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«Ecocidio es una palabra fuerte, pero la forma de hacer ruido es con una palabra fuerte”

Analía Nanni es bióloga e investigadora y hace más de una década que hace trabajo de campo en el Bajo Delta. Y su área son los artópodos: desde allí cuenta cómo afectaron las quemas en el Humedal, desde el punto de vista de los "bichos", también devastados por el fuego, y claves para la recuperación

El próximo miércoles 11 de agosto, la Multisectorial por los Humedales saldrá remando en la primera movilización naval entre Rosario y Buenos Aires: el objetivo es reclamar, en la sede del poder central, el tratamiento y la aprobación de la ley que proteja todos los reservorios de biodiversidad del país, entre ellos, claro está, el Alto Delta y el Bajo Delta, devastados por una epidemia de fuego intencional durante todo el año pasado. De norte a sur, pero especialmente en la provincia de Entre Ríos, las islas, el vergel de la Mesopotamia, tienen 400 mil hectáreas menos, 22 veces y media la superficie de Rosario: fueron sistemáticamente reducidas a cenizas. Las quemas afectaron severamente, sino directamente exterminaron, vegetación nativa, mamíferos, aves, insectos y hasta peces. “No tengo recuerdo de una quema tan grande. Éste es como el segundo gran evento, y asociado a esta bajante extrema”, dice Analía Nanni, doctora en ciencias biológicas egresada de la Universidad de Buenos Aires. Y ella hace más de una década que viene haciendo trabajo de campo en el Delta del Paraná.

Especializada en insectos, y focalizada en artrópodos, el conjunto más extenso del reino animal, Nanni hace docencia e investigación en la Universidad Nacional de San Martín, dentro del Instituto de Investigación e Ingeniería Ambiental y, allí, en el Laboratorio de Biodiversidad, Limnología y Biología de la Conservación. El Ciudadano la contactó después de que, de un día para otro, se multiplicaran las imágenes en redes sociales de miles y miles de pequeñas “mosquitas negras” en balcones, patios y jardines rosarinos. No se trataba de los famosos “bichitos del amor”, confirmó a este diario, sino de un insecto más cercano, aunque ajeno: un habitante de las islas, no de la ciudad. Pero las islas se estaban quemando, y la bióloga consideró como una “hipótesis válida” que la aparición de dilophus pectoralis, tal su nombre científico, tuviera que ver con que huyeron y buscaron refugio y alimento en la ciudad. Acaso como muchas otras especies, que lograron sobrevivir permaneciendo a salvo de la vista de las personas, si es que no perecieron. Sobre: sobre unas y otras, pero más sobre los “bichos” en general, la investigadora respondió todas las dudas con paciencia, y ciencia.

“Con la cantidad de hectáreas que se han quemado, va a haber un montón de insectos, de fauna, a la que le falten recursos alimenticios y de refugio. Entonces es absolutamente lógico que los que pudieron sobrevivir a las quemas busquen recursos en zonas aledañas y aparezcan en otros sitios. Por ejemplo, esto que se vio en Rosario”, desanda la investigadora. Y explica que la cantidad que se vieron no era tal cosa, y menos una invasión: “Se menciona que había muchos, pero hay que pensar que en un campo donde está toda la disponibilidad de flores que pueden encontrar, están dispersas. No es lo mismo en una maceta, entonces la abundancia que se ve es una concentración, porque la cantidad de alimento que hay es menor. También hay una alta competencia entre los individuos, entonces en lugares más chicos se ve mayor abundancia”.

“Me acuerdo de los incendios de 2008, y se veían en Campana o en Escobar ciervos de los pantanos, carpinchos y otras especies. En las calles, en los parques, intentando buscar refugio”, lamenta.

—¿Hay una idea de cuántas especies de insectos habitan el Delta?

—Lo que muestreamos en el Bajo Delta fueron comunidades de artrópodos en campos ganaderos. Hicimos un muestreo sistemático de dos años de duración: un muestreo se puede hacer, por ejemplo, tomando todas las especies voladoras, o las especies que sólo andan en el suelo. Habíamos puesto trampas para los que están en el suelo y había 78 familias. Y dentro de casa familia puede haber tanto o más de especies, es decir, es una diversidad enorme. En la familia de las cucarachas, por ejemplo, había, fácil, cinco o seis especies. En los coleópteros, que son los escarabajos, yo trabajo particularmente con dos familias, y de esas dos familias (carábidos) había 35 especies. Y de la familia de los afodidos había 10 especies. Es casi imposible imaginar un número, es muy grande la diversidad que hay.

