la grey militante partidaria para incorporar mensajes de sectores del mundo del trabajo, del sindicalismo, de colectivos de mujeres y de disidencias, de la sociedad civil y de otros espacios políticos. El lema “Fuerza Miguel” se apoderó de la política santafesina y de la ciudadanía entónces, tanto propios como adversarios, se abrazaron al deseo esperanzador de que recupere su salud. Desde el domingo por la noche el patio solariego de la Biblioteca Argentina ofició de espacio para despedirlo públicamente.

Para Pablo Javkin, Lifschitz logró lo más difícil en política: “ganarse el respeto de sus adversarios”.

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