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Viaje en el tiempo a las callejuelas de la medina de Fez

Por Silvina Tamous (desde Marruecos)

Caminar por la medina, el viejo casco de la ciudad de Fez es un viaje a la Edad Media. Sólo los que viven en ella son capaces de no perderse entre las casi mil calles que le dan vida, donde se mezclan los colores, los sabores y los aromas. El viaje empieza por cualquiera de las siete puertas que se esconden detrás de una muralla de 15 kilómetros. Allí vive el Islam, la historia, y los miles de artesanos que siguen elaborando sus productos de la misma manera que lo hacían cientos de años atrás. Es imposible conocer la medina sin una clase de historia que surge de los labios de un guía que trata de destacar que la religión, el Islam, está lejos de la propaganda fundamentalista que nos llega al Occidente. Y lo primero que relata es la llegada de los judíos expulsados de España, que en la actualidad son más de cinco mil y que conviven sin problemas con el resto de los ciudadanos marroquíes, a quienes la ley les equipara los derechos. Del viejo barrio judío, donde se asentaron los primeros en llegar a Marruecos, sólo queda el nombre, ya que la mayoría ya no vive allí sino que se ha mezclado en la zona nueva de Fez, lejana a la medina.

Tonos

Pero al caminar por las calles de Fez, donde es imposible no perderse, lo primero que asoma son los colores. Las largas chilabas que visten hombres y mujeres son coloridas. No todas las mujeres usan velos para cubrir sus cabellos. Sin embargo algunas costumbres sobreviven intactas. Una joven vestida con una chilaba violeta, pañuelo y zapatos al tono, parece apurar el paso ante el acoso de un muchacho de la misma edad. Luego, cuando la calle se achica y se oscurece, su paso disminuye. El guía explica que el joven la está invitando a salir y que seguramente la cita se concretará en la parte nueva de la ciudad, lejos de la mirada de los padres y los hermanos de la muchacha. Pero habrá cita. Y aclara que las mujeres de Fez son las más solicitadas, por su cultura, su apego a la religión y la capacidad para administrar una casa, trabajo exclusivo de la mujer. Luego aclara que del dinero que el marido le da a diario para comprar la comida la mujer guarda un poco, con lo que habitualmente compra oro, algo que protegerá a la familia en tiempos en los que el dinero sea escaso.

Pero eso es sólo una escena, un instante pequeño que otro explica sin que se pueda refutar demasiado. Otras escenas son irrefutables. Y esas escenas tienen que ver con los oficios. El primero que sorprende es el de alcantarillero. Es que para trabajar en la medina, la Intendencia llama a un alcantarillero, que es una persona que conoce al dedillo las alcantarillas de la medina, algo que heredó de sus antepasados y que resulta indispensable para cualquier tipo de trabajo que se realice. Un oficio cotizado, que sólo puede adquirirse de generación en generación.

Aromas

Los olores son intensos. Y también tienen que ver con los oficios. La zona de los curtidores es imponente. Los acres que se mezclan con el aire surgen de los excrementos de palomas y de la cal que utilizan para trabajar los cueros. En enormes vasijas los cueros van tomando forma hasta componer la pieza que luego se transformará en cartera, zapato, o campera. Son los mismos hombres quienes trabajan de pie en el interior de la vasija el cuero, que cada día se tiñe con un color distinto y que impregna el paisaje con un solo tono. Para poder pararse en un balcón desde donde se observa a los curtidores, es necesario ponerse en la nariz una ramita de menta, hasta que el olor impregna el cuerpo y se hace insoportable.

Luego, por una de las callecitas, se mezclan hilos que van cubriendo el paso como si fueran rieles. Son los hilos de los cactus que van armando y luego van a tomar color. Con ellos tejen en telares mantas, vestidos y pañuelos, que saltan a la vista como si se tratara de una seda un poco más gruesa y sumamente colorida.

Otra de las calles está ocupada por los afiladores de cuchillos, que trabajan con una piedra, la que mueven con un pedal. Cada uno de los barrios cuenta con un horno, donde cada familia lleva a cocinar el pan que ellos fabrican. El hombre que lo hornea conoce por la forma de la pieza a qué familia pertenece sin necesidad de separarlo.

Animales

Los burros caminan por toda la medina. Son los encargados de trasladar desde los más modernos plasmas hasta las garrafas más antiguas. También son utilizados como ambulancias, ya que tiran del carro que carga a una persona desmayada o quebrada.

En la medina los gatos proliferan, pero no hay perros. La explicación es que los perros son impuros para el Islam, y si uno de ellos roza la ropa de una persona, ésta debe quitársela antes de rezar, una actividad que realizan hasta cinco veces al día y sólo se suspende si en ese horario están trabajando, algo que ennoblece. El llamado al rezo se escucha desde cualquier parte. Es como un sonido que emerge de una vuvuzela intensa, grave, que hasta el extranjero reconoce.

Las casas (riads) de la medina de Fez están en obras. Comenzaron a adquirir un esplendor que había sido abandonado hace tiempo, ya que muchos extranjeros comenzaron a comprarlas y las transformaron en hoteles. Pero la mayoría conserva su estructura, sus azulejos y sus puertas con dos llamadores para que la mujer sepa de antemano si el que llama es un familiar al que le puede abrir, o un extraño que no es bienvenido si está sola. Si bien algunos ya abandonaron esa costumbre, los llamadores de más de doscientos años decoran las gruesas puertas de madera por las que se accede a un patio, hacia donde mira la mayoría de las habitaciones de la casa. Todo está como hace años, como si el tiempo no se hubiese filtrado en la medina. Sólo algunos detalles muestran el poder de Occidente sobre cualquier cultura. Dos nenas que caminan apuradas hacia el colegio llevan sus mochilas colgadas en la espalda. Las dos muestran la figura de una Barbie con velo, un juguete que no parece ajeno a las pequeñas, pero que fue imaginado muy lejos de las calles de la medina.

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