Humberto Zambon (*)
Este año se cumple el 85º aniversario de la publicación de la “Teoría General de la Ocupación, el Interés y el Dinero”, de John Maynard Keynes. Conocida simplemente como “La Teoría General”, conserva, a pesar del tiempo transcurrido, una gran actualidad e influencia en la política económica mundial. La idea principal que aporta el libro es que el capitalismo maduro tiene como característica el haber dejado de ser el motor de acumular capital productivo, como era en su primera etapa histórica, para pasar a manifestar la insuficiencia de la demanda para mantener la ocupación laboral y el crecimiento económico; fue un cambio radical de enfoque en la economía, tanto por su significado como por sus efectos, razón por la que ha sido comparada a la “Revolución Copernicana” en la astronomía. La concepción keynesiana cambió la óptica de la teoría y de la política económica, y volvió a dar al Estado un rol fundamental similar al que tenía en el origen del capitalismo, con el mercantilismo.
Gran parte del libro lo ocupa una feroz crítica a la teoría ortodoxa, esa que actualmente fundamenta al neoliberalismo, y que en su época era prácticamente la única existente a nivel académico, en una especie de “arreglo de cuentas” y de autocrítica a la vez, ya que su fama como economista provenía, precisamente, de enseñarla en la universidad, en la prestigiosa cátedra que había heredado de Alfred Marshall, uno de los “popes” de la ortodoxia durante las primeras décadas del siglo. Para él esa teoría había sido concebida y resultaba útil para explicar la realidad de un período histórico que había concluido, “razón por la cual sus enseñanzas (lo que hoy llamamos neoliberalismo) engañan y son desastrosas si intentamos aplicarlas a los hechos reales”, dice en la Teoría General.
Vamos a detenernos en sólo uno de los puntos de su teoría, que contradice al sentido común, y que más polémicas ha desatado: el tema del ahorro (entendido como la parte del ingreso que no se consume) y de la inversión. Nadie duda que ambos están relacionados pero, para la ortodoxia, el ahorro es fundamental en la relación causal: su magnitud determina el nivel de la inversión; por eso la receta neoliberal aconseja tanto el ajuste del gasto público como disminuir impuestos al capital, para generar ahorros que se convertirán en inversiones productivas y que producirían el “derrame” de riquezas en beneficio de toda la sociedad. Para Keynes la relación es la inversa: es el nivel del gasto el que determina al ahorro y a la inversión productiva.
En la sociedad capitalista podemos suponer que los trabajadores (en actividad o jubilados) gastan todo su ingreso en el consumo, mientras que los capitalistas gastan una parte en consumo y el resto queda disponible. El funcionamiento correcto del sistema implicaría que el total disponible se lo destine a la inversión real, como ocurría al principio del capitalismo, cuando la austeridad puritana reducía el consumo para dedicar más recursos a la acumulación productiva a fin de incrementar la riqueza personal, cuyo monto indicaba la posición social del poseedor. En el capitalismo actual, el capitalista invierte productivamente sus excedentes sólo si está seguro de contar con demanda solvente para colocar el aumento de producción que resulte de la misma; de lo contrario puede atesorarlo, dedicarlo a especulación financiera o, lo habitual, convertirlo en dólares depositados en un paraíso fiscal.
Vamos a un ejemplo esquemático y muy simple pero que sirve para aclarar ideas: sea el consumo de una sociedad de 80 y una inversión de 20 lo que da un producto bruto (o ingreso) de 100:
(Consumo) 80 + (Inversión) 20 = (Producto = Ingreso) 100
El ahorro realizado, como es ingreso menos consumo, es también de 20, siempre igual a la inversión.
Supongamos ahora que, en lugar de invertir 20 los capitalistas deciden reducir la misma a 10, enviando, por ejemplo, vía Panamá, los otros 10 “ahorrados” al extranjero. Las cuentas ahora serán:
(Consumo) 80 + (Inversión) 10 = (Ingreso) 90
Baja la demanda global de 100 a 90, queda producción sin vender, disminuye aún más la inversión, cierran empresas y aumenta la desocupación; bajan los ingresos, lo que lleva a una disminución del consumo y a otra baja del producto: es el proceso recesivo que tan bien conocemos.
¿Cómo solucionarlo? Según Keynes, el gasto del Estado debe recomponer la demanda global para que la inversión productiva de los empresarios vuelva a ser redituable y se genere el proceso circular del capitalismo. El gasto del Estado debe reemplazar a la insuficiencia de gasto del sector empresario.
Por ejemplo, nuestro país viene de la fuerte recesión generada por la política neoliberal de Macri, con destrucción de la industria y aumento de la desocupación y de la pobreza, para pasar un año largo de crisis por la pandemia del coronavirus, que afectó a toda la economía mundial. Para recomponer la situación, la política actual, que sigue los lineamientos keynesianos, parece la acertada: aumentar el gasto del Estado, tanto en subsidios directos a los sectores de menor ingreso, que lo gastarán inmediatamente en consumo, como en obras públicas, especialmente en la construcción, que tiene poco insumo importado y un elevado efecto multiplicador en la economía. Complementada con un incremento de los ingresos de los asalariados, con aumento del salario mínimo y de los salarios de convenio, montos que se volcarán al consumo; el objetivo es recomponer la demanda global que ponga en funcionamiento a la rueda productiva,.
Como se puede ver, Keynes no plantea la sustitución de la economía capitalista sino sólo su reforma, para tratar de solucionar los problemas que trae su madurez. A pesar de ello y de los 85 años transcurridos con toda la evidencia histórica acumulada en estos años, las ideas de Keynes no terminan de ser totalmente reconocidas y continúan generando resistencias. Claro, podrá decir usted que las de Copérnico necesitaron más tiempo para ser universalmente aceptadas. Es que las nuevas ideas, cuando tocan importantes intereses (religiosos e ideológicos en el caso de Copérnico; económicos y políticos en el de Keynes) encuentran múltiples obstáculos para imponerse.
(*) Doctor en economía. Ex decano de la Facultad de Economía y Administración de la Universidad Nacional del Comahue y ex vicerrector de la Unco. De vaconfirma.com.ar