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Un tiro en el pie en un momento decisivo de la campaña electoral

La foto del cumpleaños en la Quinta de Olivos da cuenta de una matriz de avivadas y privilegios que influirá en el humor social. Un error no forzado del presidente, justo cuando el gobierno nacional intenta instalar la idea de que estamos dejando atrás el peor momento de la pandemia.

La discusión y los posicionamientos en torno a la foto de Alberto Fernández y Fabiola Yañez en el cumpleaños clandestino celebrado en la Quinta de Olivos deja a la vista que el debate político en la Argentina pasa más por las personas y las anécdotas que por las ideas y los proyectos.

El presidente se equivocó feo y lo sabe. Sus disculpas tardías, 13 meses después del evento, no son consecuencia de un arrepentimiento sincero, sino de la difusión de la foto. Los motivos por los cuales el hecho quedó registrado son un misterio; al presidente le caben mil y una críticas, por haber permitido el cumpleaños, por haber autorizado que se realice en Olivos y –lo que no es poco– por haberse prestado a salir en la foto. Si conocía el riesgo que suponía la difusión de esa imagen y lo soslayó, pecó de soberbio; si no lo conocía, se le puede atribuir un amateurismo impropio del cargo que ocupa. Las dos cosas son graves, pero es más grave aún la segunda.

El gobierno nacional justificó hasta el hartazgo las restricciones tomadas para mitigar los efectos de la pandemia. A casi un año y medio de la primera cuarentena, se disponía a utilizar esas medidas de cuidado como bandera de campaña. El manual de estilo diseñado por la Casa Rosada para unificar los discursos de los candidatos oficialistas sostiene que “en estas elecciones decidimos cómo queremos salir de la pandemia”, propone “retomar la idea de futuro” y enfatiza en las medidas sanitarias: “Cuidamos a la gente, su salud, su trabajo y ampliamos derechos. No podemos volver atrás”.

Desde el momento en que empezaron a analizar encuestas para definir las precandidaturas y la estrategia electoral, en el gobierno nacional notaron que la mayoría de los funcionarios que lideran las gestiones provinciales y locales tienen mejor imagen que el presidente. Alberto cargó con el costo político de las restricciones, a las que le fueron sacando el cuerpo –y cada vez más– los gobernadores del oficialismo y de la oposición.

En ese sentido, el Fabiolagate es un nuevo elemento que tira para abajo la imagen del presidente y que obligará a los gobernadores y a los precandidatos del oficialismo a ponerse la campaña al hombro, en la difícil tarea de bancar los trapos de la gestión nacional a pesar del bombardeo de la oposición, de los medios y, sobre todo, de los errores no forzados más propios de un recién llegado a la política que de un dirigente con cuatro décadas de experiencia como el presidente.

No es la primera avivada que sacude al gobierno. El escándalo de los vacunatorios VIP le costó el cargo al ex ministro de Salud Ginés González García y enturbió el proceso de vacunación cuando recién comenzaba a desplegarse. El festejo clandestino de Alberto y Fabiola en la Quinta de Olivos es otro tiro en el pie que se pega el presidente.

Las derivaciones de este nuevo escándalo son aún difíciles de mensurar. La ciudadanía está cansada de la crisis económica, hastiada de la inflación, de la falta de perspectivas, de la incertidumbre. ¿Como va a impactar la foto de Olivos sobre el voto de los indecisos? ¿Quiénes y de qué manera van a capitalizar el episodio? Esas preguntas encontrarán su respuesta en los próximos días. Dentro de cuatro domingos el país definirá en las urnas las listas para las elecciones generales y los resultados funcionarán como una encuesta masiva sobre el momento político, la situación social y la mirada que tienen los argentinos y las argentinas respecto del gobierno y de sus dirigentes.

Basta de privilegios

El cumpleaños celebrado en Olivos habla más de Alberto que de la gestión nacional. Si la estrategia definida semanas atrás por la Casa Rosada lo ponía al presidente como la principal referencia de la campaña, ahora será necesaria una serie de ajustes. Es improbable que el episodio modifique la conducta o las decisiones de los votantes oficialistas, pero es un hecho que alejará aún más a sus detractores y que difícilmente tenga un impacto neutral en el tercio de indecisos que terminará definiendo la elección. Para el gobierno es tan urgente iniciar un proceso de control de daños como reformular la estrategia y los mensajes de campaña. La gente está harta de las avivadas y de los privilegios.

Para la oposición, la foto de Olivos es maná cayendo del cielo. Un suceso ruidoso que le da letra a todos los espacios políticos, de derecha a izquierda. Sin una tercera vía potente, Juntos por el Cambio buscará sacar rédito del episodio. Un juego de suma cero porque, a cada error de Alberto, se le pueden oponer los mil y un desastres causados por el macrismo –sin pandemia de por medio–. Una de las variables a observar, ante el hartazgo creciente de la ciudadanía con la política y los partidos tradicionales, es si los recién llegados –desde Javier Milei a Carolina Losada– pueden capitalizar las consecuencias del Fabiolagate.

La politóloga María Esperanza Casullo dijo en una entrevista reciente que “hasta ahora, la sociedad no está muy enganchada con el acto electoral” por dos motivos: “Primero, definitivamente, por la pandemia, que hizo que todo haya mutado, pero también por la situación económica. Además, hay una gran desconexión con las propuestas. Un ejemplo claro es la ausencia de programas políticos (en la televisión) y la falta de interés en consumirlos”.

El mismo día que Alberto ensayó una explicación infantil sobre la fiesta clandestina y responsabilizó a su esposa por haberla organizado, el Indec difundió el índice de inflación de julio, que fue del 3%. Los precios aumentaron en promedio un 51,8% en el último año y los alimentos un 56,4%. Con esos números es difícil enfrentar un proceso electoral y mucho más difícil convencer al electorado que el país está despegando. El malestar empieza siempre por el bolsillo.

Los vacunados VIP y la foto de Olivos dañan la credibilidad del gobierno en particular y de la política en general. Son episodios injustificables que alejan al ciudadano de a pie de la dirigencia y que dejan la amarga sensación de que la política no es una herramienta para el bien común, sino para el propio beneficio de quienes ejercen cargos públicos.

La herencia de Macri no justifica los errores de Alberto. Y las elecciones de 2001 –aquellas del voto castigo y del voto bronca– están demasiado cerca en el tiempo como para soslayar el impacto de las avivadas cotidianas de los dirigentes sobre el humor social de las mayorías.

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