—Frente a un incendio, ¿las especies voladoras tienen más chances de sobrevivir que las especies de tierra?

—Exactamente. Pero no todas. El grupo que puede volar es el de los insectos. Si hablamos de los artrópodos (arañas, escorpiones, crustáceos o miriápodos, que son los ciempiés) no tienen alas, con lo cual la dispersión es mucho más lenta. Y dentro del grupo de los que tienen, están los que son mucho más especializados, como los mosquitos, las moscas, que pueden recorrer distancias más largas y en vuelos más continuos. Pero también están los abejorros y los escarabajos, que tienen alas, pero son para distancias cortas: pesan mucho y no pueden recorrer largas distancias. Y hay escarabajos en el Delta que están acostumbrados a nadar, porque son zonas inundables, y pueden recorrer distancias, no enormes, en el agua; pueden cruzar un arroyo, por ejemplo. Pero también hay otro factor: se piensa en el fuego, pero se olvida del humo. Y ése es un factor de confusión: los desubica. Todos los sensores que tienen, las funciones de antenas, patas, ocelos (que son como ojos simples que los ayudan a distinguir luces, sombras, distancias) los afecta el humo. Todos están afectados, los que están en el suelo tienen menos posibilidades de escapar; los que pueden llegar a nadar quizás pudieron dispersarse, y los voladores que son los que tuvieron mayores ventajas, tuvieron que lidiar con el humo.

—¿Los daños del fuego son irreversibles?

—Los humedales son ecosistemas muy resilientes, se recuperan de una crecida, de una inundación, y hay momentos de sequía en los que se puede llegar a prender fuego, pero es un fuego que dura poco tiempo y enseguida una nueva crecida inunda los campos por desborde de canales y hay una recuperación. Naturalmente hay ciclos de incendios, sequías y desborde de aguas. El tema es que estos lugares ya están más que intervenidos, entonces el ciclo natural no se cumple. Y menos con quemas que son intencionales. Se piensa en una superficie espacial de un montón de hectáreas, pero también tiene que ver el tiempo en que esos focos de calor estuvieron prendidos, porque cuando más tiempo están no sólo se quema lo aéreo sino también el suelo. Y cuanto más tiempo el fuego estuvo prendido, a más profundidad llegó el calor, y ahí afectó todo, artrópodos, bacterias, hongos que se ocupan de todo el ciclado de nutrientes, de que los suelos sean fértiles… Se queman las raíces de las plantas, con lo cual recuperar el sistema lleva mucho más tiempo.

—¿Cómo funcionan los procesos de recuperación?

—Los artrópodos en general y los insectos en particular tienden a colonizar nuevos sitios rápidamente. Los insectos colonizan rápido porque tienen una capacidad de descendencia alta: llega una hembra con huevos y, tras la postura, el crecimiento poblacional es muy rápido. También llegan bacterias, llegan hongos, los suelos se van preparando, porque los que son detritívoros empiezan a descomponer la materia orgánica. Carbono, nitrógeno, fósforo empiezan a enriquecer el suelo, y eso da lugar a que por ejemplo se recuperen los musgos, y con ellos los helechos, y el suelo se va preparando. Lleva años, pero todo se va recuperando hasta que puedan llegar propágulos de las especies vegetales. Incluso muchos de los escarabajos son fosoriales: cavan galerías, y los que se alimentan de semillas, acopian, es decir, las guardan para temporadas desfavorables en galerías debajo del suelo. Y esas semillas, las que no son consumidas, son las que después tienen la posibilidad de germinar, y así es como se va recomponiendo todo. Ahora mismo, las semillas a las que el fuego no les llegó y tienen las condiciones aptas, y posiblemente germinen. Además si el campo se inunda, llegan sedimentos del río y esos sedimentos también son nutrientes que favorecen a la resiliencia del ecosistema para que vuelva a ser lo que era. El problema que hay es cuando la intención es otra y el objetivo no es que se recupere el ecosistema sino, por ejemplo, plantar algún monocultivo.

—Eso actúa como un bloqueo a la recuperación…

—El punto es: ¿por qué queman? Y queman justamente porque el ecosistema se logra recuperar, y el suelo se prepara para poder ser fértil nuevamente. Y justamente lo que aprovechan es este momento, ese empuje de la naturaleza, para su propio beneficio. Lo que hacen es empezar a tirar productos químicos que suprimen la vegetación nativa o natural, evitan que crezca y solamente crece el cultivo resistente que quieren. Y, obviamente, la pérdida de diversidad es enorme, porque no es lo mismo tener hectáreas plantadas por una única especie que tener la flora que se tendría en un ecosistema natural. Y pensando también en otro tipo de producciones, por ejemplo la producción apícola se va a ver perjudicada. Y esos campos, además, no dejan de estar en un sistema de humedal: son inundables, a menos que los endiquen. Y si lo hacen, ese campo deja de ser la esponja natural que debería ser. Deja de ingresar agua, y el agua se va a otro lado, seguramente a los campos vecinos, que a su vez van a tardar mucho más tiempo en drenarla e ingresar, por ejemplo, el ganado.

—¿Eso genera que abejas, avispas, otros insectos se vayan hacia las poblaciones costeras?

—No todas las especies son sinantrópicas, esto es que vivan en lugares poblados, urbanos o periurbanos. Hay algunas especies que no van a aparecer porque no va a ser el ambiente que elijan, van a ir a otros campos. Pero también hay algunas que sí, y probablemente se vean otro tipo de especies en las ciudades.

—¿Representan riesgo para las personas?

—A priori diría que no. No puedo decir que conozco a todas las especies del Delta, pero no creo que por el desplazamiento para buscar un nuevo refugio o una nueva fuente de alimento haya un peligro. A lo sumo están de paso, y van a intentar volver a su ambiente natural en cuanto puedan; y si no, buscarán otros. No van a elegir instalarse en un lugar superpoblado.

—¿Las quemas han puesto a alguna especie en riesgo?

—Hay especies sobre la que todos los registros que hay están asociados a zonas costeras, a zonas de humedal. Son especies bien endémicas y son las primeras afectadas: las que tienen un nicho restringido. Posiblemente no se hayan desplazado y les cuesta mucho encontrar otro ambiente distinto al que están adaptadas. Entonces no encuentran refugio, recursos, ni alimento, y seguramente estén destinadas a tener una importante disminución poblacional.

 

En foco

Analía Nanni trabaja en distintos proyectos, como control biológico de plagas forestales y en el impacto de “contaminantes emergentes” sobre las comunidades de artrópodos en la región del Delta. “Ambas líneas con el objetivo principal de generar herramientas para un manejo adecuado y sostenible de la región, reduciendo el uso de plaguicidas por un lado y generando programas de monitoreo ambiental por el otro”, explica. Su trabajo de campo comenzó en Villa Paranacito y la llevó también a Ibicuy y en Zárate-Campana. Su investigación sobre control biológico de plagas forestales se explica en el objetivo de reducir el uso de insecticidas dentro de las plantaciones: “Porque no ataca sólo a la plaga sino a las que son especies no blanco. Se trata de buscar alternativas para el manejo integrado de plagas, que haya distintos recursos para usar, y que no se abuse de ninguno, ni del insecticida ni del control biológico”, explica. Y añade que ése sería el “manejo responsable” de “lo que se llama contaminantes emergentes”, ya que “todos los productos químicos que se utilizan en las plantas o en animales terminan en el suelo”.

Con las demás investigadoras e investigadores elaboraron un libro sobre “lineamientos para una ganadería sustentable en el Delta”, con recomendaciones de “usos del suelo amigables con el ambiente”. Y aclara que trabajan con productores agropecuarios: la iniciativa se llama “Proyecto Corredor Azul”. Y sorprende: “Algunos productores están evaluando cómo incorporar al búfalo, que es más amigable con el humedal”.

 

Que sea ley

“Me parece también que puede ser un poco fuerte la palabra, pero entiendo también lo importante de hacerlo visible y que esté en la agenda política, en la agenda pública y que se empiece a hablar en los medios de comunicación. Es una palabra fuerte, pero la forma de hacer ruido es con una palabra fuerte”, reflexiona la bióloga sobre la identificación de lo que ocurre en el Humedal por la acción humana, que la Multisectorial y muchos otros colectivos ambientales sintetizaron con el término “ecocidio”.

Y ante ello no duda: “Tiene que salir una ley que reglamente no sólo el Delta (porque la Argentina tienen muchísimos tipos de humedales para preservar) y hay que hacer que se cumpla. De hecho en Entre Ríos existe la ley contra las quemas, y sin embargo pasó lo que pasó”. Nanni lo relaciona con “el avance de la frontera agrícola hacia zonas que no son aptas para cultivo” y que por ello “con un fin netamente económico”, se reemplaza el ecosistema natural por otro. “Y afectando incluso a las poblaciones locales sin importar nada”, concluye.

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